15/11/2025
La culpa puede volverse especialmente intensa cuando se trata de poner límites en las relaciones, sobre todo en una amistad que ya no encaja con quién eres o con hacia dónde quieres ir. Muchas veces sabes que esa conexión ya no contribuye a tu crecimiento, que te drena o te desvía de tus objetivos, pero aun así te quedas. No por amor real, sino por miedo a herir, por esa sensación incómoda de estar “fallando” a alguien.
El problema es que la culpa, cuando no la cuestionas, te hace cargar con una responsabilidad que no es completamente tuya. Te convence de que elegir por tu bienestar es egoísta. Te empuja a sostener vínculos que ya no te sostienen a ti. Y mientras tanto, te aleja de cuidar tu propio espacio emocional, mental y vital. Te deja atrapado entre lo que sabes que necesitas y lo que temes provocar.
Gestionar esa culpa no significa volverte frío ni indiferente, sino entender que honrar tus límites también es un acto de honestidad y de respeto hacia ti y hacia la otra persona. Forzar una amistad por obligación solo genera desgaste y silencios incómodos. En cambio, permitirte reconocer que una etapa ha terminado abre la puerta a relaciones más alineadas, más sanas y más auténticas.
Soltar una amistad no invalida lo que alguna vez significó. Solo reconoce que ambos han cambiado. Y aunque duela, priorizar tu bienestar no es lastimar a alguien: es cuidarte a ti, y a veces también evitar sostener vínculos que, por inercia, podrían dañarlos a los dos. La culpa se suaviza cuando entiendes que elegir tu camino no es traicionar a nadie, sino ser fiel a ti mismo.