18/11/2025
Hay historias que parecen de terror…
pero en realidad hablan del corazón humano.
“Frankenstein”, en la mirada sensible de Guillermo del Toro, no es una película de monstruos.
Es la historia de un hijo que nace sin que lo pidan, que llega al mundo sin protección…
y que lo primero que recibe no es un abrazo, sino un rechazo.
Es la historia de cualquiera que alguna vez sintió:
“Si mi padre me mira con miedo, con juicio o con distancia… debe haber algo mal en mí.”
La criatura de Frankenstein no nace con maldad.
Nace con un vacío.
Nace con hambre de pertenencia, con necesidad de una mirada que lo sostenga.
Como todos nosotros.
Cuando nadie lo acepta, se rompe.
Cuando lo tratan con humanidad, florece.
Porque así somos los seres humanos:
lo que recibimos se vuelve nuestro destino, a menos que tengamos el valor de sanarlo.
El verdadero monstruo nunca fue el hijo.
El verdadero monstruo es la incapacidad de amar lo que uno mismo crea.
La incapacidad de sostener, de reconocer, de mirar más allá de las formas.
Frankenstein es un espejo de la herida del padre:
del abandono, del rechazo, de la soledad y de la eterna pregunta que arrastramos de niños a adultos:
“¿Soy digno de ser amado tal como soy?”
Esa es la herida más profunda.
Y también es la puerta más poderosa hacia la sanación.
Porque no importa cómo empezó tu historia…
siempre estás a tiempo de darte lo que no recibiste.
Siempre estás a tiempo de dejar de verte como “lo que alguien no pudo amar”
y comenzar a verte como lo que siempre fuiste:
✨ Un alma que merece pertenecer.
✨ Un corazón que merece ser visto.
✨ Un ser que vino a amar y ser amado.
Que esta historia te recuerde que tu valor no depende del reconocimiento de un padre ausente o de una familia que no supo sostenerte.
Tú no naciste para ser rechazado.
Naciste para despertar.
Y cuando sanas la herida…
cuando miras tu propio dolor con compasión…
la criatura interna deja de vagar
y por fin encuentra hogar en ti.
✍🏻 Nury Menlop.