15/09/2025
𝗠𝗶 𝘃𝗶𝗱𝗮 𝗰𝗼𝗻 𝗱𝗼𝗹𝗼𝗿 𝗻𝗲𝘂𝗿𝗼𝗽𝗮́𝘁𝗶𝗰𝗼: 𝗨𝗻𝗮 𝗽𝗲𝗿𝘀𝗽𝗲𝗰𝘁𝗶𝘃𝗮 𝗱𝗲𝘀𝗱𝗲 𝗹𝗮 𝗲𝘅𝗽𝗲𝗿𝗶𝗲𝗻𝗰𝗶𝗮 𝘆 𝗹𝗮 𝗰𝗶𝗲𝗻𝗰𝗶𝗮
M. en C. María José Escoto Rosales
Me llamo María José, soy estudiante de doctorado y tengo 27 años. Septiembre es el mes para hacer conciencia del dolor de la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor y quiero compartir con nuestros seguidores mi experiencia con el dolor crónico (dolor que se presenta de manera constante o recurrente por más de tres meses). Vivo con dolor neuropático desde los 13 años. Este dolor neuropático surge de varias hernias discales lumbares y compresión de nervios en mi espalda baja. Mi dolor comenzó cuando cursaba la escuela secundaria. En ese tiempo el dolor intenso en mi espalda baja me aturdía y me impedía concentrarme. Este sufrimiento me impedía realizar actividades cotidianas. Busqué ayuda médica de inmediato, pero los doctores minimizaron mis síntomas atribuyéndolos al crecimiento o a mala postura. Nadie tomó mi dolor en serio, y esta invalidación médica marcó el inicio de un largo camino de incomprensión y sufrimiento. El dolor creció conmigo, volviéndose más intenso cada año que pasaba. Durante la universidad, la situación se tornó crítica cuando los picos de dolor comenzaron a incapacitarme completamente. En esos momentos sólo podía llorar mientras permanecía acostada, posición que aliviaba ligeramente la presión, aunque el dolor persistía. El dolor me agobiaba por completo y me aislaba del mundo exterior. Terminé en el hospital varias veces, donde la respuesta médica era siempre la misma: administración de opioides. Los médicos celebraban el alivio temporal como una victoria, afirmando con satisfacción que el dolor había desaparecido. Como estudiante del doctorado sobre la neurobiología del dolor, ahora sé que los opioides (como morfina) son la última línea de tratamiento para el manejo farmacológico del dolor neuropático por su baja eficacia para este tipo de dolor. Actualmente, mi dolor se manifiesta como un dolor presionante y contundente en mi espalda baja. La sensación viaja desde mi espalda baja hacia pierna derecha, intensificándose cuando estoy de pie o cuando me siento por periodos prolongados. El dolor es tan intenso que me impide dormir de manera normal. Por lo tanto, mi cuerpo nunca descansa. El dolor es un compañero constante que varía sólo en intensidad. Este dolor ha redefinido mi vida cotidiana, obligándome a planificar cada actividad considerando mi capacidad física del día. Algunos días puedo trabajar en el laboratorio con relativa normalidad, mientras que otros apenas logro levantarme de la cama. He aprendido a vivir con incertidumbre constante, adaptando mis expectativas a una realidad que cambia sin previo aviso. La ausencia de terapias eficaces y seguras para el dolor neuropático me ha marcado profundamente. He probado múltiples medicamentos que prometen alivio, pero pocos cumplen sin provocar efectos secundarios muy molestos. Esta realidad el dolor crónico me ha enseñado una verdad dolorosa: el dolor es un compañero que vivirá conmigo sin invitación durante toda mi vida. Mi calidad de vida depende de un delicado equilibrio farmacológico que me permite realizar actividades básicas. Trabajo con dolor constante, estudio con dolor constante, vivo con dolor constante. La medicación no elimina el dolor, solo lo hace tolerable para poder funcionar en el día a día. En el último mes he recibido tratamiento en una clínica especializada en dolor y cuidados paliativos, donde el enfoque multidisciplinario ha transformado mi perspectiva. Este tratamiento me ha ayudado sobremanera a manejar el dolor y recuperar cierta calidad de vida. Mi experiencia personal impulsa mi investigación sobre el dolor con una urgencia que sólo conoce quien vive el sufrimiento diario. El dolor neuropático es invisible para la mayoría de la gente, pero es dolorosamente real, destruyendo vidas de manera silenciosa, mientras la sociedad no comprende su magnitud. Los tratamientos actuales son insuficientes y necesitamos investigación urgente, empatía médica y validación del sufrimiento. Mi historia no es única porque alrededor del 20% de la población a nivel mundial vive con dolor crónico y todos merecemos mejor atención y esperanza. Por eso investigo, por eso comparto mi experiencia, porque, aunque el dolor sea mi compañero no deseado, no permitiré que defina los límites de mi vida.