14/11/2025
Comer en exceso por la noche no solo afecta la digestión y el sueño, sino que también altera profundamente el ritmo circadiano, un sistema biológico interno que regula procesos vitales como el metabolismo, la liberación hormonal y la función hepática. Nuestro cuerpo está programado para procesar los alimentos de forma más eficiente durante el día, cuando la actividad metabólica es más alta, y para descansar y reparar tejidos durante la noche. Cuando ingerimos grandes cantidades de comida en horarios tardíos, obligamos a los órganos —especialmente al hígado— a trabajar contra su reloj natural, generando desajustes que impactan la salud metabólica a mediano y largo plazo.
El hígado, encargado de metabolizar nutrientes, detoxificar sustancias y regular el equilibrio de glucosa y grasas, sigue un patrón circadiano preciso. Durante la noche, su actividad se orienta a procesos de reparación celular, regulación hormonal y mantenimiento del equilibrio interno. Sin embargo, cuando recibe grandes cargas de comida antes de dormir, debe desviar recursos hacia la digestión y metabolización, lo que interrumpe su ciclo natural de descanso. Este cambio forzado afecta la sensibilidad a la insulina, incrementa la acumulación de grasa hepática y favorece la aparición de inflamación metabólica, factores que se relacionan con el desarrollo de hígado graso y resistencia a la insulina.
Estudios realizados en cronobiología han demostrado que las comidas excesivamente copiosas por la noche elevan desproporcionadamente los niveles de glucosa y triglicéridos, debido a que la respuesta metabólica nocturna es más lenta. El organismo procesa la energía de manera menos eficiente, almacenando una mayor cantidad en forma de grasa. Además, las hormonas relacionadas con el apetito —como la leptina y la grelina— también se alteran, favoreciendo ciclos de hambre tardía y desregulación del control del apetito.
El impacto sobre el ritmo circadiano no se limita solo al metabolismo; también afecta la calidad del sueño. Comer en exceso antes de acostarse puede generar reflujo, sensación de pesadez, interrupciones del sueño y menor descanso profundo. La falta de sueño reparador a su vez deteriora aún más el metabolismo, generando un círculo vicioso entre alimentación nocturna, mal descanso y alteraciones hepáticas.
En conclusión, comer en exceso por la noche no es un simple mal hábito, sino un factor que desajusta el reloj biológico, interfiere con la función hepática y favorece trastornos metabólicos importantes. Respetar los horarios naturales del cuerpo, priorizar cenas ligeras y mantener una alimentación equilibrada durante el día son estrategias clave para proteger el ritmo circadiano, mejorar la salud del hígado y optimizar el metabolismo a largo plazo.