29/10/2025
Mucho tiempo viví peleada con la infidelidad.
Mucho tiempo le temí a las mentiras.
Y durante todo ese tiempo creí que debía tener el control de todo para evitar que pasaran.
Hasta que un día entendí que, en realidad, no estaba en mis manos.
Desde ese momento solté el control, solté la necesidad de sobreproteger, de anticipar, de vigilar. Entendí que cuando alguien decide fallar en una relación, lo hará sin importar cuánto uno cuide, advierta o ruegue que no suceda.
Entonces, liberé internamente a mi pareja.
Lo vi como un ser libre, autónomo e independiente, capaz de tomar sus propias decisiones —buenas o malas— y de asumir las consecuencias de sus actos.
Desde ese día puedo dormir y vivir en paz.
Dejé de temer que mi pareja me engañe, me mienta o se vaya con otra persona, si eso es lo que algún día decide hacer.
Confío en que, si algo así sucede, la verdad llegará a mí sin que tenga que buscarla.
Y confío en mí misma: en que sabré qué hacer, qué decir y, sobre todo, cuándo irme.
Mientras eso no ocurra, elijo vivir tranquila, sin miedos y sin fantasmas.
Reflexión
El miedo a la infidelidad, al abandono y a las mentiras es uno de los más comunes en las relaciones de pareja.
Pero quiero aclarar algo: la infidelidad no es el verdadero problema.
El verdadero problema es que, probablemente, ya ha pasado, ya te han lastimado… y aun así decidiste quedarte.
La traición duele, sí, pero duele más quedarse intentando volver a confiar y a reconstruir algo que nunca volverá a ser igual.
Por eso, trabajemos nuestros miedos y nuestra relación con nosotros mismos.
Pongámonos primero.
Esa será nuestra verdadera garantía si algún día algo vuelve a pasar.
Porque lo único que está realmente en nuestras manos no es evitar que suceda,
sino decidir qué haremos cuando suceda