12/10/2025
La esquizofrenia, el grito del alma frente a lo inabordable 🤐
La llamada esquizofrenia no es una enfermedad en el sentido clásico. Es, más bien, un mecanismo de defensa ante una realidad que el sujeto no puede simbolizar ni procesar. El individuo se desgarra entre mundos porque el suyo se ha vuelto insoportable. Como señaló Ronald D. Laing, uno de los psiquiatras más lúcidos del siglo XX: “La locura es una forma de adaptación a un mundo enfermo” (El yo dividido, 1960).
En esa obra fundamental, Laing explica que lo que denominamos “enfermedad mental” puede ser, en verdad, “la forma que tiene la persona de conservar una identidad cuando la realidad le resulta inaceptable”. El yo se divide, no por defecto, sino por defensa y una parte busca sobrevivir al dolor, mientras la otra se refugia en un mundo interior donde el alma aún respira.
La psiquiatría, desde su origen, ha funcionado más como aparato de control que como ciencia del alma. Michel Foucault, en Historia de la locura en la época clásica, mostró que el “loco” fue encerrado no por enfermo, sino por incomodar el orden social. El diagnóstico psiquiátrico se convirtió en una etiqueta, un modo de acallar la diferencia bajo un nombre clínico. Así, el esquizofrénico pasó de ser un ser humano en crisis a un “paciente crónico”.
Thomas Szasz, en El mito de la enfermedad mental, fue aún más tajante: “La esquizofrenia no es una enfermedad, sino una metáfora. Nadie ha demostrado jamás que el llamado esquizofrénico padezca una lesión cerebral”. Lo que la psiquiatría llama síntoma puede entenderse, desde un punto de vista existencial, como el intento desesperado del sujeto de reorganizar su mundo interior cuando la realidad externa se vuelve intolerable.
Para el psicoanálisis, la psicosis no es una falla biológica, sino una defensa. Freud y luego Lacan vieron en la esquizofrenia un modo radical de preservar la identidad cuando el Otro, el orden simbólico, la sociedad, la familia, se vuelve demasiado amenazante. La alucinación, el delirio o la desconexión son intentos de crear un nuevo sentido, una nueva lógica donde refugiarse.
La psiquiatría moderna, en cambio, responde con etiquetas y fármacos. Nombra, clasifica, neutraliza. Como advirtió Erich Fromm, “hemos aprendido a curar el cuerpo, pero hemos olvidado el alma”. Los fármacos pueden calmar el síntoma, pero no abordan la raíz del conflicto, que es la fractura entre el sujeto y el mundo. Afirmo, la medicación no cura, adormece.
El esquizofrénico, entonces, no está “fuera” de la realidad, está intentando construir una propia. Su mente, lejos de estar rota, busca restaurar sentido en medio del caos. En su aparente desconexión hay una sabiduría trágica, que es la de quien percibe más de lo que puede sostener.
Curar no es silenciar. Es escuchar lo que el alma grita detrás del delirio. La esquizofrenia no es el fin de la razón, sino su último intento por sobrevivir a un mundo que ya no ofrece respuestas.
Julio César Cháves