13/11/2025
Asentir a la vida: cuando dejas de luchar y comienzas a vibrar.
A veces no necesitas entender más.
Solo necesitas decir sí.
Sí a lo que fue, sí a quien eres, sí a lo que todavía duele.
Hay un momento en la vida donde entiendes que no se trata de ganar claridad, sino de dejar de pelear con lo que ya es.
Ese instante —tan breve, tan silencioso— marca la diferencia entre quien sobrevive y quien vive.
Y ahí comienza el acto más espiritual de todos: asentir.
Asentir no es resignarte, ni justificar lo que pasó.
Es mirar la realidad sin juicio y decirle internamente: “te veo, así fue”.
Cuando haces eso, algo invisible se reordena dentro de ti.
Una energía que estaba atrapada en la resistencia empieza a fluir, y con ella, la paz.
Asentir es una sintonía.
No ocurre en la cabeza, sino en el alma.
Es esa vibración que se enciende cuando dejas de luchar contra tus padres, tus heridas, tu historia, y te entregas al movimiento de la vida tal como vino.
En ese momento, tu espíritu se alinea con algo mayor, y el cuerpo lo siente: respira distinto, se ablanda, se suelta.
El alma vibra con la verdad, aunque duela.
Y cuando asientes, esa vibración toca a los demás.
Lo que tú ordenas adentro, se ordena afuera.
Por eso las relaciones cambian cuando uno deja de resistirse: ya no respondes desde el reproche, sino desde el reconocimiento.
El movimiento del espíritu no nace de la razón ni del sentimiento:
nace de algo más alto que te atraviesa.
El pensamiento analiza, el sentimiento reacciona…
pero el espíritu simplemente se mueve, y cuando eso sucede, el corazón se aquieta.
Lo que antes era esfuerzo, se vuelve fluir.
El problema es que confundimos sentimiento con verdad.
A veces sientes culpa, rabia, tristeza, y crees que eso te define.
Pero el sentimiento —si no pasa por el espíritu— solo gira en la superficie.
Cuando asientes, ese mismo sentimiento se transforma: ya no reacciona, resuena.
Ya no te separa, te une.
Todo lo que es, comienza en el espíritu, pasa por el alma y termina en el cuerpo.
Por eso el cuerpo habla cuando el alma se ordena.
Lloras sin entender por qué, tiemblas, suspiras, bostezas.
No es debilidad.
Es la vida acomodándose dentro de ti después de mucho tiempo.
Cuando asientes a tu madre o a tu padre tal como son, algo se acomoda en tu raíz.
No se trata de estar de acuerdo con su historia, sino de reconocer que su energía está en ti.
Lo que ellos no pudieron, tú puedes transformarlo.
Lo que te dolió, puedes convertirlo en fuerza.
Cuando los tomas, ya no vives repitiendo la herida: vives sosteniendo la vida.
Y si acompañas a otros —en terapia, en amor, o en la vida misma, entenderás que no se ayuda desde la mente, sino desde el asentimiento.
Cuando puedes mirar al otro, a su historia, a sus padres, a su destino, y decirle internamente “te veo, tal como eres”, la ayuda real comienza.
En ese instante ya no empujas: permites.
Y la energía del otro encuentra su propio camino.
Hay una dimensión más profunda que Hellinger llama la nada.
No como vacío, sino como espacio donde todo cobra sentido.
La nada no destruye: da proporción.
Porque todo lo que es, está rodeado por lo que no sabemos.
Y ese no-saber —esa humildad ante el misterio— le da plenitud a la existencia.
Si crees que sabes todo de ti, te vuelves pequeño.
Si te abres a lo que no sabes, algo se expande.
El alma madura cuando se rinde al misterio y deja que la vida sea más grande que su comprensión.
Y entonces puedes mirar a los demás desde ese mismo lugar:
no desde el control, sino desde la reverencia.
Amar no es entenderlo todo del otro,
es poder mirarlo también en lo que no comprendes.
En su misterio, en su sombra, en su nada.
Cuando lo miras así —sin poseerlo, sin exigirle que te complete—, el amor se vuelve presencia.
La meta del alma no es existir para siempre, sino descansar en algo más grande.
Asentir al todo —a la vida, al destino, al misterio— es disolverse en el flujo natural de las cosas.
Y ahí, el yo deja de defenderse…
porque se siente sostenido por algo mayor.
Eso es libertad.
No controlarlo todo, sino vibrar en sintonía con lo que ya es.
Asentir es tu paso de la mente al alma,
y de la lucha a la paz.
No necesitas entender tanto.
Solo necesitas dejarte alcanzar por la vida.
Ahí donde terminas de resistir,
la vida empieza a abrazarte.
La paz no llega cuando entiendes la vida, sino cuando la dejas ser.
Si este texto te resonó, si sentiste que algo dentro de ti se movió aunque no sepas cómo nombrarlo,
te invito a seguirme en mis redes y en mi canal de YouTube como Álvaro Medina Essentia.
Ahí seguimos explorando estos movimientos del alma,
para que cada quien encuentre su propio sí a la vida.