23/10/2025
(Cuando el TDAH aprende a sobrevivir con narcisismo)
No todos los hijos con TDAH son dulces, impulsivos y distraídos. Algunos son hirientes. Algunos aprendieron a protegerse atacando primero. No porque sean crueles, sino porque viven a la defensiva, todo el tiempo, incluso dentro de casa.
Y eso es lo que muchas familias no se atreven a contar. Porque desde fuera, todos opinan. Te dicen que le pongas límites, que no lo consientas tanto, que necesita disciplina. Pero nadie ve lo que pasa en casa cuando ese hijo te habla con desprecio, te desafía sin motivo, y tú, agotado, tratas de mantener la calma para no convertirte en su enemigo.
El TDAH mal gestionado puede generar heridas internas profundas: frustración crónica, sensación de fracaso, comparaciones constantes y rechazo social. Cuando eso ocurre, muchos desarrollan rasgos narcisistas como mecanismo de defensa.
No porque se crean superiores, sino porque no soportan sentirse inferiores. Es una manera torpe de controlar algo en un mundo donde todo se les escapa. Y así comienzan las contradicciones que agotan: te exigen respeto, pero no lo ofrecen. Dicen que no les importa nada, pero explotan si no los miras. Te gritan “no me hables”, y a los cinco minutos buscan tu atención. No soportan equivocarse, pero cometen errores todos los días. Y cuando los corriges, sienten que los humillas.
Este mecanismo de defensa no es invisible. En la niñez, se manifiesta cuando el niño o la niña dice: “No me importa tu regla, tú no me mandas”, cuando tira el juego al perder y culpa al otro: “Hiciste trampa, por eso no gané”, o cuando le grita a su hermana: “Eres tonta y lenta, por eso no tienes amigos”. En la adolescencia, el conflicto sube de tono: “Eres patético, ¿de verdad crees que te necesito?”, “Mis amigos tienen padres geniales, no como tú que solo criticas”, “¡Yo sí tengo mi vida planeada, por eso voy a dejar esta escuela aburrida!”. Son frases lanzadas como escudos, donde la humillación ajena es la única forma que encuentran de evitar la propia.
Pero en la adultez, la herida cambia de forma. Ya no hay gritos ni portazos, hay distancia. Ese hijo que antes discutía ahora evita hablar. Te responde con frialdad o ironía: “Ya no me digas qué hacer, no necesito tus consejos”, “Siempre creíste que yo no servía, y mira, igual sobreviví”, o simplemente desaparece por semanas sin responder tus mensajes. Esa es la versión adulta del mismo dolor: el que aprendió a no pedir ayuda porque temió volver a ser juzgado. Vive entre el orgullo y la culpa, entre el deseo de reconciliarse y el miedo a ser herido de nuevo. Muchos padres sienten que lo perdieron, pero en realidad, solo se escondió detrás de un personaje que le permite sostenerse sin derrumbarse.
Si miramos más atrás, también hay matices que pocos comprenden. Un niño con TDAH que se frustra y lanza frases como “¡no te necesito!” en realidad está pidiendo ayuda a gritos; su ego apenas se está formando. En cambio, un adolescente con rasgos narcisistas ya no pide ayuda, exige control. Su autoestima se sostiene del desafío y la superioridad. Mientras que el adulto, cargado de culpas y heridas, muchas veces se encierra en sí mismo, justificando su frialdad como madurez. Son tres etapas del mismo mecanismo, tres maneras de no volver a sentirse pequeño ante un mundo que nunca lo entendió.
Vivir con un hijo así cansa. No solo por lo que hace, sino por lo que provoca dentro de ti. Duele cuando te dice que no te necesita, cuando te lanza frases hirientes, cuando desarma toda conversación. Duele cuando intentas ayudar y todo lo interpreta como ataque. Duele cuando lo ves solo, frustrado, encerrado en su propio mundo, y tú no sabes si acercarte o dejarlo respirar.
Y aún más, duele reconocer que el amor no basta si no se trabaja la estructura emocional detrás. Porque ese narcisismo no es simple carácter: es un sistema de defensa aprendido. Un modo de no sentir el dolor de ser “el diferente”, el que decepciona, el que no logra controlar su mente ni sus impulsos.
Aquí es donde los padres tienen que mirar con más profundidad. No se trata de justificar. Se trata de entender que hay una herida más grande que el comportamiento. El TDAH con rasgos narcisistas necesita límites, sí, pero también reconocimiento emocional constante, rutinas firmes y un entorno que no reaccione desde la rabia. Su cerebro no aprende desde el castigo, sino desde la conexión.
Y ahí está el verdadero desafío: mantener la conexión con alguien que parece no quererla. Porque mientras más herido se siente, más se aleja, más provoca, más hiere. Es un mecanismo automático: si hiero primero, nadie puede lastimarme. Si no me muestro débil, no me abandonan.
A veces los padres llegan a un punto donde, por más amor, paciencia o intentos sinceros, ya no logran llegar a sus hijos. Sus palabras rebotan contra una barrera invisible que el propio hijo ha levantado para protegerse del dolor, del juicio o del cansancio emocional que siente por dentro. Ya no escuchan, no porque no quieran, sino porque su mente se ha saturado de exigencias, correcciones y frustraciones. En ese momento no basta con hablar o aconsejar, hay que buscar ayuda profesional, espacios de acompañamiento y contención familiar. Porque cuando un hijo deja de escuchar, no significa que haya dejado de necesitarte; significa que ya no sabe cómo hacerlo.
Lo que ese hijo necesita no son discursos sobre respeto ni sermones sobre comportamiento. Necesita presencia, coherencia y un adulto que no lo interprete desde el ego, sino desde la comprensión. No es fácil, porque cuando el hijo con TDAH empieza a desarrollar rasgos narcisistas, no solo desafía límites, sino que también pone a prueba el amor de todos los que lo rodean. Puede ser hiriente, desafiante, manipulador, y aun así, sigue siendo un niño que no sabe cómo regular lo que siente. Duele mucho, y cansa más, pero incluso en medio del caos hay esperanza. Cuando alguien logra entender su dolor sin destruirlo, cuando se siente visto sin ser juzgado, empieza a ceder. Deja de atacar, deja de mentir, y poco a poco, empieza a confiar.
☝🏻En mi trabajo he acompañado a muchos adolescentes y jóvenes con TDAH que terminaron arrastrando rasgos narcisistas, algunos incluso cayendo en adicciones, autolesiones, ansiedad, trastornos alimenticios o relaciones tóxicas. NO eran mal@s chic@s, eran chic@s rot@s. Hijo@s que crecieron creyendo que ser fuertes era no necesitar a nadie, y que el orgullo era la única forma de no volver a ser heridos. Pero cuando encuentran un espacio donde pueden hablar sin ser juzgados, cuando sienten que alguien los escucha sin corregirlos a cada frase, la coraza empieza a resquebrajarse. Y es ahí donde empieza el verdadero trabajo: reconstruir lo que la impulsividad, la vergüenza y la soledad les habían quitado.
A los padres que viven esto: no se sientan culpables por cansarse. Están haciendo lo que pueden ante algo que la mayoría no entiende. No están criando a un rebelde sin causa; están acompañando a alguien que lucha todos los días contra sí mismo. El camino es largo, pero posible. Se requiere más análisis que emoción, más estructura que castigo, más empatía que consejo vacío. Porque al final, detrás de ese narcisismo que tanto duele, hay un niño que solo quiere sentirse seguro. Y aunque no lo diga, sigue esperando que sus padres sean su refugio cuando su propio carácter lo hace perderse.