Psicólogo en Monclova - Carlos Arturo Moreno De la Rosa

Psicólogo en Monclova - Carlos Arturo Moreno De la Rosa Psicólogo Carlos Arturo Moreno De la Rosa. Egresado de la UANL, con Maestría en Psicoterapia y Doctorado en Salud Mental (en curso)

27/11/2025

Lo que Freud intuía, hoy se sostiene con la neurociencia

Desde hace más de un siglo, Sigmund Freud ya advertía que en el ser humano conviven fuerzas opuestas.

Por un lado, la pulsión de vida, esa tendencia a construir, a vincularse, a crear, a amar, a sostener la existencia aun en condiciones adversas.

Por el otro, la pulsión de muerte, una fuerza silenciosa que empuja a la repetición, a la autodestrucción, al sabotaje de lo que se quiere, e incluso a la destrucción del vínculo con los otros.

Freud no hablaba de metáforas poéticas, hablaba de algo que veía todos los días en la clínica: sujetos que decían querer vivir mejor, pero actuaban como si necesitaran arruinar cualquier posibilidad de bienestar.

Mucho antes del psicoanálisis, Empédocle, filósofo pre socrático, ya había intuido algo similar; planteaba que en la naturaleza operan dos fuerzas fundamentales: el Amor (philia), que une, mezcla y crea, y la Discordia u Odio (neikos), que separa, rompe y destruye. El universo, decía, no avanza en línea recta hacia el progreso, sino que oscila permanentemente entre estas dos tensiones. A veces predomina la unión, otras la disgregación. No muy distinto de lo que ocurre dentro de una persona.

Si se observa con atención, estas ideas antiguas dialogan con lo que hoy la neurociencia y la psicología contemporánea describen desde otros lenguajes.

Como suele señalar Estanislao Bachrach, el cerebro es fundamentalmente rutinario. Está diseñado para ahorrar energía, repetir caminos conocidos y reaccionar de forma automática.

El cerebro no está programado para hacernos felices, sino para mantenernos vivos. Por eso tiende a generar pensamientos repetitivos, muchas veces catastróficos, de constante queja o autodestructivos. El cerebro recuerda lo que salió mal, anticipa amenazas, exagera riesgos y se engancha con lo negativo. No es maldad: es biología.

Aquí aparece una distinción clínica clave. El cerebro produce pensamientos automáticos; la mente, en cambio, puede hacerse cargo de lo que hace con ellos.

La mente no elimina la pulsión de muerte, no borra el odio ni la autodestrucción, pero puede ponerles un límite.

La mente, alineada con la pulsión de vida, es la que permite construir sentido, elegir caminos distintos, asumir responsabilidad, comprometerse con un proyecto, sostener el esfuerzo y hacerse cargo de las propias decisiones.

El cerebro se queja; la mente busca soluciones. El cerebro repite; la mente crea. El cerebro empuja a lo conocido, aunque duela; la mente se atreve a ir hacia lo que todavía no existe.

En la clínica se ve con claridad. Personas atrapadas en circuitos de autosabotaje que no logran explicar racionalmente.

No es falta de voluntad ni de conocimiento. Es el predominio de una fuerza que empuja hacia la repetición de lo mismo, hacia vínculos tóxicos, hábitos destructivos o decisiones que van en contra del propio bienestar.

El trabajo terapéutico no consiste en pensar bonito, sino en fortalecer la mente para que pueda elegir, una y otra vez, un gesto de vida frente a la inercia de la destrucción.

Vivir no es eliminar la tensión entre amor y muerte, creación y destrucción. Vivir es aprender a reconocerla y a decidir, cada día, a qué fuerza se le da más espacio. Ahí, en esa decisión cotidiana, silenciosa, es donde se juega gran parte de la salud mental.

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Carlos Arturo Moreno De la Rosa
Psicólogo egresado de la UANL
Psicoterapeuta Cédula Profesional 6775187
Doctorante en Salud Mental
Citas al 866 133 3958

27/11/2025

Técnica MAPA ¿En qué consiste?

Dentro de algunas corrientes de la psicoterapia contemporánea, particularmente en la Terapia de Aceptación y Compromiso, que forma parte de las Terapias Contextuales o de tercera generación, se proponen formas de trabajo que no buscan eliminar pensamientos ni controlar emociones, sino comprender la relación que el sujeto establece con su experiencia interna y con el mundo que lo rodea.

Desde esta lógica surge una técnica sencilla, práctica y profundamente clínica, que puede resultar útil en consulta. Se llama MAPA. Dicha técnica la estoy estudiando dentro del Diplomado que ofrece la Asociación AtentaMente.

MAPA no pretende explicar la vida ni ofrecer recetas rápidas. Su intención es ayudar a la persona a observar el recorrido que ocurre entre lo que pasa afuera y lo que termina haciendo, un recorrido que casi siempre se vive en automático.

La técnica comienza ubicando al sujeto en el Mundo (M). No en lo que cree que pasó ni en lo que sintió, sino en los hechos concretos. ¿Qué ocurrió exactamente? ¿Qué se dijo? ¿Qué situación se presentó? Este paso, aparentemente simple, suele ser el más complejo, porque obliga a salir del relato interno para volver a la realidad tal como fue.

Después aparece la Atención (A). De todo lo que ocurre en el mundo, la mente selecciona solo una parte. La atención se posa casi siempre allí donde hay amenaza, pérdida, culpa o expectativa.

MAPA permite que el paciente advierta que no está viendo todo, sino solo aquello que su historia personal, sus miedos o sus aprendizajes previos le permiten ver. El mundo es amplio, pero la atención lo estrecha.

A partir de ese foco aparece el Pensamiento (P). No como un razonamiento elaborado, sino como una frase automática que se presenta con tono de verdad.

La mente interpreta, juzga, anticipa y explica. En este punto no se busca refutar el pensamiento ni cambiarlo por otro “más positivo”, sino reconocerlo como un producto de la mente, una narración que se activa en función de la atención que se tuvo y del mapa interno que se viene cargando desde hace tiempo.

Finalmente se llega a la Acción (A). Lo que el sujeto hace no surge directamente del mundo, sino del pensamiento que tomó como cierto. Evitar, confrontar, callar, aislarse, consumir o rendirse suelen ser respuestas coherentes con esa narrativa interna, aunque no siempre sean coherentes con lo que la persona quiere para su vida.

MAPA se vuelve clínica cuando el paciente logra ver esta secuencia completa y entiende que su sufrimiento no está solo en lo que ocurre, sino en cómo queda atrapado en ese recorrido sin darse cuenta.

El trabajo terapéutico no consiste en cambiar el mundo ni en borrar pensamientos, sino en crear un pequeño espacio entre el pensamiento y la acción.

En ese espacio aparece algo distinto: la posibilidad de elegir una respuesta más alineada con los valores, con la historia que se quiere escribir y con la vida que se desea habitar. Ahí, sin promesas inalcanzables, comienza el verdadero trabajo terapéutico.

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Carlos Arturo Moreno De la Rosa
Psicólogo egresado de la UANL
Psicoterapeuta Cédula Profesional 6775187
Doctorante en Salud Mental
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27/11/2025

Somos el resultado de nuestros pensamientos

“Nuestra vida expresa siempre el resultado de nuestros pensamientos dominantes.”
*Søren Kierkegaard

En consulta suele aparecer una queja recurrente: “mi vida no es la que yo quería”. Sin embargo, cuando se empieza a mirar con calma, lo que emerge no es tanto un destino injusto, sino un modo de pensar que se ha ido repitiendo durante años. Pensamientos que al inicio parecían inofensivos: “no puedo”, “ya es tarde”, “así soy”, “no vale la pena intentarlo”, terminan convirtiéndose en estructuras internas desde las cuales se elige, se evita, se huye o se soporta. La vida que se vive, entonces, no es otra cosa que la consecuencia lógica de esas ideas que se volvieron dominantes.

Kierkegaard no se refería a pensamientos positivos ni a frases motivacionales, sino a aquello que ocupa la mente termina ocupando la existencia. El cerebro se acostumbra, hace caminos, automatiza respuestas. Y la persona, sin darse cuenta, comienza a habitar una vida acorde a esos caminos mentales, incluso cuando le duelen. No es que falte fuerza de voluntad; es que nadie le enseñó a cuestionar lo que piensa ni a distinguir entre el ruido automático de la mente y una postura elegida frente a la vida.

Por eso el trabajo terapéutico no pasa por “pensar bonito”, sino por hacerse responsable de lo que se piensa de forma cotidiana. Cuando esos pensamientos cambian, no por magia, sino por conciencia y entrenamiento, la vida también empieza a moverse. A veces lento, a veces incómodo, pero siempre en una dirección distinta. Porque no se cambia de vida cambiando de suerte, sino cambiando la manera en que se habita la propia mente.

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Carlos Arturo Moreno De la Rosa
Psicólogo egresado de la UANL
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23/11/2025

¿Qué hacer para que la decisión de cambiar se siga sosteniendo?

Cuando una persona decide cambiar, entra en un territorio complejo. Ningún cambio profundo ocurre solo por desearlo. La intención puede generar un impulso inicial, pero lo que sostiene la transformación es algo mucho más estructurado: habilidades y estilo de vida, es decir, factores protectores de la salud mental que permiten mantener el rumbo cuando la motivación baja, cuando el cerebro reclama lo conocido y cuando el cuerpo exige regresar a los hábitos que ya no funcionan.

En la práctica clínica se observa que las recaídas, ya sean emocionales, conductuales, alimentarias o adictivas, no se producen por falta de carácter, sino por la ausencia de herramientas para enfrentar los momentos críticos.

Sin habilidades, cualquier situación de alto riesgo empuja al individuo de vuelta a los patrones que intenta abandonar; la reacción es automática, impulsiva, gobernada por la inercia emocional.

En cambio, cuando la persona desarrolla habilidades, aprende a identificar y evitar los escenarios que disparan viejas conductas, a manejar el enojo antes de que se desborde, a reconocer pensamientos negativos sin obedecerlos, a resolver problemas que antes parecían imposibles. Son prácticas que, aunque sencillas, funcionan como anclas que permiten recuperar control interno.

Por eso el entrenamiento se vuelve terapéutico: no porque enseñe a “comportarse bien”, sino porque proporciona estrategias concretas para anticipar las conductas que antes arrasaban con la estabilidad emocional.

Cuando este principio se comprende, el cambio deja de percibirse como un acto heroico y empieza a verse como un proceso técnico: aprender a hacer aquello que antes no podía hacerse.

El segundo pilar es el estilo de vida. Trabajar emociones sin atender el cuerpo que las sostiene deja incompleto cualquier proceso de cambio. Un estilo de vida saludable no es un discurso motivacional, sino fisiología aplicada.

Dormir de manera adecuada, moverse, alimentarse de forma real, hidratarse, reducir estimulantes, crear rutinas y espacios de calma: todo eso regula el sistema nervioso. Y un sistema nervioso regulado ofrece una base biológica mucho más estable para contener impulsos, regular el enojo, sostener la abstinencia, tomar decisiones y evitar que lo emocional domine por completo la conducta.

El cambio profundo requiere que estos dos pilares trabajen juntos. Las habilidades fortalecen la capacidad de manejar emociones, pensamientos y conductas en momentos de estrés; el estilo de vida crea un contexto interno donde esas habilidades pueden funcionar mejor.

Cuando ambos pilares se integran, la persona deja de depender únicamente de la fuerza de voluntad, que siempre se desgasta, y empieza a apoyarse en prácticas protectoras que sostienen lo nuevo.

Con el tiempo, lo que antes parecía imposible, como controlar el enojo, resistir una adicción, bajar de peso, dejar de reaccionar impulsivamente, se vuelve manejable. No porque el individuo haya cambiado de un día para otro, sino porque comenzó a vivir de una manera que favorece la estabilidad emocional y la claridad mental.

Así se transforma una vida: con habilidades que ordenan por dentro y con hábitos que fortalecen por fuera, hasta que un día la persona se descubre actuando de maneras que antes no estaban disponibles. La transformación no ocurre por suerte ni por inspiración; ocurre porque se construyó un camino que permite sostenerla.

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Carlos Arturo Moreno De la Rosa
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23/11/2025

¿Qué hacer con las emociones incómodas?

Muchas veces, en el consultorio, las personas llegan diciendo algo que se repite con distintos lenguajes: “no quiero sentir esto”. Lo dicen de la tristeza, del enojo, del miedo, de la culpa. Como si las emociones desagradables fueran un error del sistema, una falla interna que debería desaparecer con fuerza de voluntad. Pero no son un error: son el sistema operativo más antiguo que tenemos. Son señales, mensajeros, brújulas que, aunque incomoden, nos cuentan la verdad que la mente a veces quiere tapar.

La educación emocional formal suele enseñarnos la mitad del mapa: “gestiona tus emociones”, “piensa positivo”, “sé resiliente”. Pero la otra mitad —la que trabaja el terapeuta— dice algo distinto: las emociones displacenteras no están para que las destruyas, sino para que las escuches sin que te gobiernen. La tristeza informa pérdida, el enojo señala un límite cruzado, el miedo advierte un posible peligro, la culpa recuerda un valor que se tocó. Lo displacentero tiene una función. Ignorarlo no la elimina; solo la posterga.

Manejar emociones desagradables no significa apagarlas de un golpe ni tratar de convertirlas en bienestar con frases bonitas. Eso es maquillaje emocional, y se cae en los primeros minutos. El manejo real es más parecido a sentarse junto a la emoción, observar su forma, su tono, su respiración, y permitir que pase por el cuerpo sin decidir por ti. Respiras, nombras lo que sientes, reconectas con tu presente y permites que la ola atraviese. No luchas, no te rindes: acompañas. Ese es el punto donde la mente toma el volante que el cerebro quiere arrebatar impulsivamente.

Con el tiempo, uno aprende que no se trata de parecernos fuertes, sino de reconocer que somos humanos. Que sentir feo no te hace débil; te hace vivo. Que regular no es controlar, sino modular. Que aceptar no es resignarse, sino entender que la emoción tiene un ciclo: aparece, sube, baja y se va, si tú no la detienes peleando o huyendo de ella. Y que la adultez emocional consiste en eso: crear espacio interno para que las emociones pasen sin que te arrastren ni te definan.

Las emociones desagradables siempre van a aparecer. No se pueden extirpar, pero sí se pueden domesticar. Y cada vez que lo haces, cada vez que respiras lento, te detienes, observas, aceptas y sueltas, te conviertes en alguien que ya no es empujado por su tormenta interna, sino alguien que puede conducir su vida aunque llueva adentro.

Ese es el verdadero manejo emocional: no eliminar lo que incomoda, sino aprender a caminar con ello sin perder tu rumbo. Porque al final, no se trata de tener emociones perfectas, sino de tener una relación más sana con lo que se siente. Y esa relación se construye, como todo lo importante, con práctica, paciencia, constancia. Es un hábito.

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Carlos Arturo Moreno De la Rosa
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20/11/2025

Una vida con propósito

Muchas veces acuden a consulta pacientes que sienten que han perdido el sentido de la vida, o que han tenido el pensamiento de "desvivirse". Y algo que trabajamos desde el principio es resignificar esa palabra: no siempre se trata de querer quitarse la vida, sino de querer dejar de vivir la vida que hoy se habita. Ese matiz cambia todo. No quieren morir; lo que ya no soportan es la forma en que están viviendo. Y cuando logramos abrir ese espacio, aparece una pequeña rendija de posibilidad: pueden comenzar a construir una vida distinta, una vida que tenga más que ver con ellos que con la presión, el dolor o la inercia que los fue arrastrando.

Aquí entra la logoterapia, y la propuesta profunda de Viktor Frankl: el ser humano puede atravesar casi cualquier sufrimiento si encuentra un para qué. El sentido no elimina el dolor, pero lo orienta. Lo vuelve transitable. Y ese sentido no se descubre en un acto heroico ni en una iluminación repentina; se construye en la vida cotidiana. A veces surge de lo que uno valora de verdad y que ha olvidado; otras veces aparece en aquello que enciende, que da vida, que despierta el cuerpo aun en días difíciles; en ocasiones se apoya en habilidades que uno tiene y que no veía como recursos; y también se fortalece a partir de las figuras que nos marcaron, modelos internos que nos recuerdan que existe otra manera de caminar.

Cuando un paciente empieza a reconocer estos cuatro ejes —sus valores, sus pasiones, sus habilidades y los modelos que lo formaron— ocurre algo muy característico en terapia: la manera de hablar cambia, las frases dejan de girar únicamente alrededor del dolor y comienzan a orientarse hacia una dirección. Y eso es más importante de lo que parece. Porque en salud mental, encontrar dirección vale más que encontrar respuestas.

Una vida con sentido no surge por arte de magia. Se va construyendo con decisiones pequeñas, con elecciones coherentes, con actos que se parecen a la persona que uno quiere llegar a ser. A veces el mayor avance no es “sentirse bien”, sino darse cuenta de que la vida que uno desea todavía es posible. Y quizá, al final, lo más terapéutico sea eso: descubrir que aún se puede elegir una vida que sí dé ganas de vivir.

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Carlos Arturo Moreno De la Rosa
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20/11/2025

No eres tú, es tu cuerpo

Muchas veces, en el consultorio, llegan pacientes diciendo que quieren “trabajar su fuerza de voluntad”. Lo mencionan como si se tratara de una habilidad moral, como si dejar el pan, el refresco o la comida rápida dependiera únicamente de un músculo interno que no han desarrollado. Suelen decirlo con frustración: “Sé lo que tengo que hacer, pero no me sale”. Y ahí hago una pausa, porque no se trata de regañarlos ni de darles sermones, sino de aclarar algo que casi nadie explica: no eres tú quien lo quiere; es tu cuerpo. El cuerpo funciona con la memoria de lo aprendido. Si durante años resolvió la ansiedad con azúcar, si encontró consuelo en la harina o descanso en la pizza después del trabajo, es lógico que vuelva a pedirlo. No porque seas débil, sino porque el cuerpo repite aquello que le dio alivio, aunque solo funcione unos minutos. El cuerpo no piensa en tu salud: piensa en lo inmediato.

La mente, en cambio, busca otra cosa. La mente quiere salud, quiere orden, quiere bienestar. La mente es la que se cansa de la inflamación, de la pesadez, de sentir que los hábitos te cobran factura. La mente ve el mapa completo: sabe dónde estás y hacia dónde quieres ir. No vive de antojos; vive de objetivos. La mente es la parte de ti que quiere dormir mejor, moverse más, sentirse más claro y más ligero. Es la parte que entiende que bajar de peso o mejorar hábitos no es estética, sino autocuidado. La mente piensa a largo plazo, aunque el cuerpo grite urgencias cortas.

Por eso, una técnica que se utiliza en consulta es ayudar al paciente a diferenciar quién está pidiendo qué. No se trata de negar el cuerpo, sino de ubicarlo. El cuerpo pide dopamina rápida porque así fue entrenado. La mente pide cambios porque está leyendo consecuencias. Y cuando el paciente logra ver esa diferencia, no como metáfora, sino como realidad, deja de culparse por “falta de voluntad” y empieza a entender el proceso como lo que realmente es: un reentrenamiento. Entrenar al cuerpo para nuevas rutinas y entrenar a la mente para recordar por qué empezó.

Desde ahí, las decisiones ya no se sienten como castigo ni como restricción, sino como una especie de coherencia interna: la mente elige y el cuerpo aprende. Y ese aprendizaje, aunque lento, es estable. No se trata de pelear contigo, sino de enseñarte a escucharte desde otro lugar. Porque cuando entiendes qué quiere el cuerpo y qué quiere la mente, la elección deja de vivirse como guerra y se vuelve un proceso más claro, más humano y mucho más amable.

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Carlos Arturo Moreno De la Rosa
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19/11/2025

El cerebro del infante y sus emociones

El cerebro del niño es inmaduro. Dentro de nuestro cerebro contamos con un cerebro arcaico que tenemos en común con los reptiles. Sirve para nuestra supervivencia. Se encuentra muy en el fondo, en la parte interna. Al estar en gran peligro, nos va a hacer ya sea huir, atacar o congelarnos. Este cerebro arcaico es dominante en el pequeño. Hasta los 4, 5 o 6 años nos hace reaccionar de forma instintiva cuando nos sentimos en peligro o cuando nuestros más profundos deseos no están satisfechos.

Luego tenemos un cerebro emocional que nos permite sentir todas las emociones, que es dominante hasta los 5, 6 o 7 años.

¿Qué es lo que controla a ese cerebro o a esa forma de reaccionar? El cerebro superior. La corteza prefrontal y órbitofrontal se encuentran aquí. Lo que hay que saber es que, como el niño tiene un cerebro muy inmaduro, su cerebro superior —que debería controlar su cerebro arcaico y el cerebro emocional— no funciona aún.

El bebé siente enormes y gigantescas emociones. Cuando nosotros tenemos miedo podemos tomar distancia y decirnos “quizá esto no es tan grave”, analizar la situación. El niño no puede hacer eso. Hay que entender esto, y es debido a su inmadurez cerebral.

Cada vez que eres empático con el niño, que entiendes sus emociones y eres amable, estás ayudando a la madurez de circuitos cerebrales que van del cerebro arcaico al emocional y hacia el cerebro superior, lo que progresivamente le va permitiendo controlar sus emociones.

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Carlos Arturo Moreno De la Rosa
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16/11/2025

Psicofármacos y Psicoterapia

Cuando un paciente llega diciendo que vive en alerta todo el día, que cualquier cosa lo dispara, que siente que algo dentro de él actúa sin pedir permiso, lo que estamos viendo no es exageración: es el sistema emocional trabajando con los cables expuestos. La amígdala funciona así: reacciona antes de que uno pueda entender qué está pasando. No pregunta si el peligro es real; responde porque alguna vez lo fue. Y esa respuesta se vuelve costumbre, reflejo, supervivencia automática.

En ese estado, no se puede pensar con claridad. No se puede elegir con calma. No se puede “razonar” la emoción. Por eso los psicofármacos son útiles: porque bajan la intensidad del sistema, como cuando regulas un voltaje para que deje de quemar el cable. No cambian la historia ni organizan el pasado, pero disminuyen la sobrecarga. Permiten que el paciente respire, descanse, duerma, y que pueda escuchar lo que siente sin que la alarma interna lo ahogue. Es una regulación temporal para que la vida deje de ser un cortocircuito continuo.

El cambio verdadero comienza cuando el paciente entra en terapia y se atreve a revisar su propio cableado. Ahí es donde se descubre por qué ese sistema quedó tan sensible, qué memorias siguen activando la reacción, qué experiencias antiguas permanecen conectadas a la corriente como si fueran presentes. La terapia no busca apagar las emociones, sino entender su origen y reorganizar el circuito que las dispara. Es un trabajo de recablear conexiones, de desactivar viejas asociaciones de peligro, de permitir que la amígdala deje de reaccionar como si todo fuese una emergencia.

Ese es el punto central: la química regula, pero la palabra reorganiza. Y cuando la historia se ordena, cuando el paciente deja de huir de lo que sintió y empieza a entenderlo, la amígdala aprende algo esencial: ya no es necesario vivir en alerta.

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Carlos Arturo Moreno De la Rosa
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16/11/2025

El paciente y el psicoterapeuta

La relación terapeuta–paciente no es solo un vínculo profesional: es un territorio donde dos mundos interiores se encuentran. Uno llega con sus dudas, sus miedos, su historia que a veces pesa más de lo que admite. El otro ofrece un espacio: un modo de escuchar que no juzga y que, como diría Rolón, intenta iluminar aquello que el propio sujeto dejó en penumbras para poder sobrevivir.

En psicoterapia no se busca “arreglar” a nadie. No somos mecánicos del alma ni artesanos del silencio. Somos testigos de un proceso en el que la persona intenta comprender qué parte de su dolor es herencia, qué parte es defensa y cuál es la vida pidiendo un cambio. En ese encuentro, el terapeuta sostiene la asimetría sin usarla como poder, sino como responsabilidad: la responsabilidad de no herir, de no imponer, de no prometer lo que ningún ser humano puede garantizar.

Bachrach diría que el cerebro repite porque quiere proteger, aunque a veces ese intento lastime. Y el paciente llega atrapado en esas repeticiones automáticas que confunde con identidad. El trabajo terapéutico consiste en poner pausa a ese piloto automático que dicta pensamientos y emociones como si fueran verdades absolutas. No para borrarlos, sino para verlos de frente y elegir qué hacer con ellos.

El terapeuta, entonces, acompaña ese proceso de mirar lo que duele sin caer en la tentación de ofrecer atajos. Hay dolores que no se apagan: se atraviesan. Y hay verdades que el paciente descubre cuando alguien lo escucha sin querer moldearlo. La cura —si es que existe algo parecido a una cura— surge cuando la persona puede nombrar lo innombrable, cuando puede entender qué le pasa y permitirse vivir algo distinto.

Porque al final, psicoterapia es eso: dos personas intentando descifrar un misterio que solo aparece cuando se confía. Y en ese gesto, pequeño pero profundo, empieza a resolverse lo que durante años permaneció atrapado en la sombra.

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Carlos Arturo Moreno De la Rosa
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12/11/2025

La logística dentro del proceso de Psicoterapia

Me encuentro en una capacitación del área de psicología en las instalaciones de la UPMF, veo en las paredes que dentro de las carreras que ofrece está la de Ingeniería en Logística. ¿Qué tendrá que ver eso con la psicoterapia?

Hay profesiones que parecen no tener nada que ver entre sí, pero comparten la misma esencia: ordenar el caos. La ingeniería en logística y la psicoterapia, aunque hablen lenguajes distintos, buscan exactamente lo mismo: que algo fluya. El ingeniero revisa procesos, detecta fallas, optimiza rutas. El terapeuta hace eso mismo con las emociones, los pensamientos y los vínculos. Ambos analizan sistemas donde a veces las cosas se traban, se acumulan o simplemente no llegan a destino. Y ahí intervienen.

La diferencia es el territorio. El ingeniero opera en el mundo físico: camiones, almacenes, tiempos y costos. El psicoterapeuta lo hace en el mundo interno: recuerdos, mandatos, resistencias, miedos. Pero en ambos casos, el trabajo consiste en restablecer movimiento, encontrar coherencia, hacer que las piezas encajen. Cuando el sistema se atasca —sea una cadena de suministro o una historia personal—, lo que se necesita no es fuerza sino comprensión: entender dónde está el n**o.

Podría decirse que la logística es la psicoterapia de las empresas y la psicoterapia, la logística del alma. Ambas requieren método, paciencia y un sentido de totalidad. En la primera se transportan objetos; en la segunda, significados. Y aunque las mercancías y los afectos no se midan igual, ambos se deterioran si se almacenan demasiado tiempo.

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Carlos Arturo Moreno De la Rosa
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10/11/2025

Los 4 Fundamentos de la Atención Plena del Budismo y la Psicoterapia

En consulta, muchas personas llegan agotadas por la lucha interna con su propia mente. Quieren dejar de pensar, dejar de sentir, dejar de recordar. Vienen convencidas de que su problema es no poder “sacar de la cabeza” lo que les incomoda. Les han dicho que se distraigan, que piensen positivo, que le echen ganas. Pero cuando uno intenta forzar al cerebro a no pensar en algo, ese algo aparece con más fuerza. Es justamente ese intento de control lo que lo vuelve más presente. El cerebro no pregunta, lanza. Lanza imágenes, recuerdos, frases, juicios, y muchas veces en forma de pensamientos repetitivos, intrusivos o incómodos. No es porque estés mal, es porque así está diseñado. Lo que sí se puede trabajar no es lo que lanza el cerebro, sino cómo te relacionas con eso que aparece.

En lugar de enseñarle al paciente a reprimir o evadir lo que siente, lo que hacemos en psicoterapia es invitarlo a observar lo que le pasa sin juicio, sin urgencia, sin tener que reaccionar de inmediato. Dejar de pensar no es posible, pero sí es posible dejar de actuar impulsivamente cada vez que aparece un pensamiento incómodo. A veces basta con nombrarlo. A veces basta con permitir que esté ahí, sin hacer nada. El primer paso es observar, no resolver.

Ese enfoque coincide plenamente con lo que el budismo propuso hace más de dos mil años como los cuatro fundamentos de la atención. No es una técnica, no es misticismo, es una forma de estar presente frente a lo que ocurre adentro.

El primer fundamento es el cuerpo. El cuerpo avisa. El paciente que empieza a notar estas señales tiene una herramienta real para entender sus estados internos. A veces no es ansiedad generalizada, es un cuello contracturado por sostener la ira durante días.

El segundo fundamento son las sensaciones. Cada emoción, cada recuerdo, cada pensamiento deja una sensación: agradable, desagradable o neutra. El problema no es sentir algo desagradable, el problema es querer eliminarlo a toda costa. La urgencia por dejar de sentir suele ser más dañina que la sensación misma. Cuando el paciente aprende a permanecer en la incomodidad sin evadirla, sin dramatizarla y sin negarla, empieza a recuperar un margen de libertad. Ya no reacciona, elige.

El tercero es la mente. Observarla significa notar que está activa, que produce, que lanza contenido todo el tiempo. Pero no porque lo piense significa que sea verdad. No porque lo sienta significa que deba actuar en consecuencia. Aquí trabajamos esa distancia interna entre lo que aparece en la mente y lo que uno decide hacer con eso. No se trata de eliminar pensamientos negativos, se trata de reconocer que están ahí y decidir no dejarse arrastrar por ellos. Es en este punto donde el simple hecho de hablar, de verbalizar, ayuda a liberar. Lo que se dice, se diferencia. Lo que se diferencia, se piensa. Y lo que se piensa, se puede soltar.

El cuarto fundamento se refiere a los contenidos mentales que operan como mandatos, como una especie de voz interior que dice cómo deberías ser, qué deberías sentir o cómo deberías actuar para ser aceptado. Muchos pacientes viven bajo la presión constante de frases como “no te debes enojar”, “si no das el 100% eres un fracaso”, “los demás no deben ver tus debilidades”, “tienes que poder solo”. No cuestionan esas frases, las obedecen sin saber que son ideas instaladas, muchas veces desde la infancia o desde el entorno familiar. En terapia no buscamos combatir esas voces, ni reemplazarlas por frases positivas, sino aprender a verlas tal como son: construcciones mentales. Cuando el paciente empieza a reconocer que esas ideas no son verdades universales, sino reglas internas heredadas o impuestas, puede tomar distancia. Deja de actuar desde la exigencia y empieza a elegir con mayor claridad lo que sí le hace sentido. Nombrar esas frases, escucharlas en voz alta, cuestionarlas desde otro lugar, es una forma de romper con el piloto automático. Es salir del “tengo que” para entrar al “quiero”, o al menos al “puedo decidir”.

Observar sin actuar, nombrar en lugar de huir, reconocer sin justificar. Ese es el terreno donde ocurre el cambio psicológico real. No se trata de pensar bonito, se trata de ver claro.

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Carlos Arturo Moreno De la Rosa
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