28/11/2025
Tener una pareja que ejerce su paternidad de manera responsable y presente no debería sentirse como un privilegio, pero a veces, inevitablemente, así se siente.
Y eso dice mucho más de la sociedad que de nosotras.
Porque cuando lo natural sería compartir la crianza, la carga emocional y las decisiones del día a día, muchas mujeres han tenido que normalizar la soledad.
Han aprendido a funcionar sin apoyo, sin pausa y sin relevo.
Han llevado en silencio tareas que deberían ser compartidas.
Por eso, cuando aparece un compañero que está, que sostiene, que se involucra sin que se lo pidan, que reconoce la paternidad como parte central de su vida
—y no como un “extra” que se ofrece cuando sobra tiempo—
algo en nosotras se conmueve.
No porque sea un acto heroico, sino porque nos recuerda lo poco que se ha valorado históricamente la corresponsabilidad.
La presencia de un padre no es un lujo.
La paternidad activa no es un premio.
Es una responsabilidad esencial, tan básica como respirar dentro de una familia.
Y sin embargo, muchas veces sorprende.
Y agradece.
Y hasta emociona.
Tal vez el verdadero cambio empezará cuando dejemos de mirar la paternidad presente como algo excepcional
y podamos verla simplemente como lo que siempre tuvo que ser:
una forma justa, humana y compartida de acompañar la vida que crece entre los dos.