Mario Rojas Psicoterapia Corporal y Gestalt

Mario Rojas Psicoterapia Corporal y Gestalt Terapeuta Gestalt por la Escuela Gestalt Viva de Claudio Naranjo; Formación en Masaje Psicoterapéutico.

En la sociedad actual se aplaude el cortar las raíces. “Necesitamos ser libres”, dicen algunos oradores y exponentes mod...
12/11/2025

En la sociedad actual se aplaude el cortar las raíces. “Necesitamos ser libres”, dicen algunos oradores y exponentes modernos, como si la libertad consistiera en una amputación. Se ha vuelto casi un dogma espiritual eso de que “dentro de ti están todas las respuestas, no necesitas a nadie más”. Pero esa idea, tan atractiva para el ego moderno, suele esconder una confusión: no es lo mismo liberarse que aislarse. No es lo mismo emanciparse que negar de dónde venimos.

¿Para qué nos quieren con las raíces cortadas?
Un árbol sin raíces no puede nutrirse; puede parecer útil como leña o como madera, pero ya no tiene vida propia. Así nos sucede cuando cortamos los lazos con nuestros orígenes: perdemos la fuente viva que nos sostiene, y en su lugar nos llenamos de conceptos, de autosuficiencias huecas, de espiritualidades que flotan pero no encarnan.

Estamos tan acostumbrados a vivir desde esa desconexión que ya no necesitamos que nadie nos la imponga: nos la infligimos a diario. Nos escondemos de la mirada de nuestros padres, nos hacemos los ocupados para no sentir su ausencia o el dolor de lo que faltó. Decimos “yo ya superé eso”, pero en realidad sólo nos arrancamos del suelo de nuestra historia. Y desde ahí, desde esa raíz herida, juzgamos a quienes nos dieron la vida: “fueron esto o aquello cuando yo era niño”.

Pero cuando nos atrevemos a mirar con compasión, entendemos que nuestros padres fueron también víctimas de su tiempo y de sus propias carencias. Que en cada generación se hereda no sólo la vida, sino también la confusión y el miedo. Y que sanar no significa negar a los padres, sino reconciliarnos con la humanidad que compartimos con ellos.

Como decía Claudio Naranjo, gran parte de nuestra neurosis nace de la ceguera frente a las figuras parentales que llevamos dentro. Mientras sigamos odiando o idealizando a nuestros padres, seguimos presos de ellos en el inconsciente. El verdadero trabajo interior no es deshacerse de las figuras parentales, sino transformarlas dentro de nosotros, para que el padre interior deje de ser juez y se convierta en guía, y la madre interior deje de ser carente o sobreprotectora para transformarse en una fuente de ternura.

La ambición, el deseo de dominar, de tener razón, de escapar del dolor, no nos han llevado a buenos lugares. Nos han hecho creer que el poder está fuera, que la independencia es un fin, cuando la verdadera libertad surge de reconciliar lo que está roto en nosotros.
Por eso, mientras sigamos intentando conquistar el mundo sin reconciliar a nuestra madre y a nuestro padre interiores, seguiremos habitando una sociedad de máscaras: relaciones vacías, vínculos por conveniencia, corazones blindados que temen el contacto.

Necesitamos una contracultura del alma que nos reeduque hacia el amor y la compasión. Una revolución silenciosa que comience dentro de cada uno, cuando nos atrevemos a mirar la herida original sin defendernos. Cuando dejamos que la rabia contenida tenga voz, no para destruir, sino para liberar el espacio donde pueda florecer el amor verdadero.
Porque solo cuando dejamos de negar nuestra historia y permitimos que el dolor se exprese, puede nacer esa ternura madura que no idealiza ni condena, sino que comprende y abraza.

Y en ese abrazo comienza el verdadero camino de la sanación.

Mario.

El sacrificio del niño interior y el desequilibrio de los centrosSi vamos más allá de la violencia externa que vemos en ...
05/11/2025

El sacrificio del niño interior y el desequilibrio de los centros

Si vamos más allá de la violencia externa que vemos en la educación —bullying, discriminación, imposición, presión por resultados— encontramos algo más silencioso y profundo: una violencia estructural contra nuestra propia naturaleza interna. Es una violencia que empieza tan temprano y se repite tantas veces que llega a sentirse “normal”.

Desde pequeños, todos tenemos un centro instintivo vivo, que no es solo el cuerpo físico, sino también esa parte de nosotros que quiere explorar, tocar, probar, gritar, correr, equivocarse y aprender desde la experiencia. Ese centro es el territorio del niño interior: curioso, espontáneo, creativo, con una energía que no pregunta si algo está “permitido” o no, porque su brújula es la vida misma.
La educación tradicional, sin darse cuenta o sin querer verlo, sacrifica sistemáticamente al niño interior. Lo obliga a quedarse sentado horas, a callar cuando quiere hablar, a memorizar lo que no le interesa, a obedecer sin preguntar. Y lo hace con castigos, con burlas o con esa mirada desaprobatoria que queda tatuada en la memoria corporal. Ahí comienza una forma de violencia que ya no necesita golpes: basta con apagar la chispa.

Por otro lado, tenemos el centro emocional, que en su estado natural encarna la compasión, la empatía, la capacidad de sentir junto con otros. Este es el territorio de la madre interior: la que abraza, sostiene, protege y entiende. Pero en el sistema educativo, esa madre interior es la gran ausente. El espacio para hablar de lo que sentimos es mínimo o nulo, y cuando se da, suele ser controlado, evaluado, o interrumpido por la urgencia de “terminar el programa”. Sin la madre interior activa, dejamos de cuidarnos y de cuidar a otros desde un lugar genuino. Los vínculos se vuelven funcionales, utilitarios, o incluso competitivos, porque hemos aprendido que el valor personal está más en el rendimiento que en el sentir.

En cambio, el centro racional es el gran protagonista. Ahí vive la figura del padre interior: el que dicta normas, pone límites, estructura, mide, evalúa, clasifica. En equilibrio, este padre es necesario: nos da orientación, nos ayuda a planear, a organizar la vida. Pero en el modelo educativo actual, el padre interior es hipertrofiado y absolutista. Se le da la autoridad de regirlo todo, incluso lo que no es de su terreno: el juego, la curiosidad, la sensibilidad.
Así, el padre interior no solo organiza: acota, castra, dogmatiza. Nos enseña que “pensar bien” es más importante que sentir bien, que ser “correcto” es más valioso que ser auténtico. Y ese desequilibrio no se queda en la escuela: lo llevamos a la vida adulta, creyendo que la mente debe gobernar sola, mientras el cuerpo y el corazón quedan como siervos sin voz.

El resultado es un adulto desconectado de sus raíces instintivas y emocionales, que vive con la sensación de estar incompleto, aunque no siempre pueda nombrarlo. Y esa incompletitud, muchas veces, la convertimos en violencia: hacia nosotros mismos, hacia otros, o hacia el mundo, repitiendo en automático lo que una vez nos hicieron.

14/09/2025

Hablar de la “resistencia” en terapia Gestalt es hablar de un fenómeno natural en todo proceso terapéutico, no como un obstáculo que haya que vencer, sino como una expresión de la forma en que la persona se protege, se regula y se mantiene en equilibrio.

En Gestalt, la resistencia no se entiende como una traba negativa, sino como un mecanismo de contacto: una manera en que el organismo intenta cuidar su integridad frente a lo desconocido, lo doloroso o lo que siente como amenaza.

Es hablar de:

Autoprotección: la resistencia surge para evitar un contacto que podría sentirse abrumador o demasiado rápido.

Creatividad interrumpida: muchas veces lo que llamamos resistencia es un intento creativo del organismo que quedó congelado en algún punto.

El “cómo” del presente: en lugar de ver la resistencia como algo que oculta, en Gestalt se trabaja con cómo aparece aquí y ahora (interrupción del contacto, evitación, chistes, silencios, intelectualización, etc.).

Relación: la resistencia también muestra la forma en que la persona se relaciona consigo misma y con el terapeuta.

Por eso, hablar de resistencia en Gestalt es hablar de la forma en que alguien está mostrando su ritmo, su miedo, su defensa y, a la vez, su deseo de acercarse. No se trata de quitar la resistencia, sino de acompañarla, hacerla consciente y transformarla en un recurso para el crecimiento.

09/09/2025
06/08/2025

LA VIOLENCIA QUE NO PARECE VIOLENCIA

Veo violencia en el mundo.
Violencia en mi continente.
Veo violencia en mi país.
Violencia en mi estado.
Veo violencia en mi ciudad.
Violencia en mi colonia.
Veo violencia en mi familia.
Pero casi no veo la Violencia en mi interior.

No es solo un poema. Es un mapa. Un camino que empieza afuera y termina adentro. O quizá empieza adentro y termina afuera. No lo sé. Pero están conectados.

Cuando pienso en la palabra “violencia”, vienen primero las imágenes de siempre: guerras, asesinatos, abuso, robos, gritos, golpes. Lo evidente. Lo que duele y se ve. Lo que escandaliza. Lo que sale en las noticias. Pero si uno se queda ahí, se pierde la otra cara. La más peligrosa. La que ya no se reconoce como violencia porque se volvió costumbre. O peor: virtud.

Vivimos en sociedades que valoran el control, la compostura, la lógica, el cumplimiento de normas. Y no está mal. Gracias a eso no nos estamos matando en la calle todos los días. Pero también gracias a eso, desde niños, empezamos a desconectarnos de algo más profundo. De lo instintivo. Del impulso. De la emoción cruda. De la expresión espontánea. Y eso también es una forma de violencia.

Nos van enseñando a portarnos bien, a no hacer “berrinches”, a sentarnos derechitos, a pedir permiso para ir al baño, a no llorar en público, a no levantar la voz. Vamos internalizando la idea de que lo que somos, tal como es, es demasiado. Que hay que pulirnos, domesticarnos. Y lo hacemos. Porque queremos amor. Queremos aprobación. Queremos pertenecer.

Pero eso deja una marca.

Nos vamos moldeando a la medida de lo aceptado. Y lo que sobra, lo que estorba, lo que no encaja, lo metemos bajo la alfombra. Lo reprimimos. Lo disociamos. Lo negamos. Nos convertimos en una especie de personaje funcional: amable, correcto, eficiente… pero fracturado por dentro. Un personaje que sonríe mientras por dentro grita. Que se adapta, pero con el costo de estar amputado emocionalmente.

Esa violencia, la de amputarse a uno mismo, no se ve. Pero opera todo el tiempo. Y es muy sutil.

Por ejemplo, cuando no decimos lo que sentimos por miedo a incomodar.
Cuando forzamos una sonrisa en lugar de permitirnos el llanto.
Cuando nos tragamos el enojo.
Cuando pedimos disculpas por tener una necesidad.
Cuando minimizamos nuestro dolor porque “hay gente que está peor”.
Cuando forzamos relaciones que ya se rompieron.
Cuando aguantamos trabajos que nos matan el alma.
Todo eso también es violencia. No de la escandalosa. Pero sí de la que deja cicatrices profundas.

Y como lo hacemos con nosotros, también lo hacemos con los demás.

Nos volvemos jueces silenciosos del impulso ajeno. Nos incomoda el que se permite sentir, llorar, gritar. Nos parece “inmaduro”, “poco profesional”, “demasiado intenso”. Porque su libertad toca nuestras propias cadenas. Porque su autenticidad desentierra lo que tuvimos que enterrar. Entonces también la reprimimos afuera. La cortamos. La corregimos. O nos alejamos.

Lo más grave es que todo esto se ha vuelto tan normal que ya nadie lo cuestiona. Lo llamamos madurez. O inteligencia emocional. O civilización. Y sí, en parte lo es. Pero también es el síntoma de una desconexión enorme con nuestra naturaleza.

Se nos ha olvidado que somos animales. Animales que sienten. Que gritan. Que desean. Que tiemblan. Y que cuando reprimen todo eso por años, revientan. A veces hacia adentro: ansiedad, depresión, enfermedades. A veces hacia afuera: relaciones rotas, violencia pasiva, estallidos. O simplemente una vida vivida en automático, sin fuerza vital.

Lo que quiero decir es esto: hay violencia incluso en lo que no parece violencia. En lo que el mundo aplaude. En la persona que parece tener todo bajo control pero ya no siente nada. En la que siempre está disponible para otros pero nunca para sí. En la que dejó de cuestionar porque ya aprendió a obedecer.

Y sí, esa violencia se hereda. Porque si yo estoy cortado por dentro, sin darme cuenta, voy a cortar también a los demás. A mi pareja. A mis hijos. A mis amigos. No por maldad. Por repetición. Porque eso es lo que aprendí. Porque eso es lo que el mundo me enseñó que era lo correcto.

Entonces, ¿qué hacemos?

Lo primero es ver. Darnos cuenta. Darnos cuenta de cómo hemos normalizado la auto-represión, la obediencia, el miedo.
Lo segundo es sentir. Volver al cuerpo. Escuchar lo que ahí sigue gritando. Lo que no se dijo. Lo que no se lloró.
Lo tercero es elegir. Ver qué queremos seguir sosteniendo y qué ya no. Con valentía. Porque recuperar la fuerza también da miedo.

Esto no se trata de volvernos salvajes sin filtro. Ni de rechazar la estructura. Se trata de encontrar un equilibrio más honesto.
Uno donde podamos ser civilizados sin estar castrados.
Donde podamos contener sin reprimir.
Donde podamos ser personas completas, no personajes correctos.

Porque mientras la violencia más peligrosa siga siendo invisible, seguirá siendo invencible.

07/05/2025
Círculo de Hombres: Encuentro de Conexión y ReflexiónLas dos sesiones anteriores han sido verdaderamente enriquecedoras....
01/05/2025

Círculo de Hombres: Encuentro de Conexión y Reflexión

Las dos sesiones anteriores han sido verdaderamente enriquecedoras. Juntos exploramos nuestras creencias y emociones en torno a las relaciones y nos adentramos en temas tan profundos como la vida y la muerte. Cada voz, cada experiencia, ha sido valorada por igual, demostrando que en este círculo nadie posee más sabiduría que otro; todos contribuimos y aprendemos en un ambiente de respeto y apertura.

Te invitamos a seguir sumando experiencias y a continuar este camino de autoconocimiento y acompañamiento mutuo.

Próximo encuentro:
📆 22 de mayo
⏰ De 12:00 a 15:00
📍 COWORKING 202

Ven y comparte tu perspectiva en un espacio diseñado para conectar, cuestionar y crecer juntos.

¡Contamos contigo para seguir transformando la experiencia de ser hombre en comunidad!

04/04/2025
,¿Qué emociones identificas que están más presentes en tu vida últimamente?
24/03/2025

,¿Qué emociones identificas que están más presentes en tu vida últimamente?

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