Psicólogo en adicciones

Psicólogo en adicciones Kalefh Bañuelos, psicólogo especialista en adicciones y dependencia emocional. Diceros diplomados, talleres, cursos en adicciones. Formé parte de grupos AA.
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Desde el enfoque clínico y psicoanalítico te acompaño a comprender tu historia, sanar heridas y construir una vida con mayor libertad y sentido Licenciatura en psicología, cuento con una maestría en psicología clínica y de la salud. De la misma forma he tenido la oportunidad de dar conferencias acerca de temas de adicciones.

Análisis psicológico de la oración a la serenidad.La oración no es magia. Es regulación.Cuando una persona ora, algo muy...
02/12/2025

Análisis psicológico de la oración a la serenidad.

La oración no es magia. Es regulación.
Cuando una persona ora, algo muy humano ocurre adentro: la mente se ordena, el cuerpo baja la tensión y la angustia encuentra un lugar donde reposar.

Desde la psicología lo entendemos así:
La oración es un acto de conexión, un momento donde el pensamiento se desacelera y el sistema nervioso pasa del modo de alerta al modo de calma. Es una pausa que permite distinguir entre lo que controlo y lo que no, y esa distinción es la base de la serenidad.

En adicciones esto es vital.
El adicto vive con una mente acelerada, emocionalmente cargada, tratando de apagar tormentas internas. La oración —sea formal, espontánea o simplemente hablar con algo más grande que uno mismo— funciona como un ancla emocional: te regula, te centra, te devuelve al presente.

No importa la religión.
Lo que importa es el acto psicológico:
soltar, respirar y sentirse acompañado.

La serenidad no llega de afuera; se cultiva adentro.
La oración es una herramienta para eso: para bajar la intensidad, para darle nombre al miedo, para recordar que el control total no existe… pero la paz sí se puede trabajar.

Y muchas veces, la paz empieza cuando uno deja de luchar solo.

Kalefh

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02/12/2025

Nueva transmisión en VIVO el día jueves a las 7:30 pm. Tema:
¿Las adicciones son curables?

“TLP y ADICCIONES: cuando la vida se siente demasiado y nada es suficiente”El problema no es que no quieran cambiar… es ...
02/12/2025

“TLP y ADICCIONES: cuando la vida se siente demasiado y nada es suficiente”

El problema no es que no quieran cambiar… es que no saben cómo sostenerse sin destruirse.

El Trastorno Límite de la Personalidad (TLP) y las adicciones suelen caminar juntos.
No porque alguien “quiera llamar la atención” —como tristemente se escucha en muchas familias—, sino porque hay un dolor que desborda, una emoción que arrasa, una sensación permanente de vacío que quema por dentro.

El vacío del TLP no es flojera, no es manipulación: es un agujero emocional que nunca se llenó.

Las personas con TLP sienten demasiado.
Todo es intenso: el amor, el enojo, el miedo al abandono, la vergüenza, la culpa.
Y cuando la emoción se vuelve insoportable, aparece la sustancia:
alcohol, droga, comida, s**o, compras, relaciones tóxicas…
cualquier cosa que ayude a anestesiar lo que viven por dentro.

No consumen porque “no les importe vivir”.
Consumén porque sentir es demasiado.

¿Por qué es tan común el vínculo TLP–adicciones?

Porque la sustancia tiene una función:
calma, baja la tormenta interna, apaga el caos un rato.
Es una especie de “botón de emergencia” emocional.
Y cuando alguien descubre que la droga o el alcohol lo calma… la dependencia se vuelve casi inevitable.

La adicción no es el problema: es el intento desesperado de sobrevivir a un mundo interno que duele.

Lo que casi nadie dice sobre el TLP

Para diagnosticar este trastorno se necesita un profesional capacitado.
El TLP no se diagnostica “por intuición”, ni porque alguien “es muy explosivo”, ni porque “dramatiza mucho”.

Lamentablemente, muchos psicólogos sin preparación lo diagnostican mal,
y eso lastima, confunde y estigmatiza.

El diagnóstico adecuado lo puede hacer:

Un psicólogo clínico

Un psiquiatra

Nadie más.

¿Y la familia?

La familia vive una montaña rusa emocional:
promesas que no se cumplen, rupturas, reconciliaciones, crisis intensas, silencios largos, discusiones fuertes y agotamiento profundo.

No es fácil convivir con alguien que teme que lo abandonen,
pero a la vez empuja a los demás para comprobarlo.

No es fácil amar a alguien que cambia de estado emocional en minutos.
No es fácil sostener a quien un día dice “eres todo para mí” y al otro día “ya no quiero saber de ti”.

No es maldad: es miedo a perder. No es manipulación: es un grito por no quedarse solo.

Y por supuesto, también está la culpa:
“La regué como mamá”,
“Fallé como papá”,
“No sé cómo ayudar”.

Quiero que se entienda algo:
la familia no causa el TLP, pero sí necesita apoyo para no desmoronarse.

¿Se puede vivir con TLP y salir de una adicción?

Sí.
Con acompañamiento profesional, con un diagnóstico serio, con tratamiento continuo y con una familia que también se atiende.

Pero requiere algo esencial:
comprender que la persona no siente como los demás.
No regula igual.
No piensa igual.
No vive las emociones igual.

Y necesita mucho más que fuerza de voluntad:
necesita contención, límites, un proceso terapéutico constante y un equipo que sepa lo que hace.

El TLP no es un capricho y la adicción no es un vicio: son dos caminos distintos que nacen del mismo lugar… un corazón que busca desesperadamente no romperse.

-Kalefh-

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01/12/2025

Transmisión en vivo: El adicto busca un papá.

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Hoy me tocó predicar… y mientras estaba ahí, entendí algo profundo: yo no puedo hacer nada si Dios no va conmigo.Mi fuer...
01/12/2025

Hoy me tocó predicar… y mientras estaba ahí, entendí algo profundo: yo no puedo hacer nada si Dios no va conmigo.
Mi fuerza no es mía, mi palabra no es mía, mi paso no es mío.
Si hoy estoy de pie, es porque servir a Dios y a su iglesia sostiene mi alma, me levanta y me mantiene caminando aun en mis propias luchas.
Predicar no es un logro… es un regalo. Es la gracia de Dios usando mis manos, mi voz y mi vida.

📖 “Mi gracia te basta, porque mi poder se perfecciona en la debilidad.” — 2 Corintios 12:9

Que todo sea para Él. Siempre.



30/11/2025

El adicto no quiere ser amado quiere ser tratado como niño

30/11/2025

Mañana transmisión en vivo a las 4pm.
Tema: El adicto busca un papá...

Reflexión: “El adicto quiere una infancia infinita”Hay una frase que, cuando la dices en voz alta, tambalea todo lo que ...
30/11/2025

Reflexión:
“El adicto quiere una infancia infinita”

Hay una frase que, cuando la dices en voz alta, tambalea todo lo que solemos creer sobre la adicción: muchos adictos no buscan solo placer; buscan regresar a un lugar donde nada les exigía. Quieren una infancia que no termine: sin responsabilidades, sin dolor profundo, sin esperar ni hacerse cargo.

La infancia ofrece algo que la vida adulta no siempre regala: inmediatez, consuelo sin condiciones, perdón sin cuentas que pagar. Para alguien con heridas tempranas, esa experiencia no fue completa. Entonces la sustancia, la conducta o la compulsión llegan como una promesa: “aquí no tienes que crecer”. Y así nace la ilusión de la infancia infinita.

No es que no quiera ser adulto; es que tiene miedo de no soportarlo.

Desde una mirada psicoanalítica —sin palabras técnicas— esto tiene sentido: cuando un niño interior no fue respondido, cuando los límites fueron ausentes o las caricias fueron sustituidas por abandono, el sujeto aprende a sobrevivir en una versión reducida de sí mismo. La droga o la conducta permiten volver a esa versión: menos exigida, más protegida, menos consciente. Pero ese refugio es falso: calma hoy, destruye mañana.

En consulta veo escenas cotidianas que lo confirman: un hombre de 40 que llama a su madre para que le limpie problemas que él mismo provocó; una mujer que liga su autoestima a que alguien la cuide sin pedir nada a cambio; un joven que busca en la noche y en la sustancia el abrazo que nunca tuvo por las mañanas. No es pereza ni terquedad: es una estrategia de supervivencia instaurada desde la más temprana experiencia relacional.

La infancia infinita no es descanso: es estancamiento.

La cuestión no es culpabilizar a la persona ni a la madre. Muchas veces las familias hicieron lo que pudieron. Lo que ocurre es que, sin darse cuenta, mantuvieron un modo de relación que protege la dependencia. El adicto pide una infancia que el mundo adulto no le dio —y cuando la recibe en forma de consuelos químicos o rescates constantes, aprende a no arrancar el vendaje.

Entonces, ¿qué hacer? La respuesta es dura pero esperanzadora: ofrecer otra forma de infancia. No una repetición de lo que faltó, sino una reparación posible. En terapia eso significa crear un espacio seguro donde pueda aprender a tolerar la frustración, a pedir sin exigir, a recibir sin depender, a fallar sin hundirse. Significa enseñar a sentir, a nombrar, a rehacer la historia con palabras y límites nuevos.

Frase gancho: “No le des otra infancia: dale herramientas para ser adulto.”

La recuperación es ese tránsito: dejar la infancia infinita para poder caminar en una vida con decisiones, con certezas y con errores que se puedan corregir. No es fácil. Duele. Requiere acompañamiento, límites amorosos y, muchas veces, que la familia también se haga terapia. Porque si la madre no aprende a soltar el rol de salvadora, la dinámica repite.

Cierro con una invitación: si conoces a alguien que vive anclado en esa infancia infinita, no lo ataques, no lo rescates sin sentido. Acompáñalo a pedir ayuda profesional. Habla desde la humanidad: “Te acompaño, pero no reemplazaré tus pasos.” Esa frase, dicha con firmeza y cariño, puede ser el primer regalo verdadero.

Una infancia curada no se repite: se transforma en vida.

Compártelo. Que más ojos lo lean puede ser el inicio de muchas recuperaciones.

Kalefh

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30/11/2025

No todo lo que duele es tocar fondo

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Reflexión para mirar sin culpa y sanar lo que se repiteLa madre de la madre codependienteHay una pregunta que pocos hace...
30/11/2025

Reflexión para mirar sin culpa y sanar lo que se repite

La madre de la madre codependiente

Hay una pregunta que pocos hacen y que lo explica casi todo: ¿de dónde viene la necesidad inagotable de salvar? Cuando señalamos la sobreprotección de una madre codependiente solemos detenernos en el aquí y ahora: “ella rescata, ella resuelve, ella no deja caer”. Pero si retrocedemos un paso más, aparece otra historia: la de la madre de esa madre —la abuela— y sus propias ausencias, miedos y modos de sobrevivir.

La madre codependiente muchas veces fue hija primero. Y como hija aprendió a responder a un mundo que no la sostuvo: a callar el llanto, a hacerse responsable de otros para ser vista, a creer que el amor se gana con entrega infinita. Estas respuestas no son fallas morales: son estrategias de supervivencia que funcionaron en un tiempo y que, sin conciencia, se convierten en molde para el vínculo con sus propios hijos. Es así como la herida se traspasa: no por intención maligna, sino por repetición.

“Lo que hoy llamamos sobreprotección, ayer fue el único consuelo que ella conoció.”

Piensa en una abuela que vivió carencias: quizá fue abandonada, quizá fue una mujer que tuvo que trabajar hasta romperse, quizá recibió amor con condiciones. Esa hija —la futura madre codependiente— interioriza un mensaje potente: “para que no nos partan, debo salvar”. Entonces se vuelve experta en apagar incendios ajenos, en anticiparse al dolor, en sacrificar su propio límite. Y ese “saber salvar” se transmite como herencia silenciosa: se enseña con actos, no con palabras.

Ejemplo: Conozco una madre que, al verla en terapia, hablaba de su propio crecimiento como un deber: “Mi mamá me enseñó que si no hago yo, nadie lo hará”. Ella llega a proteger a su hijo con una intensidad que asfixia—no porque quiera dañarlo, sino porque repite un modo de amor que la salvó a ella cuando era niña. La abuela, muchas veces, hizo lo que pudo con lo que tuvo. Ese “hacer” dejó huellas.

No heredamos solo rasgos: heredamos maneras de sobrevivir.

Esto nos lleva a las heridas transgeneracionales: patrones que se transmiten como melodías familiares. No es solo que la madre codependiente repita conductas; es que repite relatos invisibles: el miedo a perder, la necesidad de ser indispensable, la confusión entre dar y anularse. Cuando esos relatos no se miran, se convierten en ecos que alimentan la adicción del hijo: un hijo que encuentra en la sustancia una respuesta donde el abrazo humano estuvo ausente o fue excesivamente protector.

Quiero ser claro: no se trata de culpar a la abuela ni a la madre. Se trata de entender. Entender que muchas costumbres afectivas nacieron de historias duras y que, paradójicamente, el amor mal entendido pudo haber salvado a una generación y dañar a la siguiente. Comprender esto libera de la vergüenza y abre la puerta a la reparación.

Mirar atrás no es buscar culpables, es encontrar raíces para regar de manera distinta.

¿Qué hacer entonces? Empezar por humanizar la historia: escuchar la voz de la abuela sin juzgarla; acompañar a la madre codependiente para que pueda llorar lo que la dejó; ofrecerle herramientas para poner límites sin sentir que traiciona su historia. En terapia, al trabajar estas líneas transgeneracionales, las mujeres aprenden a distinguir lo que les pertenece y lo que repiten por costumbre. Aprenden a amar con límites —que no es frío— sino un modo de amor que protege sin asfixiar.

Sanar una herida transgeneracional es enseñar a tus hijos a pararse en sus propias piernas.

Cierro con un mensaje que quiero que llegue al corazón de una madre que ahora se reconoce en estas palabras: no estás sola ni eres la mala de la historia. Eres fruto de una cadena de cuidados y heridas. Reconocerlo es el primer paso para romper el círculo y regalar a la siguiente generación algo distinto: una presencia que acompaña sin resolverlo todo, que mira sin llenar el vacío que solo la vida puede atravesar.

Si te conmovió esto, compártelo. Abrir la conversación sobre nuestras raíces emocionales es el acto más valiente que una madre puede hacer por su familia.

— Kalefh Bañuelos,

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29/11/2025

Te recomiendo que leas está reflexión sobre la sobreprotección.El problema no es la sobreprotección… es la dinámica que ...
29/11/2025

Te recomiendo que leas está reflexión sobre la sobreprotección.

El problema no es la sobreprotección… es la dinámica que la sostiene

La sobreprotección suele señalarse como la causa de todo: “Si ella no lo protegiera tanto, él no consumiría”. Pero la verdad clínica es más compleja y, al mismo tiempo, más humana: la sobreprotección no es la raíz; es el síntoma visible de una relación que ya viene enferma de antes.

Cuando digo “dinámica”, me refiero a ese modo repetido en el que madre e hijo se relacionan: gestos, respuestas emocionales, expectativas y silencios que se sostienen en el tiempo. La madre sobreprotege porque algo dentro del vínculo le exige hacerlo: miedo profundo, culpa, la necesidad de sentirse útil, la creencia de que si ella no arregla todo, el mundo se vendrá abajo. Y el hijo lo acepta, lo utiliza, lo normaliza. Así se instala un circuito: él demanda, ella responde; él evade, ella resuelve; él no enfrenta, ella cubre.

Un ejemplo: La madre paga las deudas, llama al jefe y cubre las faltas. En casa, el hijo jamás ve la consecuencia real de su conducta. La madre lo hace “para evitarle más dolor”, pero en realidad está evitando que él experimente la consecuencia que lo podría mover hacia el cambio.

Otro ejemplo: En visitas al centro, la madre lleva comida, ropa y mensajes que el hijo no pidió. Ella sale tranquila, creyendo que así ayuda. Él, en lo profundo, registra: “si yo no me esfuerzo, alguien vendrá a hacerlo por mí”. La dinámica refuerza la dependencia emocional y la conducta adictiva.

¿Por qué muchas madres no pueden dejar de sobreproteger? Porque no es solo un acto voluntario: es una respuesta a su propio dolor. Muchas madres cargan una historia de abandono, de miedo a perder, de culpa por no haber hecho “lo suficiente”. La sobreprotección calma, momentáneamente, ese miedo. Tiene función: evita la crisis inmediata. Pero tiene un costo a largo plazo: perpetúa la inmadurez afectiva del hijo y la fatiga emocional de la madre.

La sobreprotección cura la culpa de la madre… y mantiene viva la enfermedad del vínculo.

No se trata de acusar ni de crear más culpa. Lo que propongo es mirarlo diferente:
— La sobreprotección es una señal: nos está diciendo que el vínculo necesita trabajo terapéutico.
— No es suficiente decir “deja de proteger”; hace falta permitir que la madre procese su miedo y que el hijo enfrente consecuencias en un entorno contenido.

Ejemplo 3: Cuando la familia empieza a aprender límites consistentes —sin castigarse ni aniquilarse— ocurre algo profundo: la madre descubre que puede sostener su miedo sin actuar inmediatamente sobre él; el hijo descubre que las consecuencias no le aniquilan, lo empujan a pensar. La dinámica cambia: menos rescates, más responsabilidades compartidas.

No es que la madre no quiera soltar; es que no le han enseñado a soltar sin sentir que se rompe.

Desde mi experiencia clínica: trabajar la dinámica requiere dos pasos simultáneos. Uno, acompañar a la madre para que sane su culpa, su miedo y su necesidad de control. Dos, poner límites claros y amorosos que permitan al hijo experimentar la vida con sus consecuencias. Ambos procesos son reparación: no borran el pasado, pero sí reconstruyen un presente donde el amor no se convierte en rescate constante.

Cierro con esto, que siempre digo en sesión: amar bien no es resolver todo; es acompañar sin sostener la vida del otro en tus manos. Eso no es frialdad: es responsabilidad afectiva. Y esa responsabilidad es la que, a la larga, puede liberar a la madre y al hijo de una dinámica que hoy los aprisiona.

— Kalefh

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