10/12/2025
💥❤️🩹 “LATIDOS APRISIONADOS: CRÓNICA DE UN TAPONAMIENTO CARDÍACO TRAS RADIOTERAPIA MEDIASTÍNICA” 🫀🚑
✍️ Una Crónica de Pasión Médica Pro
Era casi medianoche cuando entró a la UCI. La unidad estaba en ese punto extraño de calma tensa: monitores estables, luces bajas, respiradores marcando ritmos predecibles. Una de esas noches en que uno cree que puede repasar artículos sin interrupciones. Pero el timbre de emergencias siempre rompe esa ilusión.
—Doctor, varón de 48 años, antecedente de linfoma tratado con radioterapia mediastínica hace siete años. Llega hipotenso, disneico, con ingurgitación yugular y taquicardia persistente —dijo el médico de urgencias.
Esa historia clínica encendió una alarma inmediata. Radioterapia y síntomas hemodinámicos no suelen convivir en calma.
El paciente llegó pálido, sudoroso, hablando en frases cortas. Se llevaba la mano al pecho sin describir dolor definido.
—Siento que me falta el aire… y una presión rara aquí —señaló el esternón.
Signos vitales: TA 85/55 mmHg, FC 128 lpm, FR 28 rpm, SatO₂ 91%. La yugular se marcaba incluso con el paciente semisentado. Los ruidos cardíacos eran apagados, profundos, como si el corazón estuviera envuelto en capas de algodón.
No era un infarto. No era un shock séptico. El cuadro clásico estaba frente a mí: tríada de Beck casi intacta.
Pedí el ecocardiograma a pie de cama.
La imagen fue clara: derrame pericárdico severo, colapso de la aurícula derecha en diástole, variación respiratoria patológica del flujo mitral. El corazón no estaba fallando; estaba comprimido.
Taponamiento cardíaco.
Y el origen no era agudo, sino años atrás.
La radioterapia mediastínica, aunque salvó su vida del cáncer, había dejado cicatrices invisibles. La fibrosis progresiva del pericardio, la alteración de los vasos linfáticos y la microvasculatura pericárdica favorecieron la acumulación lenta de líquido. Durante semanas, quizá meses, el pericardio se fue transformando en una estructura rígida, incapaz de adaptarse. Bastó un pequeño incremento del volumen pericárdico para colapsar definitivamente la hemodinámica.
Este fenómeno está bien descrito en la literatura moderna: la pericardiopatía por radiación puede manifestarse como pericarditis crónica, derrame recurrente o cuadros de taponamiento incluso décadas después, con mayor riesgo en dosis superiores a 30–35 Gy y en irradiación de campos amplios.
Mientras el monitor mostraba una presión diferencial cada vez más estrecha, pedí:
—Preparemos campo estéril. Vamos a drenar ahora.
La pericardiocentesis no se negocia en estos escenarios.
La aguja entró por el abordaje subxifoideo. El retorno fue inmediato: líquido serohemático, a presión. Drenamos 450 ml en minutos. La respuesta clínica fue casi instantánea: la presión subió a 110/70 mmHg, la frecuencia bajó a 96 lpm, el paciente respiró más lento.
—Es increíble… puedo respirar mejor —dijo con voz temblorosa.
Colocamos un drenaje pericárdico y enviamos el líquido a estudio: citología negativa, cultivo estéril, proteínas elevadas, características de derrame inflamatorio crónico.
Lo más duro no fue hacer el diagnóstico. Fue explicarle al paciente que no era una recaída de su cáncer… sino una consecuencia tardía de la cura.
Durante los días siguientes, estudiamos la rigidez pericárdica con resonancia cardíaca. Se evidenció engrosamiento difuso del pericardio y realce tardío con gadolinio, signos claros de fibrosis por radiación. No era solo un problema de líquido: era una membrana cicatricial que había ido cerrando el corazón lentamente.
Actualmente sabemos que los sobrevivientes de cáncer tratados con radioterapia torácica tienen un riesgo significativamente mayor de desarrollar enfermedad pericárdica, miocárdica y coronaria, incluso 5 a 20 años después del tratamiento. Las guías actuales de cardio-oncología insisten en el seguimiento ecocardiográfico periódico de estos pacientes, aunque estén asintomáticos.
Este paciente no tuvo esa vigilancia.
Antes del alta, caminó por la UCI, lento, pero estable. Me miró y dijo:
—Pensé que ya había pasado lo peor cuando vencí el cáncer.
Y tenía razón. Pero nadie le habló de las cicatrices que no se ven.
Esa noche confirmé una vez más algo que la medicina me ha enseñado con crudeza: no todo lo que comprime al corazón se presenta con dolor, y no toda secuela aparece cuando uno la espera. Hay tratamientos que curan, pero dejan huellas que el tiempo convierte en nuevas enfermedades.
El por radioterapia no es un evento raro ni anecdótico. Es una realidad creciente en una generación de sobrevivientes oncológicos que merecen algo más que buena oncología: merecen vigilancia, prevención y memoria clínica.👌💯