30/11/2025
Si pudiera sentarme frente a la mujer que fui a los 25… la abrazaría antes de decirle cualquier cosa.
La abrazaría porque sé lo que viene:
las decisiones difíciles, los silencios que pesan, las noches en las que una se pregunta si está fallando… y también los capítulos que duelen tanto que cambian el rumbo de tu vida.
Yo pensé que tenía todo “bajo control”. Que aguantar era sinónimo de madurez, que callarme lo que sentía era una forma de cuidar a los demás, que ponerme al final de mi lista era algo normal.
Y la vida se encargó de mostrarme lo contrario.
Mi divorcio fue una de las etapas más duras. No por el rompimiento en sí, sino por lo que significó:
aceptar que estaba viviendo una vida donde yo ya no estaba.
Donde mi cuerpo hablaba y yo no lo escuchaba, donde mi tiroides gritaba lo que mi corazón aún no se atrevía a decir.
Aprendí a la fuerza que el cuerpo no miente, que la fatiga, la ansiedad, la irritabilidad, los cambios hormonales… no eran “cosas mías”, eran señales.
Aprendí que descansar no es rendirse.
Que cuidarme no es egoísmo.
Que empezar de nuevo no es fracaso.
Y que cuando una mujer se elige, su vida entera empieza a acomodarse de formas que antes parecían imposibles.
Hoy, después de haber acompañado a miles de mujeres, y de haberme acompañado a mí misma en mis procesos, solo quiero decirte algo:
No tienes que ser perfecta para sanar. ✨
Solo necesitas empezar a escucharte… un poquito más.
Tu cuerpo habla, tus emociones hablan, tu intuición habla. Y aunque a veces dé miedo,
la vida siempre se acomoda a favor de las mujeres que se eligen.
Cuéntame abajo:
¿Qué le dirías tú a tu versión de 25 años? 💛