27/11/2025
Lo que Freud intuía, hoy se sostiene con la neurociencia
Desde hace más de un siglo, Sigmund Freud ya advertía que en el ser humano conviven fuerzas opuestas.
Por un lado, la pulsión de vida, esa tendencia a construir, a vincularse, a crear, a amar, a sostener la existencia aun en condiciones adversas.
Por el otro, la pulsión de muerte, una fuerza silenciosa que empuja a la repetición, a la autodestrucción, al sabotaje de lo que se quiere, e incluso a la destrucción del vínculo con los otros.
Freud no hablaba de metáforas poéticas, hablaba de algo que veía todos los días en la clínica: sujetos que decían querer vivir mejor, pero actuaban como si necesitaran arruinar cualquier posibilidad de bienestar.
Mucho antes del psicoanálisis, Empédocle, filósofo pre socrático, ya había intuido algo similar; planteaba que en la naturaleza operan dos fuerzas fundamentales: el Amor (philia), que une, mezcla y crea, y la Discordia u Odio (neikos), que separa, rompe y destruye. El universo, decía, no avanza en línea recta hacia el progreso, sino que oscila permanentemente entre estas dos tensiones. A veces predomina la unión, otras la disgregación. No muy distinto de lo que ocurre dentro de una persona.
Si se observa con atención, estas ideas antiguas dialogan con lo que hoy la neurociencia y la psicología contemporánea describen desde otros lenguajes.
Como suele señalar Estanislao Bachrach, el cerebro es fundamentalmente rutinario. Está diseñado para ahorrar energía, repetir caminos conocidos y reaccionar de forma automática.
El cerebro no está programado para hacernos felices, sino para mantenernos vivos. Por eso tiende a generar pensamientos repetitivos, muchas veces catastróficos, de constante queja o autodestructivos. El cerebro recuerda lo que salió mal, anticipa amenazas, exagera riesgos y se engancha con lo negativo. No es maldad: es biología.
Aquí aparece una distinción clínica clave. El cerebro produce pensamientos automáticos; la mente, en cambio, puede hacerse cargo de lo que hace con ellos.
La mente no elimina la pulsión de muerte, no borra el odio ni la autodestrucción, pero puede ponerles un límite.
La mente, alineada con la pulsión de vida, es la que permite construir sentido, elegir caminos distintos, asumir responsabilidad, comprometerse con un proyecto, sostener el esfuerzo y hacerse cargo de las propias decisiones.
El cerebro se queja; la mente busca soluciones. El cerebro repite; la mente crea. El cerebro empuja a lo conocido, aunque duela; la mente se atreve a ir hacia lo que todavía no existe.
En la clínica se ve con claridad. Personas atrapadas en circuitos de autosabotaje que no logran explicar racionalmente.
No es falta de voluntad ni de conocimiento. Es el predominio de una fuerza que empuja hacia la repetición de lo mismo, hacia vínculos tóxicos, hábitos destructivos o decisiones que van en contra del propio bienestar.
El trabajo terapéutico no consiste en pensar bonito, sino en fortalecer la mente para que pueda elegir, una y otra vez, un gesto de vida frente a la inercia de la destrucción.
Vivir no es eliminar la tensión entre amor y muerte, creación y destrucción. Vivir es aprender a reconocerla y a decidir, cada día, a qué fuerza se le da más espacio. Ahí, en esa decisión cotidiana, silenciosa, es donde se juega gran parte de la salud mental.
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Carlos Arturo Moreno De la Rosa
Psicólogo egresado de la UANL
Psicoterapeuta Cédula Profesional 6775187
Doctorante en Salud Mental
Citas al 866 133 3958