26/10/2025
Un gran honor estar en el Congreso
Siempre llegar a casa tiene un significado profundo. Hay hogares que están hechos de paredes, y hay otros que se construyen con afectos, con miradas, con la energía de las personas que vibran en la misma frecuencia del amor y del servicio. Así es volver al Centro de Crecimiento Humanista, un lugar que para mí representa ese hogar espiritual en el que cada alma encuentra cobijo, guía y esperanza.
Tuve el honor de participar en el Décimo Congreso Nacional de Tanatología, con el lema “Acompañar es un acto de amor”, celebrado en la hermosa ciudad de Zacatecas, cuna de historia, tradición y belleza. Cada año, este congreso, presidido por el Dr. Osvaldo Álvarez Crespo, se convierte en un punto de encuentro para quienes creemos que acompañar el dolor humano no es una profesión más, sino una vocación del alma.
Durante esos días, las palabras, los gestos y los silencios se convirtieron en enseñanzas vivas. Las ponencias, como siempre, fueron de gran talla humana y académica, llenas de sabiduría y sensibilidad. Cada expositor nos recordó que la tanatología no se trata únicamente de estudiar la muerte, sino de honrar la vida y todo lo que implica perder, soltar y volver a comenzar.
En uno de los talleres en los que participé, dirigido por el maestro Antonio, sentí algo muy especial. Fue una experiencia profunda, llena de reflexión, donde cada participante abrió su corazón para compartir su historia, sus heridas y también sus luces. Me conmovió la manera en que, a través de la palabra, nos fuimos reconociendo unos a otros: como seres que también hemos llorado, pero que elegimos transformar ese dolor en amor y acompañamiento.
Valoro inmensamente la participación de todos los exponentes y quiero expresar mi más sincera felicitación al Dr. Osvaldo Álvarez y a todo su gran equipo. Su dedicación, entrega y pasión hacen posible que este evento no solo sea una cita académica, sino un espacio sagrado de crecimiento humano. Cada detalle —desde la organización hasta la calidez con la que fuimos recibidos— reflejó el amor con el que hacen las cosas.
Zacatecas, con su cielo infinito y su gente noble, fue el escenario perfecto para que las almas se encontraran. Mientras caminaba por sus calles de cantera, pensaba en la importancia del acompañar. Acompañar no es solo estar al lado de alguien, es saber estar presente con el corazón, sin juicios, sin prisas, con respeto absoluto al proceso del otro.
Y es que, acompañar verdaderamente, requiere escuchar más allá de las palabras, mirar más allá del dolor y sostener con ternura a quien, por un momento, ha perdido la fuerza de seguir.
Este congreso me dejó grandes aprendizajes, pero sobre todo, me reafirmó una verdad que llevo muy dentro: acompañar es una forma de amar, y amar también es sanar. Cada paciente, cada historia de duelo, nos enseña algo nuevo sobre la vida. Porque detrás de cada pérdida hay una oportunidad de crecimiento, una enseñanza de humildad y una puerta abierta hacia la reconciliación con uno mismo.
Recuerdo una de las conferencias donde alguien dijo:
“El duelo no se supera, se integra.”
Esa frase me acompañó todo el congreso. Integrar significa aceptar que lo vivido forma parte de nosotros, que las ausencias no se llenan, pero sí se honran; que el amor no termina cuando alguien parte, sino que se transforma en presencia invisible y en recuerdo eterno.
A cada colega que tuve el privilegio de escuchar, gracias.
A cada asistente que se acercó con una palabra de aliento, con una sonrisa o con una historia de vida, gracias también. Cada encuentro fue un recordatorio de que no estamos solos en este camino y de que cuando nos unimos desde la compasión, la humanidad florece.
Por motivos de agenda, no pude quedarme más tiempo para firmar libros, compartir fotografías o seguir dialogando con las personas que se acercaron con tanto cariño. Me quedé con el deseo de abrazar a cada uno, de agradecer personalmente el interés en mi obra y en el mensaje que compartimos. Pero confío, primero Dios, que muy pronto regresaré a Zacatecas, una tierra que siempre me recibe con los brazos abiertos y el alma generosa.
Regresaré con el corazón dispuesto y con nuevas palabras que brotarán de la experiencia vivida, porque cada congreso deja huellas que se convierten en inspiración para seguir escribiendo, acompañando y aprendiendo.
Hoy quiero cerrar estas líneas con un pensamiento que resume lo vivido:
Acompañar es un arte, y el alma que acompaña con amor se vuelve instrumento de consuelo y esperanza.
Por eso, mi invitación para ti, lector y colega, es que nunca dejes de acompañar desde el corazón. Que cuando la vida te ponga frente a alguien que sufre, no intentes llenar su silencio con consejos, sino con tu presencia. A veces, el mejor gesto es solo estar, mirar con ternura, sostener una mano o compartir un silencio lleno de comprensión.
El duelo es un puente entre dos mundos: el del dolor y el de la transformación. Acompañar es caminar con alguien sobre ese puente, ayudándole a cruzar con dignidad, con fe y con amor.
Y mientras tanto, sigamos preparándonos, aprendiendo y compartiendo.
Sigamos siendo canales de luz en medio de la oscuridad, sembradores de esperanza donde otros solo ven pérdida. Porque ese es nuestro verdadero llamado: amar al otro en su proceso, sin pretender cambiarlo, solo sostenerlo con respeto y empatía.
Gracias infinitas a todos los que hicieron posible este encuentro: a los organizadores, a los ponentes, a los participantes y a cada alma que, con su presencia, dejó huella en este congreso.
Gracias por recordarme que siempre se puede acompañar con más amor, más humildad y más conciencia.
Nos vemos el próximo año, con la promesa de seguir aprendiendo, de seguir sirviendo y de seguir amando a cada paciente, a cada ser humano que confía en nosotros para acompañarlo en el tramo más delicado de su vida.
Con afecto y gratitud,
Psicólogo y Tanatólogo
Héctor Salazar