24/10/2025
Te reconoceré.
Hemos recorrido el universo durante miles de años,
a veces tomados de la mano como luz gemela,
otras como cometas errantes,
siguiendo órbitas opuestas que se cruzan solo por instantes.
Hemos llorado la ausencia pasajera del otro,
ocultos tras el sol de alguna lejana galaxia,
donde los planetas no conocen el amor
pero vibran con su eco.
Nos hemos buscado en la gravedad de los agujeros negros,
en el brillo sutil de una estrella moribunda,
en la penumbra azul de los anillos de Urano.
Nos hemos reído juntos, colgados de la cola de algún cometa errante,
lanzando carcajadas que estallaban como supernovas.
Nos hemos amado en el silencio profundo de alguna nebulosa perdida,
donde el tiempo se curva y las almas se funden
como gases estelares danzando en espirales doradas.
Mil veces nos despedimos, mil veces nos reencontramos:
expansión y contracción, un latido eterno.
Tantas veces pasamos el uno junto al otro sin reconocernos,
como partículas de polvo que rozan apenas la eternidad.
Quizás éste sea nuestro último viaje.
Estoy aquí, parada, en este pequeño planeta,
una mota azul suspendida en la vastedad,
esperando que el universo disponga.
Te reconoceré. Lo sé, porque aún recuerdo tu luz,
más cálida que mil soles; recuerdo tu fragancia,
etérea como la brisa solar cruzando los anillos de Saturno.
Recuerdo tu esencia que también es la mía,
como dos átomos que vibran en la misma frecuencia
aunque estén separados por años luz.
Tal vez nos reencontremos en este plano,
cuando las estrellas vuelvan a alinearse.
O tal vez sea en el viaje de regreso a nuestro hogar:
ese rincón sin tiempo donde nacen las almas
y donde, finalmente, todos los cometas descansan.
Y cuando llegue ese momento, ni el olvido, ni la distancia,
ni las formas distintas podrán ocultarte de mí.
Porque —te lo repito— te reconoceré.
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