Psicoterapia

Psicoterapia Psicoterapia

Confía 🧡
28/11/2025

Confía 🧡

Confía en el proceso 🖤
23/11/2025

Confía en el proceso 🖤

15/11/2025

(Ojo sólo las personas que vieron la peli van entender la verdad de las palabras de este texto) a mi parecer es un análisis muy interesante de la pelicula, la recomiendo la peli se llama Frankenstein 2025.

“No era un monstruo… era una herida que nadie quiso comprender.” 🖤

Hay algo profundamente humano en Frankenstein. No en el científico que desafía a la muerte, sino en la criatura que nace sin pedirlo, que busca amor y encuentra rechazo, que quiere pertenecer y termina convirtiéndose en todo lo que el mundo temía de él.

Guillermo del Toro no cuenta solo una historia de horror, sino una tragedia emocional, una metáfora de todos nosotros cuando cargamos heridas que no elegimos y vacíos que nadie se atreve a mirar de cerca.

La criatura no era mala. Era un alma confundida, sin nombre, sin hogar, sin abrazo. Un ser que deseaba amar, pero fue juzgado por su apariencia, por su diferencia, por aquello que lo hacía único.
Y dime… ¿cuántas veces nos hemos sentido así? Incomprendidos, señalados, convertidos en lo que otros temen ver de sí mismos.

Del Toro muestra que el verdadero horror no está en la criatura, sino en la soledad. En la crueldad del rechazo, en la mirada que se aparta, en el “no perteneces aquí” que duele más que cualquier herida.
Porque lo que lastima no es ser diferente, sino que nadie quiera entender tu diferencia.

El monstruo de Frankenstein buscaba una sola cosa: alguien que lo amara sin miedo. Alguien que viera más allá de sus cicatrices y de los errores de su creador. Pero en lugar de compasión, recibió miedo.
Y así, lo que nació del dolor terminó devolviendo dolor. A veces, cuando un alma es herida demasiadas veces, aprende a defenderse con la misma oscuridad que la dañó.

Del Toro pinta a la criatura como un espejo. Un recordatorio de nuestra necesidad de ser vistos, aceptados, comprendidos. Nos muestra que los “monstruos” no nacen, se fabrican con abandono, desprecio y amor negado.
Y eso es más aterrador que cualquier historia de terror.

A veces me pregunto cuántas criaturas hemos ayudado a crear. Cuántas personas hemos hecho sentir que no merecen ternura, que no son suficientes, que su dolor no importa. Y cuántas veces, al huir de su sufrimiento, las empujamos a la misma soledad que tememos.

En el fondo, Frankenstein no habla de un experimento fallido… habla de nosotros.
De lo que ocurre cuando un corazón quiere amar pero nadie lo enseña.
De cómo el rechazo transforma inocencia en furia y tristeza en rencor.

Guillermo del Toro convierte esa historia antigua en una plegaria moderna:
“No huyas de lo que no entiendes. No juzgues lo que no conoces. No rechaces lo que solo necesita un poco de amor.”

Porque todos hemos sido esa criatura alguna vez.
Todos hemos sentido que no encajamos, que nadie nos ve, que nuestra voz se pierde entre el ruido del mundo.
Y todos hemos deseado, aunque sea una vez, que alguien nos mire con ternura y diga: “No eres un error. Eres humano, y eso basta.”

El monstruo no nació monstruo. Lo hicieron así.
Y quizá ese sea el mensaje final de Frankenstein:
que el amor puede salvar…
y su ausencia puede destruir incluso lo que nació con pureza. 🥀

26/10/2025

SOMOS VÍCTIMAS DE VÍCTIMAS

Elena tenía 43 años cuando por fin se atrevió a decirlo en voz alta:
—No me enseñaron a quererme. Me enseñaron a exigirme.

Lo dijo en la cocina de su madre, mientras pelaban juntas unas patatas. Era una frase que había ensayado durante años, pero que solo ahora encontraba el valor de pronunciar. Su madre no respondió al instante. Se limitó a seguir pelando, más lento, con las manos temblorosas.

—¿Y tú crees que a mí sí? —respondió al cabo de unos segundos, sin levantar la vista.

Aquella tarde no hubo discusión, ni reproches, ni silencios llenos de rabia. Solo dos mujeres sentadas en una cocina, abriendo por primera vez las puertas de una herida que siempre estuvo ahí, pero nunca se nombró.

—Recuerdo que cuando me caía de pequeña, tú me decías que no llorara —dijo Elena.

—Porque si llorabas, tu padre se enojaba conmigo —respondió su madre—. Y si él se enojaba, las cosas… se ponían feas.

Elena tragó saliva. Nunca le había contado a nadie lo mucho que temía parecerse a su madre. Y ahora entendía que su madre había crecido con miedo también. Que no era una mujer dura… sino una niña no consolada atrapada en un cuerpo de adulta.

—A mí mi madre me pegaba con la hebilla del cinturón —confesó de pronto—. Nunca me dijo “te quiero”. Nunca me acarició. Yo tampoco supe hacerlo contigo… pero te miraba dormir. Te peinaba despacito para no tirarte el pelo. Eso era lo más parecido al amor que entendía.

Elena sintió un n**o en el pecho. Recordó sus terapias, sus lecturas, sus afirmaciones frente al espejo. “Me amo y me acepto tal como soy.” Pero nunca había dicho eso frente a su madre. Nunca la había incluido en su proceso.

—Yo creía que eras fría —susurró—. Y quizás solo estabas… herida.

Se quedaron en silencio. Las patatas ya estaban peladas, el agua hirviendo, y la conversación flotaba como una verdad que no necesitaba gritos.

—No supe cómo enseñarte a quererte, Elena. Pero… puedo aprender ahora —dijo su madre, con la voz casi infantil.

—Y yo… puedo dejar de buscar culpables. Porque ya entendí que somos víctimas de víctimas. Todos haciendo lo que podemos.

Esa noche no pasó nada extraordinario. Pero al día siguiente, su madre le mandó un mensaje: “Me miré al espejo y me dije: estoy aprendiendo a quererme. Gracias.”

A veces, sanar no es romper con el pasado… sino mirarlo con compasión.

Porque como dijo Louise Hay: “Si los escucha con compasión, aprenderá de dónde provienen sus miedos y sus rigideces.”

Créditos a su autor.





15/10/2025

—¿Tú no tienes miedo a quedarte sola? —preguntó Clara, dejando su taza de té sobre la mesa. Tenía 38 años, el alma revuelta, y demasiadas despedidas recientes.

Doña Elvira la miró desde su sillón. Tenía 84 años, la espalda algo encorvada, pero los ojos más firmes que muchas torres.

—¿Sola? —repitió—. Hija, yo no estoy sola. Estoy conmigo.

—Pero… tus hijos viven lejos, tu marido murió hace años, ya casi no sales…

—Y sin embargo —sonrió la anciana—, cada día desayuno conmigo, hablo con mis plantas, camino con mis recuerdos y me acuesto abrazando la paz. ¿Te parece poca compañía?

Clara se encogió de hombros.

—A mí me daría tristeza.

—¿Tristeza por qué? ¿Por no tener a alguien que me llene el vacío, o por no saber estar conmigo?

Silencio.

Elvira siguió, con voz tranquila:

—A tu edad yo también le tenía miedo a la soledad. Corría de relación en relación, me enfadaba con el silencio, encendía la tele solo para no escucharme pensar. Pero un día, la vida me dejó sola a la fuerza. Y me di cuenta de que no sabía estar conmigo misma ni cinco minutos. Ahí empezó mi entrenamiento.

—¿Entrenamiento?

—Sí, porque vivir sola no es tristeza si aprendes a convertir la casa en templo. Si te haces amiga de tu voz interior. Si cada día te tratas con el respeto que esperas de otros. La soledad se entrena. No como castigo, sino como arte.

Clara la miraba como si estuviera escuchando algo prohibido.

—¿Y no extrañas a nadie?

—Claro que sí —asintió—. Echo de menos a mi esposo cuando me río y a mis hijos cuando cocino. Pero no confundo ausencia con abandono. Ellos están viviendo sus vidas. Y yo, la mía.

—¿Y nunca quisiste mudarte con alguien, buscar compañía?

—Lo pensé. Pero aprendí algo valioso: si no sabes estar sola, tampoco sabrás elegir buena compañía. Cuando no te da miedo tu propia sombra, ya no aceptas cualquier luz.

Clara guardó silencio. Había vivido relaciones por miedo a estar sola. Había aguantado amistades vacías solo para llenar huecos. Y ahora, que empezaba a vaciarse de todo eso, sentía pánico.

—¿Y si no me acostumbro nunca? —preguntó bajito.

Elvira le tomó la mano.

—Entonces empieza por pequeños pasos. Hoy, cena contigo misma como si fueras tu mejor amiga. Mañana, habla en voz alta tus pensamientos más íntimos. Luego, aprende a reír sola. A llorar sin testigos. A celebrar tus logros aunque nadie aplauda.

—¿Y después?

—Después, hija… habrás vencido. Porque habrás aprendido a vivir sin depender. A amar sin rogar. A estar sola sin sentirte incompleta. Y ahí… ahí estarás libre.

Clara bajó la mirada, como si algo dentro de ella se hubiera removido. Y en ese momento entendió: la soledad no era un castigo. Era una maestra. Y ella, apenas una aprendiz.

Esa noche, Clara llegó a casa. Puso la mesa para una. Encendió una vela. Sirvió vino. Y en vez de poner música o mirar el móvil… se escuchó.

Y en ese silencio, empezó su entrenamiento.

Ankor Inclán

10/09/2025

🎗️10 DE SEPTIEMBRE • DÍA INTERNACIONAL DE LA PREVENCIÓN DEL SUICIDIO.

En Yucatán, la tasa de suicidios alcanzó los 14.2 por cada 100 000 habitantes en 2024, más del doble del promedio nacional. Hablar puede salvar vidas. Romper el silencio es esencial.
Si necesitas apoyo, tienes opciones cerca de ti:

Salvemos una Vida (Yucatán) – 924 59 91 | 945 37 77 | 075
PIAS (Programa de Atención al Suicidio) – 999 310 3662
Línea de apoyo emocional Ayto. Mérida – 9994‑54‑10‑81
Tu voz importa. No estás solo(a).

Para considerar...
28/08/2025

Para considerar...

Dirección

Calle 59 D FracCalle Las Américas
Xcanatún
97302

Página web

Notificaciones

Sé el primero en enterarse y déjanos enviarle un correo electrónico cuando Psicoterapia publique noticias y promociones. Su dirección de correo electrónico no se utilizará para ningún otro fin, y puede darse de baja en cualquier momento.

Contacto El Consultorio

Enviar un mensaje a Psicoterapia:

Compartir

Share on Facebook Share on Twitter Share on LinkedIn
Share on Pinterest Share on Reddit Share via Email
Share on WhatsApp Share on Instagram Share on Telegram

Categoría