18/10/2025
🌑 El hijo adicto, es el hijo que nunca creció 🌑
Cuando una madre o un padre se enfrentan al rostro de un hijo atrapado en la adicción, lo que aparece no es solo el dolor de verlo consumir… sino la sensación de que aquel niño que un día sostuvieron en brazos nunca terminó de crecer.
El adicto, aunque tenga 20, 30 o 40 años, muchas veces sigue habitando la misma lógica infantil: quiere todo de inmediato, huye del dolor, se enoja cuando no obtiene lo que desea, necesita ser calmado, como si la sustancia fuera el chupón que silencia su llanto interno.
Detrás de la adicción hay un niño herido, un niño que quedó congelado en algún punto de su desarrollo, incapaz de tolerar la frustración, el vacío o la soledad. La droga viene a ser como esa madre sustituta que nunca juzga y que siempre está disponible. Pero lo que calma, también lo destruye.
Y aquí está lo más duro: para la familia, mirar al adicto es como mirar a un hijo que no puede crecer, porque la sustancia lo mantiene infantilizado, anclado en la dependencia absoluta. No crece porque crecer implica dolor, implica responsabilidad, implica renunciar al placer inmediato… y el adicto huye de todo eso.
Por eso, cuando acompañamos a un hijo en la adicción, no solo nos enfrentamos al consumidor… nos enfrentamos al niño interior que pide a gritos algo que nadie ni nada podrá darle jamás: una vida sin dolor.
La verdadera recuperación comienza cuando el adicto acepta que ya no puede seguir siendo ese niño caprichoso que busca anestesiarse, y empieza a hacerse adulto en el único sentido profundo de la palabra: hacerse responsable de sí mismo.
✨ Reflexión final:
Un hijo adicto es un hijo que quedó detenido en el tiempo. La terapia y el proceso de recuperación no solo buscan dejar la sustancia, buscan algo más radical: darle la oportunidad de crecer, de madurar, de convertirse en un ser humano capaz de sostenerse sin la muleta de la droga o el alcohol.