17/07/2025
ES VERDAD... YA NO ESTÁ
Se fue...
Sin pedir permiso.
Sin prometer regreso.
Sin esperar a que entendieras que ese adiós, aunque inesperado,
venía marcado en su itinerario
desde el primer respiro.
Porque así es la vida:
se enciende de pronto en medio del asombro y se apaga como un suspiro
que nadie alcanza a atrapar.
No importa si estabas listo.
La muerte no espera a los valientes
ni a los rezagados.
Llega... Y punto.
Como la noche, como la lluvia,
como la noticia que nunca quisiste escuchar.
Pero escucha esto:
No todo lo que termina, muere.
Y no todo lo que muere, se va.
Él—ella—ese ser que tanto amaste,
sigue latiendo en el fondo de tus huesos cuando tiembla la nostalgia,
sigue habitando tus gestos
cuando haces lo que aprendiste mirándole,
sigue respirando en tu risa,
aunque hoy suene más quebrada que alegre.
Sí, lo sé... Tu corazón no quiere razones,
quiere milagros.
Quiere una segunda oportunidad
para no haber soltado esa última palabra,
para haber abrazado más fuerte,
para haber amado más lento.
Pero ya no hay tiempo para los “hubiera”.
Ahora solo hay espacio para los “todavía”.
Todavía puedes mirar al cielo y hablarle.
Todavía puedes cerrar los ojos
y sentir su mano sobre la tuya.
Todavía puedes caminar con el eco de su voz empujándote hacia adelante.
¿Duele? Claro que sí.
Duele como duelen los partos:
porque estás naciendo
a una nueva forma de amar.
El duelo no es castigo.
Es el altar donde se honra
lo que fue verdadero.
Así que no te pelees más con la ausencia.
Hazle un lugar.
Ponle una silla en tu mesa.
Háblale en silencio.
Llórale sin vergüenza.
Ámale sin medida.
Y cuando el dolor te estrangule la voz,
busca esa mirada
que te entiende sin palabras,
ese abrazo que no exige explicaciones,
esa oración que no pide milagros,
sino fuerza para respirar con el pecho roto.
No estás solo.
Hay otros corazones, igual de remendados,
que laten a tu ritmo, que lloran contigo,
que no tienen respuestas…
pero tienen amor.
Camina... Despacio, pero camina.
Llena tus días de vida
aunque te falte el alma por ratos.
Reconstruye tu risa con trozos de memoria.
Haz de tu tristeza un puente, no un muro.
Y un día —no hoy, tal vez no mañana, pero un día— vas a entender que la eternidano se mide en tiempo,
sino en la intensidad de los lazos
que ni la muerte se atrevió a romper.
Vive...
No por obligación, sino por homenaje.
No por resignación, sino por esperanza.
No por olvido, sino por amor.
Ese amor que te sigue amando.
Aquí y ahora. Desde la eternidad.
Porque quien se fue… no se ha ido.
Solo se mudó a vivir dentro de ti.
Y tú… todavía estás a tiempo
de hacer de tu vida una oración que lo honre.