18/08/2024
EL ÁLAMO
“Cuco Haro; legado de una pluma libre”
J. Alfredo Sánchez Grajeda.
"Dedicado a los periodistas de La Mañanera"
En un mundo donde la ausencia de las virtudes humanas son argumento para justificar nuestras miserias, rascarle a la axiología sin ejemplos ni referencias no es más que un simple intento de moralizar la hipocresía. Si bien los hechos convencen, los resultados son los que vencen.
Mi amigo Cuco ya va para diez años que murió. Él sabía que su enfermedad lo mataría, pero le peleó hasta la última vuelta, como en sus mocedades de boxeador. La muerte lo venció por decisión dividida; de esas refriegas donde el vencedor honra el valor, el estilo y la bravura de su oponente. Así luchó Cuco contra lo inevitable: Siempre digno, siempre cabal y siempre bueno. La muerte le reverenció.
Fue periodista y maestro de muchas generaciones de comunicólogos. Enseñó que el buen periodista solo puede existir en el interior de las personas buenas.
Cuco era un lector empedernido; recto y audaz; capcioso y ágil. Fuera de su entorno profesional no discutía ni defendía sus argumentos periodísticos; nunca lo consideró necesario. Encontró la humildad en la grandeza que le dio la libertad de su pluma.
Era sobrio al redactar aún en la crítica más feroz. Antisistema y ausente de fanatismos políticos. Tocaba y cantaba pocas canciones acompañado de su guitarra, repitiendo las mismas piezas siempre que se le solicitaban. Le gustaba “Comandante Che Guevara”.
Se constituyó sin desearlo en el líder del periodismo sinaloense, cuidando y defendiendo a su gremio a través de la Asociación de Periodistas “Aarón Flores Heredia”.
El Debate, El Noroeste, Excélsior, Rotativo, El Universal, Río Doce, etc., reprodujeron sus artículos en su larga vida como comunicador.
Le acogieron su cátedra de comunicación y redacción La Universidad Nacional Autónoma de México, la Universidad de Occidente y la Universidad Autónoma de Sinaloa. Como gran comunicador le fue fácil enseñar.
En alguna ocasión un alto funcionario de gobierno le reclamó y amenazó por uno de sus artículos. Cuco ni se inmutó.
La última vez que lo vi llegó hasta su sitio de café en silla de ruedas; risueño y alegre por estar nuevamente en su grupo matinal de siempre. Al despedirse, tratando de acomodarse en su silla especial, un rictus de dolor le siguió al ruido que hizo su brazo derecho al fracturarse el húmero. Así se fue al hospital por última vez. El dolor físico no le agobiaba tanto como el intuir que no habría más tertulia con sus fraternos cafetófilos.
Las virtudes y la herencia de mi amigo Cuco se mantendrán intactas, lo cite o no. Sin embargo, el recuerdo lo mantiene presente, y su legado deberá compartirse como la mejor vacuna para los grandes males inoculados en los monopolios de la comunicación de escaso sentido ético.
En su homenaje póstumo, Melchor Angulo le definió como: “Un hombre de vergüenza, ligado a la dignidad, con pudor y profesionalismo, entregado a su oficio. Conquistó las metas que como periodista se propuso. Fue (tan) discreto, que consiguió la libertad paso a paso, día a día, letra a letra”.