18/10/2025
Durante mucho tiempo creímos que estudiar era garantía de éxito. Que obtener un título nos aseguraba un futuro estable, un buen trabajo y reconocimiento.
Pero hoy, incluso con más personas graduadas que nunca, muchos jóvenes se enfrentan a empleos precarios, entornos inciertos y a la sensación de no estar realmente preparados para la vida que les espera.
El problema no es que vayan a la universidad, sino qué y cómo están aprendiendo ahí.
El problema es que seguimos formando para pasar exámenes, para entregar, para cumplir, para aprobar y sacar 10. Seguimos educando para memorizar respuestas, no para hacerse preguntas. Y seguimos viendo el conocimiento fragmentado por materias, como si la vida real llegara dividida en asignaturas.
Mientras tanto, el mundo laboral cambia a una velocidad que la escuela no alcanza.
Las empresas ya no buscan solo títulos: buscan personas capaces de aprender, comunicar, resolver problemas y trabajar con otros. Buscan criterio, empatía, adaptabilidad.
Y esas habilidades, las que realmente marcan la diferencia cuando se evalúa a un candidato o se otorga una promoción, no se enseñaron en la escuela.
Mientras no comprendamos que la educación no puede seguir centrada en acumular información, les seguiremos quedando a deber a nuestros jóvenes.
Necesitamos entender que nuestra labor ahora es formar personas que piensen, sientan y actúen con conciencia.
Que sepan aprender por sí mismas, trabajar con otros y adaptarse al cambio.
Eso implica transformar las aulas en espacios donde se aprende haciendo, sintiendo y reflexionando, no solo escuchando. Donde equivocarse sea parte del proceso, y no un motivo de vergüenza.
Porque preparar para la vida significa mucho más que preparar para un examen.
Y sí… un título puede abrir una puerta,
pero solo las habilidades humanas permiten cruzarla y construir algo valioso del otro lado.
No necesitamos menos educación.
Necesitamos una educación distinta, una que forme personas curiosas, conscientes y preparadas para un mundo que ya cambió.
MO