24/10/2025
La traición hiere profundamente porque nace cerca del alma. No solo se quiebra una confianza, también se estremecen los cimientos de lo que uno entregó con sinceridad. Duele porque vino de quien tenía acceso al corazón. Y cuando eso ocurre, algo dentro de nosotros siente que se desploma.
Sin embargo, aunque la traición lastima, también despierta. Dios permite que ciertas verdades salgan a la luz para apartarnos de lo falso y guiarnos hacia lo genuino. Lo que parecía lealtad se revela engaño; lo que parecía amor, se muestra interés; lo que parecía compañía, se desenmascara como sombra. Y aunque ese descubrimiento duele, también libera.
Sanar no es hacer como si nada pasó, sino entregar el dolor a Dios para que Él lo transforme. No es vivir con rencor, sino permitir que el Señor convierta la herida en entendimiento, y el tropiezo en dirección. La traición deja lecciones que purifican el corazón: aprender a discernir, a confiar con sabiduría y a mantener la nobleza aunque otros no la hayan tenido.
A veces, la traición no es un final… es un rescate. Una puerta que Dios cierra para protegerte, un movimiento que te aparta del lugar equivocado, un impulso que te conduce hacia propósitos más altos. Porque la fidelidad que realmente sostiene la vida no viene de manos humanas, sino del Padre que nunca falla.
✨ “El Señor está cerca de los quebrantados de corazón; y salva a los de espíritu abatido.” — Salmos 34:18