26/11/2025
La retroflexión es uno de los mecanismos más complejos y profundos dentro del enfoque gestáltico. Consiste en dirigir hacia uno mismo una energía, un impulso o una emoción que originalmente estaba destinada al entorno. En lugar de expresar, se reprime; en lugar de poner límites, se los traga; en lugar de nombrar el dolor, se convierte en autoexigencia, culpa o malestar físico. Es una agresión invertida: la persona, incapaz de confrontar afuera, termina confrontándose a sí misma.
Cuando la agresión y la ira se transforma en depresión: desde esta mirada, la depresión no es simplemente tristeza profunda, sino agresión autodirigida. Lo que la persona no se permite decir, reclamar, llorar o exigir hacia otros, lo vuelve sobre sí misma en forma de desánimo, desvalorización y agotamiento emocional, autoataque. Es el peso de querer empujar un mundo hacia afuera pero sostenerlo adentro hasta quebrarse.
Lo que no se expresa busca otro camino hasta ser visto: el cuerpo se tensa, la mente se desgasta, la vitalidad se reduce. La energía retenida se convierte en síntomas, en irritabilidad silenciosa o en esa tristeza densa que no se sabe de dónde viene.
Este mecanismo de defensa, en el fondo, es proteger la relación externa a costa de la relación interna. Es priorizar no generar conflicto con otros, aunque el conflicto interno se vuelva insoportable. Pero el trabajo terapéutico comienza cuando la persona reconoce este movimiento invisible y recupera la capacidad de dirigir la energía hacia donde pertenece, el afuera, la palabra, el límite, la acción.
La sanación no implica explotar, sino permitir que lo contenido encuentre salida en forma de expresión auténtica. Sentir la rabia sin destruir, poner límites sin miedo, sostener la vulnerabilidad sin castigarse. Porque liberar la energía es, en esencia, dejar de ser el enemigo interno para convertirse en el propio aliado.