14/03/2024
"La integración del yo en la senectud"...
Si consideramos al yo como la instancia del aparato psíquico que tiene que equilibrar tanto los imperativos provenientes del ello como las exigencias del superyó y de la realidad; y que, además, tiene que poner en marchar una serie de mecanismos defensivos para aliviar la angustia, podemos llegar a la conclusión de que el envejecimiento, por sus características biopsicosociales, representan una amenaza para la integridad y el buen funcionamiento del yo. Jung postulo que el proceso de individuación, es decir de integración de diversos aspectos de la mente previamente desconocidos o inconscientes, es una tarea psicológica con la que el ser humano debe enfrentarse durante la segunda mitad de la vida.
Vemos que durante la vejez es frecuente observar estados de regresión; ésta puede ser entendida como una serie de fenómenos en los que predominan las fuerzas inconscientes con la reaparición de etapas previas del desarrollo y de mecanismos de defensa primitivos. El predominio de las fuerzas inconscientes corresponden con frecuencia a un estado de aislamiento del yo con respecto a los estímulos externos, en respuesta al estrés y a las pérdidas que acompañan el proceso de envejecimiento. Estás fuerzas inconscientes adquieren mayor vigor por la declinación de las capacidades de síntesis y de integración. Al mismo tiempo, los mecanismos defensivos maduros son menos efectivos y hacen su aparición defensas primitivas.
Desde una perspectiva psicológica del self, hay autores que aseveran que aun en las personas cuyo self es sano y cuya autoimagen es realista el cortejo de experiencias relacionadas con la vejez (declinación de funciones, restricciones económicas, y de roles, disminución de la sexualidad ge***al y del atractivo físico, etc.) puede tener efectos negativos en el self y en el sistema de regulación de la autoestima. El problema esencial que encontramos en la vejez está representado por estos retos, a los que se somete el self, y por las consiguientes amenazas a la autoestima. La magnitud de las reacciones ante la perdida de una función, depende del grado de importancia que se había atribuido a dicha función.
Para preservar el self amenazado, el anciano recurre a diversos mecanismos que, en general, son intentos por restituir la autoestima. Por ejemplo la reminiscencia, no solo tiene por finalidad asegurar la continuidad con el pasado, sino también recrear una época en la que se sentía digno de estima y poseedor de vitalidad y competencia. Para individuos cuyo self es frágil, con una autoestima basada en ilusiones de omnipotencia y cuyos roles y relaciones estaban al servicio de la gratificación de necesidades narcisistas, las amenazas y agresiones propias de la vejez representan un gran desafío.
Erik Erickson en sus ocho edades del hombre, considera el desarrollo del hombre como un continuo que abarca toda la existencia, desde el nacimiento hasta la muerte. Se trata, por tanto, de un proceso evolutivo, basado en una secuencia de hechos biológicos, psicológicos y sociales, donde en cada una de las fases del desarrollo el individuo debe afrontar y dominar un problema fundamental o dilema, dado por dos fuerzas contrarias (crisis) que exigen una solución o síntesis; es decir, cada crisis exige una solución. Del éxito o fracaso de esta solución o síntesis depende que el individuo pueda pasar de una fase a la siguiente. Vistas así, las fases del desarrollo están en constante movimiento: un individuo nunca tiene una personalidad, siempre está volviendo a desarrollarla.
Segun Erickson se pasa de una fase a la siguiente cuando se está preparando biológica, psicológica, socialmente y cuando la preparación del individuo coincide con la preparación social. En las fases del desarrollo que nos plantea hay tres variables principales: 1) las leyes internas del desarrollo que, como los procesos biológicos, son irreversibles; 2) las influencias culturales que establecen límites de desarrollo y que favorecen ciertos aspectos de las leyes internas a expensas de otros, y 3) la forma individual de reaccionar y el modo peculiar de manejar cada uno su propio desarrollo, en respuesta a lo que la sociedad exige. De está manera destaca el papel del yo como agente de las relaciones con la sociedad, y como instancia integradora dentro del desarrollo. Este poder de integración del yo establece puentes entre las etapas y les da continuidad.
Para resumir estás fases del desarrollo, vemos que la infancia, la niñez y la adolescencia abarcan las primeras cinco fases y en ellas se adquiere: 1) el sentido de la confianza básica; 2) el sentido de la autonomía; 3) El sentido de la iniciativa; 4) el sentido de la industria, y 5) el sentido de la identidad. Las últimas tres fases son las de la adultez, donde adquirimos: 1) el sentido de la intimidad; 2) el sentido de la generatividad, y 3) el sentido de la integridad. La "octava edad del hombre" constituye la culminación de las anteriores y su síntesis se alcanza solo si se han atravesado adecuadamente las etapas anteriores; es decir, si se ha logrado sintetizar o resolver los problemas fundamentales propios de cada una de las fases. La integridad del yo que caracteriza la última fase del ciclo vital solo la alcanza, dice Erickson, el individuo que de alguna forma ha cuidado de cosas y personas y se ha adaptado a los triunfos y las desilusiones inherentes al hecho de ser generador de otros seres humanos o el generador de productos o ideas. Considerando estas experiencias con relación en el orden del mundo y en sentido espiritual.
La integridad del yo significa además que el individuo ha aceptado también que su existencia tiene fin y que pronto terminará. Implica necesariamente un sentido de sabiduría y una filosofía de vida que vallan más allá del ciclo vital individual y que están relacionados directamente con el futuro de nuevos ciclos de desarrollo. La persona que ha alcanzado la integridad del yo siempre está lista para defender la dignidad de su propio estilo de vida contra toda amenaza externa. En realidad, la integración yoica se va preparando a lo largo de la existencia; es una integración acumulada. Cuando no se ha logrado al final de la existencia, se teme a la muerte y no se acepta el único ciclo de la vida como lo esencial de la existencia. Aparecen entonces la desesperación y el disgusto, porque ahora el tiempo que queda es corto, demasiado corto para intentar vivir otra vida y para probar caminos alternativos para otra integridad. Está desesperanza con frecuencia está oculta por muchas pequeñas sensaciones de malestar. En cambio, la integridad yoica implica una integración emocional que permite la participación y la aceptación de la responsabilidad.
La integridad, dice Erickson, es la seguridad que obtiene el yo de su inclinación al orden y al significado (una integración emocional fiel a los portadores de imágenes del pasado y dispuesta a tomar, y esencialmente a renunciar, al liderazgo en el presente). Es la aceptación de un ciclo vital único y propio, y de las personas que han llegado a ser significativas para él, como algo que inevitablemente tenía que ser así y que no admite sustituciones. Significa, pues, una manera nueva y diferente de amar a los demás, sin desear que hayan sido diferentes, y una aceptación del hecho de que uno es responsable de su propia vida. La integridad, en suma, y como lo advierte Salvarezza, significa la aceptación de un proceso del cual el sujeto parte y que, proviniendo del pasado, se extiende a un futuro que lo trascienda.