12/08/2025
Cuarenta años. Cuarenta años preparándole el café como le gustaba, cuarenta años aguantando sus ronquidos, y cuarenta años creyendo que "en las buenas y en las malas" significaba algo más que una frase bonita para el álbum de bodas.
—Carmen, tenemos que hablar —me dijo ese martes, con la misma cara que ponía cuando iba a confesar que se había comido el último pedazo de tarta.
—¿Qué pasa, Ricardo? ¿Te comiste mi yogur de nuevo?
—No... bueno, sí, pero no es eso. Es que... he conocido a alguien.
Me quedé ahí, con el plumero en la mano, esperando a que me dijera que había conocido a un nuevo vecino o al cartero. Pero no.
—Es más joven, Carmen. Mucho más joven.
—¿Más joven que yo? Ricardo, un cachorrito sería más joven que yo a estas alturas.
—Tiene veinticinco años.
Se me cayó el plumero. Literalmente. Y después se me cayó la mandíbula.
—¿Veinticinco? ¿VEINTICINCO? ¡Ricardo, esa niña podría ser tu nieta! ¿Qué tiene de especial? ¿Le salen los dientes de leche?
—Carmen, no te pongas así...
—¿Que no me ponga así? ¡Llevas cuarenta años viéndome engordar gradualmente como un globo que se infla muy despacio, y ahora resulta que tienes problema con mi peso!
—Bueno, no es solo el peso...
—Ah, ¿no? ¿Qué más? ¿Las arrugas? ¿Las canas? ¿El hecho de que ya no salto de la cama como una gacela sino que ruedo como una foca?
—Carmen...
—No, no, déjame adivinar. ¡Ella corre maratones! ¡Hace yoga! ¡Se alimenta de aire y buenas intenciones!
—Bueno... sí hace pilates.
—¡PILATES! —grité, y después me reí como loca—. Ricardo, yo también hago ejercicio. Se llama "subir las escaleras tres veces al día" y "cargar las bolsas del súper". ¡Eso también cuenta como CrossFit!
—No es lo mismo, Carmen.
—Tienes razón, no es lo mismo. Lo mío es ejercicio funcional de la vida real, no poses raras en pantalones ajustados.
Me senté en el sofá, nuestro sofá, donde habíamos visto mil películas y discutido sobre el control remoto.
—¿Sabes qué, Ricardo? Después de cuarenta años juntos, pensé que habías aprendido algo importante: que las personas no somos coches. No puedes cambiarme por un modelo más nuevo cuando se me empiecen a ver los años.
—Carmen, yo...
—No, espera, tengo más. ¿Ella sabe que roncas como un oso hibernando? ¿Sabe que te da miedo ver películas de terror? ¿Sabe que necesitas lentes para leer pero eres demasiado vanidoso para usarlos y por eso siempre me pides que te lea las etiquetas en el súper?
Se quedó callado.
—¿Sabe que cada domingo por la mañana cantas en la ducha y desafinas terriblemente? ¿Sabe que tienes una caries desde hace tres años pero le tienes pánico al dentista?
—Carmen...
—¿Y sabe que cada vez que comes frijoles, toda la casa huele como si hubiera explotado una bomba química?
—¡Ya basta!
—No, Ricardo, recién empiezo. ¿Le has contado que cuando éramos novios me prometiste amarme "incluso si me ponía gorda como un elefante"? Porque tengo testigos. Tu hermana estaba ahí.
—Eso fue hace cuarenta años...
—Exacto. Y yo cumplí mi parte del trato. Me puse gorda como un elefante, tal como prometiste que podía hacer. ¡Soy una mujer de palabra!
Me levanté del sofá con toda la dignidad que pude reunir, que no era mucha considerando que estaba en pants y pantuflas.
—¿Sabes qué, Ricardo? Ve con tu niña de pilates. Pero cuando se dé cuenta de que no eres George Clooney sino más bien George... Costanza, no vengas llorando. Y cuando descubra que tu idea de una cena romántica es pizza congelada frente a la televisión, tampoco.
—Carmen, no seas así...
—No, Ricardo. Cuarenta años cuidándote, cocinándote, aguantando tus manías, y ahora resulta que el problema soy yo por tener el cuerpo de una mujer de sesenta años en lugar del cuerpo de una de veinticinco. ¡Qué revelación tan sorprendente!
Caminé hacia la cocina y saqué una cerveza del refrigerador.
—¿Sabes qué voy a hacer ahora, Ricardo? Voy a tomarme esta cerveza, me voy a comer ese helado de chocolate que tengo escondido atrás del congelador, y mañana voy a llamar al mejor abogado de divorcios de la ciudad. Y después, tal vez me inscriba en un gimnasio. No para recuperarte, sino para estar en forma para cargar todas tus cosas hasta la banqueta.
—Carmen...
—Ah, y Ricardo, una última cosa. Esa chica de veinticinco... ¿ya le dijiste que tienes próstata? Porque vas a necesitar explicarle por qué te levantas al baño cada hora en las noches. A lo mejor piensa que tienes problemas de compromiso.
Y con esa perla de sabiduría, me fui a mi recámara, cerré la puerta, y por primera vez en cuarenta años, tuve toda la cama para mí sola.
No fue tan malo como pensé.
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