19/11/2025
La postura abierta del Cristo nos recuerda algo esencial: el bienestar emocional comienza cuando dejamos de pelear con la vida y aprendemos a abrir los brazos a lo que es. Aceptar no es rendirse; es el punto de partida para transformase.
Cuando una persona se resiste a lo que está viviendo, su energía emocional se fragmenta: una parte intenta avanzar y otra parte se aferra a lo que ya no puede controlar. Esa tensión interna agota y confunde. Aceptar es distinto: es observar la realidad sin maquillaje y sin lucha, para entonces decidir qué hacer con ella.
Abrir los brazos, psicológicamente, significa permitir que la experiencia nos toque sin destruirnos; significa darnos la oportunidad de sentir, comprender y, desde ahí, actuar con claridad.
La paradoja es esta: la transformación más profunda comienza justo cuando dejamos de forzarla. Cuando aceptamos, dejamos espacio para que nuestra mente se organice, para que nuestras emociones se acomoden y para que nuestra voluntad recupere su fuerza natural.
Al final, abrir los brazos no es un gesto de debilidad. Es un gesto de inteligencia emocional. Es la forma más madura de empezar de nuevo.