18/10/2025
La madrugada se rasgó con un estruendo que no fue trueno, sino el golpe frío de la fatalidad. Siete vidas se apagaron en el asfalto que prometía un destino y entregó solo el final. Con cada noticia, con cada rostro cubierto, el corazón de una comunidad se encoge en un n**o de dolor inmenso e irreparable.
Esta no es solo la historia de un accidente; es la historia de siete sillas vacías en el desayuno, siete futuros robados, siete almas que no volverán a casa. La tragedia ha sembrado una semilla de miedo profundo: el temor a que la carretera, que debe ser un puente, se convierta en una trampa mortal.
Ahora, mientras el luto nos ahoga, la voz se alza con una mezcla amarga de tristeza y exigencia. La calma jamás llegará para las familias, y la justicia se siente como una promesa lejana. Demandamos más que palabras: pedimos seguridad real, protocolos que valgan vidas y no solo papeles, y la presencia vigilante del gobierno en cada kilómetro de carretera.
El temor fundado ya vive en la mente de todos los que suben a un autobús de madrugada. Que la memoria de este en Sonora y Guaymas no sea en vano. Que el dolor se transforme en la fuerza para que jamás se repita esta historia.