02/09/2025
A TODAS LES PASA
La presión social, las exigencias del ámbito laboral y los estereotipos de belleza que predominan en la actualidad han influido de manera significativa en el carácter y en la aparición de conductas depresivas en muchas mujeres. Estos factores externos se suman a los cambios hormonales y emocionales propios de cada etapa de la vida, intensificando la vulnerabilidad psicológica.
En la adolescencia, por ejemplo, la pubertad marca un periodo de grandes transformaciones físicas y hormonales que afectan la autoestima y la forma en que las jóvenes se perciben a sí mismas. La presión por cumplir con estándares de belleza irreales o el temor a no encajar en lo social puede llevar a sentimientos de inseguridad, aislamiento, tristeza o insatisfacción personal.
Un número considerable de niñas que muestran un buen desempeño escolar o social pueden ver modificado su rumbo debido a los cambios físicos, hormonales y emocionales que aparecen durante la pubertad. Estas transformaciones forman parte del desarrollo normal, pero en muchos casos influyen en la autoestima, el estado de ánimo, la concentración y las relaciones interpersonales, llegando a impactar en su rendimiento académico y en su vida social.
Las mujeres atraviesan variaciones hormonales a lo largo de su vida que influyen directamente en sus emociones y en su manera de relacionarse con los demás. Durante el síndrome premenstrual (SPM), por ejemplo, los cambios en los niveles de estrógenos y progesterona, junto con la alteración de neurotransmisores en el cerebro, pueden provocar síntomas como dolor abdominal, fatiga, tristeza, llanto fácil, irritabilidad, ansiedad y falta de concentración.
En mujeres jóvenes, es común que aparezcan inseguridad, debilidad, insatisfacción con la propia apariencia y el deseo de aislarse. Estos cambios emocionales también pueden tener un impacto en las relaciones de pareja. Cuando existe un entorno tóxico —marcado por celos, control o agresividad—, las alteraciones hormonales pueden intensificar la frustración, el enojo o la tristeza, dificultando la comunicación y favoreciendo reacciones impulsivas.
Mientras que los hombres suelen interpretar la agresividad como una forma de demostrar poder, competencia o dominio social, las mujeres tienden a vivirla como una pérdida de control, represalia o venganza, lo que puede llevar a respuestas de llanto, tristeza o, en algunos casos, conductas agresivas tanto físicas o verbales, lo que conocemos vulgarmente como conductas toxicas, tanto en los hombres como en las mujeres.
Hay que reconocer que estas reacciones tienen una base biológica y emocional y es fundamental conocer los cambios que se puedan presentar para aprender a manejarlas, buscar apoyo y construir relaciones más sanas, evitando que las variaciones hormonales se conviertan en un factor que perpetúe dinámicas dañinas.