12/11/2025
Hace poco se identificó la huella de una tormenta solar extraordinaria ocurrida hace unos 14 300 años, al final de la última glaciación. ¿Cómo se sabe? Cuando el Sol lanza una avalancha extrema de partículas energéticas, estas chocan con la atmósfera y “fabrican” isótopos como el carbono-14, el berilio-10 y el cloro-36. El carbono-14 pasa al CO₂ y, ese mismo año, queda atrapado en el anillo anual de crecimiento de los árboles; el berilio y el cloro quedan preservados en capas de hielo. En árboles subfósiles europeos y en núcleos de hielo de Groenlandia se observó un aumento abrupto y sincronizado de estos isótopos: una firma química nítida de un evento solar extremo. No es una marca visible a simple vista, sino un cambio medible en la composición isotópica.
Los análisis apuntan a que fue el evento de partículas solares más grande detectado en los registros naturales disponibles, superando con claridad al famoso evento de Carrington de 1859 y probablemente también al de los años 774/775. En aquella época no había redes eléctricas ni satélites que pudieran dañarse, pero, de ocurrir hoy, un episodio de esa magnitud podría saturar sistemas de navegación y comunicaciones, afectar satélites y líneas de alta tensión, e incrementar las dosis de radiación en rutas aéreas polares y en el espacio.
El hallazgo es importante por dos razones: confirma que el Sol puede producir estallidos mucho más intensos que los observados instrumentalmente en la era moderna, y demuestra el valor de los “archivos naturales” —anillos de árboles y hielo— para reconstruir con precisión la historia del clima espacial de la Tierra.