07/11/2025
Cuando te quejas una y otra vez, tu cerebro no solo expresa una emoción: refuerza un circuito de reacción.
Cada pensamiento repetido activa las mismas neuronas, y esas conexiones se fortalecen con el uso.
Es lo que la ciencia llama neuroplasticidad: las rutas que más se activan se vuelven más eficientes y automáticas.
Si repites lo negativo, esas redes se vuelven más sensibles. No es "tu carácter", es biología. Tu sistema nervioso aprende a anticipar lo que amenaza o molesta, incluso antes de que ocurra. Y eso te mantiene en modo alerta, con más tensión y menos calma.
La buena noticia es que también puedes entrenar lo contrario.
Cuando practicas gratitud, observas tu respiración o reconoces algo que salió bien, activas otras redes: las del equilibrio y la regulación.
Con el tiempo, esa práctica fortalece la conexión entre la corteza prefrontal (que regula emociones y decisiones) y la amígdala (que detecta amenazas).
Esa comunicación más fuerte hace que el cerebro responda con más control y menos reacción ante los mismos estímulos que antes te alteraban.
No se trata de negar lo que duele, sino de enseñarle al cerebro a no quedarse atrapado ahí.
Cada pensamiento es una señal que deja huella.
Y con práctica, puedes hacer que esas huellas te lleven a un lugar más estable, no más tenso.