Psico. Karina Diaz

Psico. Karina Diaz CP: 13525826 - CP: 14569611

Psicóloga | Educadora | Capacitadora
Te acompaño a transformar tu vida con herramientas para sanar tu bienestar emocional, impulsar tu crecimiento personal y fortalecer tu desarrollo educativo.

Cuando estamos dentro del dolor, el mundo se encoge. Todo parece detenerse, y cada pensamiento se convierte en una piedr...
06/11/2025

Cuando estamos dentro del dolor, el mundo se encoge. Todo parece detenerse, y cada pensamiento se convierte en una piedra que pesa más de lo que creemos poder sostener. Nos sentimos rotos, confundidos, y a veces, avergonzados por no poder “superarlo” más rápido. Pero juzgarnos por sentir dolor es como culpar a una herida por sangrar: no tiene sentido. El dolor no es una falla, es una señal.

Desde una mirada humanista, el dolor es parte de nuestra experiencia como seres vivos que sienten, aman, pierden y buscan significado. No es enemigo de la vida, sino su recordatorio más honesto. Nos muestra que algo fue importante, que algo dentro de nosotros está pidiendo atención. Cuando lo negamos o lo cubrimos con exigencias, nos negamos también la posibilidad de comprender quiénes somos en lo más profundo.

La primera parte siempre es aceptar que duele.
Y después, con suavidad, nombrar qué duele. No como un acto de resignación, sino de encuentro. Decir “me duele” no nos debilita; nos humaniza. Nos permite poner luz donde antes solo había sombra.

Atravesar el dolor no es una carrera, es un proceso. Hay quienes lo hacen en silencio, y hay quienes necesitan hablarlo, llorarlo, compartirlo. No existe una forma correcta. Sin embargo, hacerlo acompañado suele ser más humano: la mirada de otro puede sostenernos cuando la nuestra no alcanza. Buscar ayuda —terapéutica, afectiva o espiritual— no significa no poder; significa reconocer que no todo debe hacerse solo, que la vida se construye también con abrazos y presencias.

Y cuando comenzamos a aceptar que duele, algo se transforma. No porque desaparezca el dolor, sino porque dejamos de pelear con él. Lo miramos, lo escuchamos, lo dejamos hablar. Y en esa escucha, el dolor empieza a cambiar de forma: se vuelve enseñanza, se vuelve conciencia, se vuelve fuerza.

Soltar no es olvidar.
Soltar es dejar de pelear con aquello que ya no puede quedarse. Es reconocer que no todo lo que amamos tiene que permanecer para que tenga valor. Que la pérdida no borra el amor, solo cambia su lugar.

A veces, el corazón necesita romperse para poder crecer en una dirección distinta.
Y sí, después del dolor hay vida.
No la misma, pero una nueva. Una donde aprendemos a mirarnos con compasión, a respirar sin miedo, a sentir sin huir. Una donde entendemos que la herida no fue el final, sino la puerta.

Y cuando cruzas esa puerta, sin prisa, sin máscara, sin exigencia, descubres algo profundo:
que nunca dejaste de ser tú,
solo estabas aprendiendo a encontrarte entre los restos de lo que dolió.

̃anza

No se trata de egoísmo ni de aislamiento. Se trata de reconstruir el centro: ese lugar interno donde todo comienza y tod...
05/11/2025

No se trata de egoísmo ni de aislamiento. Se trata de reconstruir el centro: ese lugar interno donde todo comienza y todo vuelve.

Cuando haces las cosas por ti, estás reconociendo que eres un ser digno de cuidado, incluso cuando nadie te está mirando. Desde la psicología, esto se llama autocuidado consciente —un acto profundo de responsabilidad emocional—. Es el momento en que dejas de esperar que otros llenen tus vacíos y empiezas a nutrir tu propio mundo interno.

Porque cuando lo haces por ti, le dices a tu mente: “Merezco sentirme bien”. Le enseñas a tu alma que no todo tiene que ser lucha o cansancio. Aprendes a no depender del reconocimiento ajeno para validar tu existencia.

El centro de nuestra relación con el mundo está en nosotros mismos. Desde ahí se originan las formas en que amamos, en que damos, en que escuchamos, en que ponemos límites. Si tu centro está roto o vacío, tus vínculos se vuelven intentos desesperados por llenar lo que tú no te das. Pero si tu centro está en calma, tus relaciones se vuelven libres, sanas, honestas… no desde la necesidad, sino desde la elección.

Aprender a cuidarte a ti mismo es, paradójicamente, el acto más amoroso que puedes tener hacia los demás. Porque nadie puede ofrecer presencia, comprensión o ternura si antes no las ha cultivado dentro de sí.

El autocuidado y la independencia emocional no significan “no necesitar a nadie”, sino saber estar contigo sin perderte, saber acompañarte sin exigirte perfección, saber sostenerte incluso cuando todo parece tambalearse.

Hazlo por ti, no porque el mundo lo pida, sino porque tú eres el único lugar del que no podrás irte nunca.
Y cuando aprendes a habitarte con amor, entonces tus relaciones dejan de ser refugios para convertirse en espacios de crecimiento compartido.

¿Realmente es mi pareja quien tiene que cuidarme para que yo no me vaya, o soy yo quien decide quedarse?Desde la psicolo...
04/11/2025

¿Realmente es mi pareja quien tiene que cuidarme para que yo no me vaya, o soy yo quien decide quedarse?

Desde la psicología, una relación sana se construye desde la elección consciente, no desde la vigilancia ni la posesión. Cuando alguien elige quedarse, no lo hace porque lo están cuidando como si fuera algo frágil o propiedad de otro, sino porque se siente libre, valorado y en paz en ese vínculo.
El amor no se protege con candados, se nutre con presencia.

“Cuidar” en pareja no significa controlar, revisar, exigir o hacer méritos para que el otro no se vaya. Significa interesarte por su bienestar, respetar su individualidad y acompañar su crecimiento. Es cuidar desde la libertad, no desde el miedo.
Cuando el cuidado se vuelve obligación, se transforma en carga.
Cuando el cuidado nace del amor maduro, se vuelve conexión.

Y aquí es donde aparece la línea más difícil de ver:

Si dejo de cuidar porque “cada quien debe saber lo que quiere”, puedo caer en apatía emocional, donde me desconecto del vínculo y me justifico con la idea de la independencia.

Pero si cuido en exceso porque temo perder, caigo en dependencia emocional, donde creo que mi presencia o esfuerzo constante son los únicos que mantienen viva la relación.

El equilibrio está en cuidar sin perderte, y amar sin desaparecerte.
La madurez emocional consiste en reconocer que tu pareja no es un trofeo que debes conservar, ni tú eres una víctima que necesita ser salvada. Ambos son personas completas, con la libertad de elegir seguir construyendo el “nosotros” cada día.

Entonces, reflexiona:

●¿Tu cuidado nace del amor o del miedo?
●¿Te sientes elegido o vigilado?
●¿Tu pareja se siente cuidada o controlada?
●¿Ambos se acompañan o se arrastran?

El amor sano no se roba ni se pierde: se cuida desde el respeto, se sostiene desde la libertad y se mantiene desde la elección diaria de permanecer.

Vivimos en una sociedad que ha colocado al s**o como la cúspide de la conexión humana. Como si el nivel más alto de amor...
03/11/2025

Vivimos en una sociedad que ha colocado al s**o como la cúspide de la conexión humana. Como si el nivel más alto de amor se alcanzara solo cuando los cuerpos se entrelazan. Nos enseñaron que la intimidad se demuestra con el deseo, que mientras más pasión hay, más fuerte es el vínculo. Pero esa es una visión que, aunque popular, esta incompleta.

Desde la psicología, entendemos que la intimidad es mucho más que contacto físico. Es un espacio emocional donde dos personas se sienten seguras para ser quienes realmente son. Es poder hablar sin miedo, mostrarse sin filtros, llorar sin vergüenza, reír sin medida. Es ese momento en el que la presencia del otro se siente como un refugio, no como una expectativa.

El s**o puede ser una expresión de amor, sí. Pero también puede ser una forma de llenar vacíos, de evitar la soledad o de buscar validación. En cambio, dormir abrazados, cocinar juntos, tomarse de la mano, escuchar en silencio o simplemente compartir la calma de una tarde, también son actos de intimidad. A veces incluso más profundos, porque no buscan demostrar nada… solo estar.

Un vínculo fuerte no se construye en la piel, sino en la confianza. En la certeza de que puedes ser tú mismo sin miedo a ser rechazado. En la empatía que sostiene, en la comunicación que sana, en la mirada que comprende.
El cuerpo puede unirse en minutos; las almas, en cambio, se reconocen con el tiempo, con paciencia, con cuidado.

Tal vez el verdadero desafío no sea encontrar a alguien que despierte fuego en nosotros, sino a alguien que sepa permanecer cuando llega la calma.
Porque la paz compartida, esa que no necesita ruido ni demostraciones, es una de las formas más bellas —y más olvidadas— de intimidad.

Y cuando la encuentres, no la confundas con monotonía. La tranquilidad también es pasión, solo que en un lenguaje más maduro, más silencioso, más profundo.
A veces, amar no es arder. A veces, amar es quedarse.

Muchas personas creen que la solución a la soledad, a la tristeza o a la falta de propósito es casarse. Que el amor, por...
01/11/2025

Muchas personas creen que la solución a la soledad, a la tristeza o a la falta de propósito es casarse. Que el amor, por sí solo, podrá llenar los vacíos que la historia personal ha dejado. Sin embargo, la psicología y la experiencia clínica muestran que cuando buscamos una pareja desde la carencia, solemos construir vínculos frágiles, dependientes y llenos de expectativas imposibles.

De acuerdo con estudios de John Gottman, investigador y terapeuta de pareja con más de 40 años de trabajo empírico, las relaciones más estables no se fundan en la necesidad, sino en la admiración, el respeto y la amistad emocional. No se trata de “necesitar” a alguien, sino de elegirlo libremente desde la plenitud individual.

El problema de pensar que el matrimonio “soluciona” algo es que coloca al otro en el papel de salvador. Y nadie puede salvarnos de nosotros mismos.
La soledad no se cura con compañía; se cura con autoconocimiento.
La inseguridad no se apaga con promesas; se calma con trabajo interno.
El dolor no se borra con un anillo; se transforma con amor propio y terapia.

Desde la psicología humanista, Carl Rogers afirmaba que el amor auténtico surge cuando permitimos que el otro sea tal cual es, sin moldearlo a nuestras heridas. Solo quien se ha encontrado a sí mismo puede amar sin perderse.
Y la terapia de apego adulto (Sue Johnson, 2008) ha demostrado que las relaciones seguras nacen cuando dos individuos emocionalmente maduros deciden vincularse desde la seguridad, no desde el miedo al abandono.

Casarse no está bien ni mal. Depende desde dónde lo haces.
Si lo haces para huir de ti, será una cárcel.
Si lo haces desde la plenitud, será una expansión.

En lugar de buscar casarnos para solucionar problemas, deberíamos buscar comprendernos, sanar nuestras heridas de apego, fortalecer nuestra autonomía emocional y aprender a compartir desde la elección, no desde la necesidad.
Porque el amor maduro no es refugio del dolor, es un espacio para seguir creciendo acompañados.

Casarse, entonces, no debería ser el remedio a una herida, sino el fruto de un proceso de sanación.
El verdadero compromiso no se da el día de la boda, sino cada vez que elegimos cuidar lo que somos, lo que damos y lo que construimos juntos.

Desde una mirada psicológica, la felicidad no es un regalo que alguien nos entrega, sino una construcción interna que na...
30/10/2025

Desde una mirada psicológica, la felicidad no es un regalo que alguien nos entrega, sino una construcción interna que nace de nuestras decisiones, valores, y del modo en que interpretamos la vida. Cuando ponemos nuestra felicidad en manos de otro —una pareja, un amigo, un hijo— lo que realmente hacemos es cederle el poder de definir cómo nos sentimos. Y cuando entregamos ese poder, también renunciamos a nuestra libertad emocional.

Depender de otro para sentirnos bien crea una ilusión: la de que el amor, la compañía o la aprobación externa son la fuente de nuestro bienestar. Pero esa ilusión es frágil, porque el otro puede cambiar, alejarse o simplemente no actuar como esperamos. Entonces, ¿qué ocurre? Nos desmoronamos. No porque nos falte amor, sino porque hemos olvidado cómo sostenernos por nosotros mismos.

Desde la psicología, la autonomía emocional es un pilar del bienestar. Significa reconocer que puedo compartir mi felicidad con otros, pero no delegarla. Puedo amar profundamente, pero sin perderme. Puedo necesitar apoyo, pero sin anular mi capacidad de darme paz.

Poner tu felicidad en manos ajenas es un acto de irresponsabilidad contigo mismo, porque nadie más tiene la obligación —ni la capacidad— de sostener lo que te corresponde aprender a construir.

Pregúntate hoy:
¿Estoy compartiendo mi felicidad o estoy esperando que alguien más la fabrique por mí?
¿Me trato como la fuente de mi bienestar o como el reflejo de los demás?

Tal vez la verdadera madurez emocional comienza cuando entendemos que nadie puede hacernos felices… pero muchos pueden acompañarnos mientras aprendemos a serlo.

Ser amable es una cualidad profundamente humana. Es la capacidad de cuidar, escuchar, acompañar, sonreír, sostener… Pero...
29/10/2025

Ser amable es una cualidad profundamente humana. Es la capacidad de cuidar, escuchar, acompañar, sonreír, sostener… Pero, ¿hasta dónde llega la amabilidad sana y en qué momento se convierte en una puerta abierta para que otros se aprovechen de nosotros?

La línea es más delgada de lo que parece. Desde la psicología, sabemos que muchas personas confunden ser “buenas” con no poner límites. Creen que ceder, callar o tolerar más de lo justo es una forma de mantener la paz o evitar conflictos. Pero esa “paz” muchas veces se paga con el propio bienestar.

Ser amable no significa aceptar todo.
No significa disculparse por sentir, por decir “no”, o por querer descansar.
La verdadera amabilidad nace del respeto, y el respeto también incluye respetarte a ti mismo.

¿Por qué es tan difícil notar la diferencia? Porque desde pequeños se nos enseña que ser educado es “no molestar”, que ser empático es “entender al otro aunque duela”, y que ser buen amigo, pareja o hijo es “aguantar”. Así, crecemos confundiendo amor con sacrificio, y empatía con autoabandono.

Pero hay señales: cuando tu cuerpo se tensa, cuando sientes culpa por poner un límite, cuando te descubres justificando lo injustificable o dando más de lo que recibes, algo dentro de ti ya lo sabe: no estás siendo amable, te estás anulando.

Notar la diferencia requiere conciencia y valentía.
Valentía para dejar de buscar aprobación, y conciencia para reconocer que tu energía, tu tiempo y tu paz también valen.

Ser amable con los demás está bien.
Ser amable contigo mismo, es necesario.

Idealizar significa atribuirle a alguien características que no necesariamente tiene, colocándolo en un pedestal emocion...
28/10/2025

Idealizar significa atribuirle a alguien características que no necesariamente tiene, colocándolo en un pedestal emocional. Es una forma de ver al otro no como realmente es, sino como necesitamos que sea.
Suele nacer del deseo inconsciente de seguridad, admiración o amor incondicional, especialmente cuando en etapas tempranas de la vida hubo carencias afectivas, rechazo o abandono.
Idealizar es, en esencia, un intento del cerebro de recrear la sensación de pertenencia y perfección que alguna vez soñamos o anhelamos.

Es completamente normal, todos lo hacemos en cierto grado: cuando admiramos a alguien, cuando nos enamoramos o cuando conocemos a una figura inspiradora.
El problema surge cuando esa idealización se convierte en una defensa, cuando la usamos para negar la realidad, para no ver defectos o para evitar la vulnerabilidad que implica amar a alguien real.

Se puede regular, no tanto "controlar", observando nuestras propias expectativas y reconociendo qué parte de esa idealización habla más de nosotros que del otro.
Preguntarte:

> “¿Estoy viendo a esta persona como es o como deseo que sea?”

ya es un paso hacia la madurez emocional.

Idealizar en una primera etapa puede ser funcional y bello: nos permite vincularnos, ilusionarnos, sentir motivación.
Pero cuando se sostiene, se convierte en una trampa emocional.
Nos hace sufrir porque el otro, inevitablemente, no puede sostener el papel que le asignamos.
El choque entre la fantasía y la realidad duele… y muchas veces lo interpretamos como decepción, cuando en realidad es desidealización: ver por fin al otro como humano.

👀 ¿Idealizar a alguien es condenarlo?👀

De cierta forma, sí.
Cuando idealizamos, dejamos de ver al otro y lo reducimos a una proyección de nuestras propias necesidades.
No lo amamos: lo usamos para llenar vacíos internos.
Lo condenamos a no poder equivocarse, a no poder mostrarse frágil o contradictorio.
Y al hacerlo, también nos condenamos a la frustración, porque nadie puede sostener una imagen perfecta sin romperse.

_____________________________

> A veces creemos que amar es admirar, y que admirar es mirar hacia arriba.
Pero cuando colocas a alguien en un pedestal, sin querer te colocas tú debajo.

Lo ves brillar y te olvidas de que tú también emites luz.

Lo idealizas, porque su perfección imaginaria te hace sentir seguro; porque creer que alguien “sí puede” te salva, por un momento, de aceptar que tú también podrías si confiaras en ti.

Pero el amor real no necesita pedestales.
El amor real necesita miradas a la misma altura.

Aprende a ver al otro no como espejo de lo que te falta, sino como compañero en el camino de lo que ambos están construyendo.

Y cuando lo hagas, descubrirás que el amor más grande no está en idealizar… sino en humanizar.

Las visitas pueden ser un abrazo… o una carga, según el momento emocional en el que estemos.Desde la psicología, la conv...
24/10/2025

Las visitas pueden ser un abrazo… o una carga, según el momento emocional en el que estemos.

Desde la psicología, la convivencia social es una necesidad básica. Somos seres relacionales; el contacto con otros nos regula emocionalmente, nos da sentido, pertenencia y apoyo. Pero también necesitamos espacio para descansar, para estar con nosotros mismos, y eso no significa que “no queramos a los demás”, sino que estamos cuidando nuestra energía emocional.

Una visita sana es aquella que respeta los tiempos, el espacio y el estado emocional del otro. No se trata solo de llegar con buena intención, sino de percibir si la otra persona está disponible para convivir. Hay días en que la compañía es medicina, y otros en que se convierte en ruido.

Por ejemplo:
●Si alguien está pasando por un duelo, una crisis o una enfermedad, la visita puede ser necesaria, pero más como presencia silenciosa y empática, no como charla o distracción forzada.

●Si la persona lleva días sin contacto social y se nota aislada, quizá tu visita sea justo lo que necesita para romper el ciclo de soledad.

●Pero si el otro te dice “hoy quiero estar tranquilo”, tu respeto también es compañía, aunque no te quedes.

El límite está donde el bienestar emocional de alguien empieza a sentirse invadido. Cuando una visita llega sin avisar, se queda más tiempo del necesario, exige atención o espacio, o ignora señales de incomodidad, deja de ser gesto amable y se vuelve intrusión.

Y al revés, también podemos aprender a poner límites sin culpa. Decir “hoy no puedo recibirte, pero me encantaría verte otro día” no es rechazo, es autocuidado. La salud mental también se nutre de saber cuándo abrir la puerta y cuándo cerrarla para recargar.

Por eso, si vas a visitar a alguien, pregúntate antes:

●¿Voy porque la persona lo necesita o porque yo necesito distraerme?
●¿Estoy considerando su espacio, su horario y su energía?
●¿Qué quiero dejarle con mi visita: compañía, apoyo, descanso o carga?

Una buena visita no se mide por el tiempo que dura, sino por cómo se siente después de que te vas.

A veces basta con pasar unos minutos, dejar un detalle, compartir una risa o simplemente preguntar: “¿cómo estás de verdad?”. Otras veces, el mejor gesto es un mensaje: “pensé en ti, ¿quieres que te visite o prefieres descansar?”.

Porque en realidad, el valor de una visita no está en llegar… sino en saber llegar.

̃ia

Una verdad psicológica importante: la atención es alimento. Aquello a lo que le das tu energía mental y emocional crece,...
23/10/2025

Una verdad psicológica importante: la atención es alimento. Aquello a lo que le das tu energía mental y emocional crece, se fortalece, se vuelve más real.

Pero no se trata de ignorar los problemas ni de fingir que no duelen. La negación no es paz, es anestesia. Lo que duele necesita atención, pero atención sabia, no obsesiva. La diferencia está en desde dónde miras el problema: si lo observas desde el miedo, te devora; si lo observas desde la conciencia, te enseña.

Hay un punto —delicado, casi invisible— donde pensar en algo deja de ser útil y empieza a ser destructivo. Lo notas cuando tu mente gira en círculos y ya no buscas soluciones, solo te repites las mismas preocupaciones. Ahí el problema deja de estar “afuera” y empieza a vivir dentro de ti. Lo alimentas cada vez que lo revives, lo analizas mil veces, o intentas controlarlo todo para no sentirte vulnerable.

El límite sano no está en no pensar, sino en pensar con propósito.

Si estás reflexionando para entender, aprender o tomar acción, estás gestionando.

Si estás repitiendo mentalmente lo mismo sin avance, estás rumiando.

Y la diferencia entre una cosa y la otra es tu paz interior.
Cuando pensar te deja en calma, sirve.
Cuando pensar te deja agotado, ya no estás resolviendo: estás sosteniendo.

Soltar no es desentenderse. Soltar es aceptar que ya hiciste lo posible y que seguir desgastándote no cambiará el resultado. Es darle permiso a la vida de continuar su curso sin tu vigilancia constante. Porque a veces el problema no necesita más análisis, sino espacio para que tú y él respiren.

Entonces, sí: los problemas crecen cuando los alimentas con miedo, culpa o control. Pero se transforman cuando los miras con humildad, acción y serenidad.
La clave no está en ignorarlos ni en obsesionarte con ellos, sino en darles el tamaño justo: el que merecen, no el que tu ansiedad les otorga.

Al final, no se trata de “hacerles caso o no”, sino de desde qué lugar interno los estás atendiendo.
Porque los problemas solo se agrandan cuando tú te haces pequeño frente a ellos.

Una gran parte del sufrimiento humano nace de intentar controlar lo incontrolable. Queremos que los demás piensen bien d...
22/10/2025

Una gran parte del sufrimiento humano nace de intentar controlar lo incontrolable. Queremos que los demás piensen bien de nosotros, que las cosas salgan como planeamos, que el pasado haya sido distinto o que el futuro no nos sorprenda. Pero mientras más intentamos dominar lo que no depende de nosotros, más ansiedad, frustración y culpa acumulamos.

Desde una mirada psicológica, esto ocurre porque nuestra mente busca seguridad y previsibilidad. El cerebro humano está diseñado para anticipar y protegernos del peligro; por eso, cuando algo escapa de nuestro control, el sistema de alerta se activa y sentimos la necesidad de “hacer algo”. Sin embargo, cuando ese “algo” no se puede hacer —porque no tenemos poder sobre las circunstancias o las personas— aparece la impotencia, el enojo o la tristeza.

Y aquí es donde entra el aprendizaje más importante: no todo lo que nos preocupa está bajo nuestro control, pero sí todo lo que nos pertenece emocionalmente.
Podemos elegir qué pensamientos alimentar, a quién damos nuestra energía, qué palabras usamos, cómo reaccionamos y qué límites establecemos. Todo lo que está dentro de ese círculo es nuestro terreno fértil: ahí florece la calma, la libertad y el crecimiento personal.

Por el contrario, cuando vivimos enfocados en lo que está fuera de nuestro control —las opiniones, el pasado, el comportamiento ajeno— nos desconectamos de nuestro poder real. Intentar cambiar lo externo es como querer detener el mar con las manos: solo nos agotamos y terminamos sintiendo que la vida nos arrastra.

Soltar no significa rendirse, significa aceptar que hay cosas que no dependen de nosotros y confiar en nuestra capacidad para adaptarnos, aprender y seguir creciendo a pesar de ello.
Cuando dejamos de pelear con lo que no podemos cambiar, la energía que antes se iba en la lucha se transforma en paz.

⚠️La verdadera fuerza no está en controlar, sino en elegir cómo respondemos

Soltar no es perder, es ganar espacio interior para vivir más ligero, más presente y más en paz.

Hay historias que comienzan mucho antes de que nosotros naciéramos.Antes de nuestra primera palabra, antes de nuestro pr...
22/10/2025

Hay historias que comienzan mucho antes de que nosotros naciéramos.
Antes de nuestra primera palabra, antes de nuestro primer miedo o nuestra primera herida, ya existían emociones, decisiones y silencios que viajaban en la sangre de nuestra familia.
Y aunque muchas veces no los recordamos —porque no son nuestros directamente—, los llevamos puestos. En la forma en que amamos, en cómo reaccionamos al dolor, en cómo nos relacionamos con el mundo.

En psicología, a esto lo conocemos como historial familiar clínico.
No es solo una lista de enfermedades o diagnósticos. Es un mapa de memorias emocionales, patrones heredados y formas de sobrevivir.
Es mirar hacia atrás para entender por qué repetimos lo que nos duele, por qué sentimos culpa sin razón aparente, o por qué nos cuesta tanto poner límites o recibir amor.

Durante mucho tiempo, la psicología se centró en el individuo: el yo, el síntoma, la conducta.
Pero conforme la ciencia avanzó —con Freud explorando el inconsciente, Bowen estudiando los sistemas familiares, y más adelante la terapia transgeneracional y la epigenética emocional— descubrimos algo revelador:

"Nadie está aislado de su historia."

Cada persona es el resultado de una red invisible de vínculos, lealtades y heridas que se transmiten, a veces, sin palabras.

Por eso, sí, el historial familiar clínico es fundamental en la terapia psicológica. Porque cuando un terapeuta pregunta por la salud mental, emocional o física de los padres, abuelos o hermanos, no está buscando culpas. Está buscando hilos. Los hilos que conectan la ansiedad que sientes con el miedo que tu madre cargó en silencio,
la culpa que no entiendes con el duelo que tu abuela nunca lloró,
o el vacío que experimentas con el abandono que un día marcó a tu padre.

Y sí, muchas personas no sabían esto.
Crecimos creyendo que “lo pasado, pasado” o que “cada quien carga lo suyo”.
Pero hoy sabemos que lo no mirado se repite, y que lo que no se nombra, se actúa.
Tomar en cuenta el historial familiar clínico no es escarbar por morbo ni quedarse atascado en el pasado.
Es reconocer de dónde venimos para poder elegir hacia dónde queremos ir.

Así que la próxima vez que te preguntes por qué reaccionas como reaccionas,
por qué te cuesta tanto sanar algo, o por qué repites un patrón,
no te culpes…
pregunta de dónde viene.

Tal vez la respuesta esté más atrás de lo que imaginas,
pero una vez que la ves, ya no hay vuelta atrás: solo queda sanar hacia adelante.

́nico

Dirección

Manzanas
Zacatlán Centro
73310

Horario de Apertura

Lunes 9am - 4pm
Martes 9am - 4pm
Miércoles 9am - 4pm
Jueves 1pm - 4pm
Viernes 9am - 2pm

Página web

Notificaciones

Sé el primero en enterarse y déjanos enviarle un correo electrónico cuando Psico. Karina Diaz publique noticias y promociones. Su dirección de correo electrónico no se utilizará para ningún otro fin, y puede darse de baja en cualquier momento.

Contacto El Consultorio

Enviar un mensaje a Psico. Karina Diaz:

Compartir

Share on Facebook Share on Twitter Share on LinkedIn
Share on Pinterest Share on Reddit Share via Email
Share on WhatsApp Share on Instagram Share on Telegram

Categoría