23/11/2025
Si vendes servicios, tienes que construir tu propio monopolio.
Deja de cobrar como lo hacen todos…
La forma en que cobras revela tu lugar en la competencia profesional… y tu lugar en tu propia mente. En este juego solo hay dos estilos: cobrar como pobre o cobrar como rico.
Cobrar como pobre es cobrar con miedo. Hablas de más, justificas, bajas el precio antes de tiempo, pides perdón con el tono… y crees que el cliente se “asustará” con tu tarifa.
El miedo te vuelve barato.
Cobrar como rico es cobrar desde la claridad. Sabes que el precio no es lo que tú vales, sino lo que vale el problema que resuelves. Sabes que el precio filtra. Sabes que protege tu energía.
Y aquí viene la verdad incómoda: Un cliente que paga poco siempre termina costando más: duda, exige, pide explicaciones, necesita seguimiento, quiere que lo convenzas para dar cada paso. En el fondo, no sabe lo que quiere o no está valorando lo que puede obtener.
El que paga bien sabe lo que busca y justamente por eso está dispuesto a pagar bien. Además, el cliente barato te mantiene en un ecosistema donde no puedes crecer.
Muchas veces mientras más barato cobras, más garantías te piden:
“¿Y si no funciona?”
“¿Y si no me gusta?”
“¿Qué me asegura que…?”
El que menos paga es el que exige más seguridad.
Entonces, la verdadera pregunta no es “¿cuánto cobras?” La verdadera pregunta es: ¿desde qué identidad cobras? ¿Cobras para sobrevivir o cobras para construir?
Porque el que paga poco no compra valor. Compra alivio emocional. Compra precio bajo. Compra tu tiempo, tu energía y tu paciencia.
El que paga bien compra transformación. Compra velocidad. Compra decisión.
Tienes que hacer ese cambio de identidad: no vendes horas, ni servicios; vendes soluciones con un impacto económico real.
Un abogado pobre dice:
“Mi hora vale 100 dólares.”
El abogado rico dice:
“Resolver su caso cuesta 5 mil.”
“¿Pero por qué tanto?”, pregunta el cliente.
“Porque la verdadera pregunta es: ¿cuánto le costará seguir con ese problema?”
El precio no se define por tu esfuerzo, ni por las horas de trabajo que te lleva, ni por lo que te cuesta; se define por la diferencia que hará eso en la vida del cliente y por cómo te has posicionado en el mercado.
“Señor, le dijo Lucky Luciano al contador – no me importa si usted me cobra cinco mil o diez mil. Si resuelve ese problema puedo pagarle veinte mil sin pestañear.”
Ese es el juego. El juego de los que cobran para construir.
- ENFOQUE VETERINARIO -