22/07/2025
Llegó a Múnich sin fama, sin grandes expectativas. Solo un joven de 23 años, tranquilo y reservado, oriundo de Myrskylä, Finlandia. Lasse Virén no llamaba la atención: delgado, sereno, con un rostro imperturbable. Pero dentro de él, ardía una llama. Una determinación forjada en los fríos inviernos nórdicos y en kilómetros de entrenamientos solitarios. Nadie imaginaba lo que estaba por ocurrir.
Su primer desafío fueron los 10.000 metros. En plena competencia, algo inesperado sucedió: Virén tropezó. Se enredó con otro corredor y cayó al suelo, golpeando la pista con fuerza. En un instante, su sueño olímpico pareció esfumarse. En una final, una caída es casi una sentencia. Nadie se cae… y gana.
Pero Virén no era como los demás. Se puso de pie sin dudar, guiado más por el instinto que por la lógica. Y entonces, ocurrió lo asombroso: en apenas 230 metros recuperó terreno, escalando del quinto al segundo puesto. Con cada paso, ganaba solidez, como si el ritmo lo poseyera. Mientras el grupo peleaba posiciones y el liderato cambiaba de manos, Lasse aguardaba. Hasta que, a poco más de una vuelta del final, lanzó su ataque. Preciso. Frío. Letal.
Uno a uno, sus rivales cedieron. Virén cruzó la meta seis metros adelante del resto, estableciendo además un nuevo récord mundial. De la lona al oro. En la misma noche.
Diez días después, en los 5.000 metros, enfrentó otra dura batalla. El tunecino Mohamed Gammoudi no se lo puso fácil. Pero Virén no cedió. Fue al fondo de sus reservas y completó el doblete dorado. Una hazaña que pocos siquiera osan soñar.
Cuatro años después, en Montreal 1976, surgía la gran duda: ¿podría repetirlo? Esta vez, los 10.000 metros fueron más controlados. Carlos Lopes de Portugal marcó el paso con autoridad. Pero con 450 metros por recorrer, Virén activó su cambio de ritmo inconfundible. Superó a Lopes con la sutileza de una brisa afilada. Cruzó la línea con una ventaja abrumadora de 30 metros. Implacable. Sereno. Letal.
En los 5.000 metros, la historia fue distinta. Una batalla cerrada. Seis corredores apretados. Una vuelta final sin margen para errores. En la recta, Virén estaba exactamente donde debía. Dick Quax de Nueva Zelanda se lanzó con todo. Pero Lasse se mantuvo firme, impasible. No se dejaría vencer. No ese día. Atravesó la meta primero. Cuatro oros olímpicos. Sin gestos grandilocuentes. Solo grandeza.
En un deporte donde un mínimo error puede sepultar carreras, Lasse Virén convirtió una caída en leyenda. No solo ganó medallas: perfeccionó el arte del momento justo, de la calma bajo presión... dos veces. Cuando se habla de resiliencia olímpica y voluntad indomable, el recuerdo siempre vuelve a aquel policía finlandés que se levantó de la pista... y corrió directo hacia la eternidad.