24/10/2025
Desde la psicología, el cambio personal implica un proceso de reestructuración interna que desafía nuestras zonas de confort. El ser humano tiende a aferrarse a lo conocido, incluso cuando eso conocido ya no le sirve, porque la familiaridad ofrece una sensación de seguridad. Sin embargo, todo crecimiento auténtico requiere atravesar cierta incomodidad: la incertidumbre, la duda, el miedo a perder lo que se era.
Aceptar esa incomodidad no significa disfrutarla, sino reconocerla como una parte inevitable del proceso de evolución. Es la señal de que algo dentro de ti se está moviendo, de que viejas estructuras mentales, emocionales o conductuales están siendo cuestionadas.
Desde una perspectiva terapéutica, transformarse implica tolerar la ansiedad que produce lo nuevo, acompañarse con paciencia y compasión, y confiar en que el malestar no es retroceso, sino evidencia de movimiento.
El cambio deja de ser una amenaza cuando entendemos que la incomodidad no nos destruye, sino que nos revela.
Muchas veces confundimos el malestar del cambio con una señal de error, cuando en realidad es una parte natural del proceso de crecimiento. La incomodidad es el territorio donde dejamos atrás viejos patrones, creencias o hábitos que ya no nos sirven, y esa transición rara vez se siente fácil. Sin embargo, es precisamente ese espacio de tensión donde se gesta la transformación más profunda.
Aceptar la incomodidad como parte del camino te permite sostenerte con paciencia mientras lo nuevo se construye. El crecimiento emocional, psicológico o espiritual no surge de permanecer en lo que es seguro, sino de atreverte a transitar lo desconocido con curiosidad y apertura. Cuando entiendes esto, ya no huyes del malestar ni lo ves como enemigo, sino como una señal de que estás avanzando hacia una versión más consciente y coherente de ti mismo.
Además, comprender que el cambio no siempre se siente cómodo te enseña a cultivar la autocompasión. En lugar de exigirte sentirte bien todo el tiempo, aprendes a acompañarte con amabilidad en medio de la confusión o el miedo. Esa disposición a permanecer presente, incluso cuando duele, es lo que permite que la transformación sea real y duradera. Porque al final, no se trata de eliminar la incomodidad, sino de descubrir en ella la fortaleza y la claridad que te impulsan a seguir creciendo.