17/10/2013
Tete, uno de nuestros amables lectores nos hizo llegar hace unas semanas uno de esos correos que, al parecer, circulan por la red. De esos que después se encuentran copipegados en todas partes, sin ni siquiera cuestionar si lo que dice es mínimamente razonable.
En esta ocasión, el correo masivo exhortaba a utilizar las gafas de sol en situaciones de lluvia intensa. Digamos nada más empezar que, para nosotros los editores de Circula seguro, esta afirmación es realmente absurda. Obstaculizar voluntariamente nuestra vista es equivalente a reservar espacio en el periódico de mañana para unas cuantas esquelas.
Ahora bien, siempre es bueno intentar razonar las cosas desde primeros principios. Que menos que intentar analizar dicho correo de forma crítica, en base a las leyes de la Física. Empecemos por ver un resumen de los argumentos que el autor de la misiva masiva esgrime en favor del uso de las gafas de sol cuando no hay sol.
En caso de enfrentarse a una situación de este tipo [lluvias fuertes] ponte unas gafas de sol (sirve cualquier modelo). Es un milagro. De repente su visibilidad a través del parabrisas es perfecta y clara, como si no lloviese. (…) Tú seguirás viendo las gotas de agua en el parabrisas pero no la lámina de agua que forma la lluvia. Podrá observar, también, cómo las gotas de lluvia saltan para fuera de la carretera y los rebotes en el frente de su coche.
A mi personalmente, lo que más estupefacto me deja es la última afirmación: «podrá observar cómo las gotas de lluvia saltan para fuera de la carretera». En primer lugar, porque el hecho de que nos pongamos gafas no hará que la lluvia mágicamente cambie de dirección. Seguirá cayendo hacia abajo, con mayor o menor inclinación dependiendo del viento.
En segundo lugar, el propio texto se contradice. Si con las gafas no podemos ver la lluvia que cae, ¿por qué sí podemos ver otras gotas de lluvia? ¿por qué veremos las gotas sobre el parabrisas, pero no las que estén en el aire? Simplemente, no tiene ningún sentido.
Lo primero que tenemos que recordar es que nosotros no vemos los objetos, sino que vemos la luz que nos llega de ellos. La retina de nuestros ojos está formada por un tipo especial de células que han desarrollado la capacidad de detectar la luz, y convertirla en señales que nuestro cerebro puede interpretar.
Todo esto siempre comienza por la creación de la luz, ya sea en el sol o en una bombilla. Si no hay una fuente de luz, no veremos nada. Una vez emitida, la luz viaja a 299 792 458 m/s en todas direcciones, hasta que choca contra un objeto. La mayoría de objetos reflejan parte de los rayos luminosos.
Por último, después de rebotar, la luz viaja hasta el interior de nuestro ojo, donde se convierte en información que el cerebro puede interpretar para generar sensación visual. Por lo tanto, si un objeto no refleja nada de luz, será completamente invisible. Es lo que pasa con los cristales muy limpios, por ejemplo el parabrisas de nuestro coche (que para no dificultar la visión, idealmente no debe alterar para nada la luz que nos llega).
Es obvio que si la luz que viaja del objeto en cuestión hasta nuestro ojo sufre alguna alteración, entonces la sensación visual será diferente. Precisamente, las gafas de sol se aprovechan de ello. Cuando nos las ponemos, obligamos a la luz a pasar por un filtro antes de llegar a nuestra pupila. De esta forma, consiguen modificar nuestra visión de la forma que queremos.
En este caso, lo que buscan las gafas de sol es reducir la cantidad de luz que entra en el ojo. Esto es útil si hay demasiada luz ambiente, más de la que puede analizar el ojo sin saturarse. Esto es importante en actividades que exigen mucho de la visión, como la conducción, donde la visión se reparte en zonas visualmente muy diferentes, con demasiado contraste.
Por supuesto, este es el principal motivo por el que resulta contraproducente el uso de gafas oscuras durante una tormenta. Si la lluvia es tan intensa que provoca problemas de visibilidad, es precisamente porque se interpone entre entre los objetos y nuestros ojos, reduciendo notablemente la cantidad de luz que nos llega. Si nos ponemos gafas de sol, estaremos reduciendo aún más la luz que veremos, empeorando la visión, nunca mejorándola.
Si la luz que procede de los objetos que queremos ver (carretera, otros vehículos, etc) debe atravesar la lluvia, como hemos dicho llegará a nuestros ojos alterada. Todos conocemos cuales son los efectos. En primer lugar, y como ya hemos notado, llega menos luz, lo que reduce la intensidad de la sensación visual.
Además, la luz que llega sigue trayectorias más erráticas (dependiendo de cuantas gotas de luz atraviesa), lo cual se traduce en una visión más borrosa, ya que nuestro cerebro lo tiene más complicado para descubrir de donde viene cada rayo.
Por supuesto, las gafas de sol no son capaces de desalterar la luz que llega a nuestros ojos. No pueden rectificar la trayectoria desviada por la refracción en las gotas de agua. Tampoco pueden restituir la energía luminosa que se ha perdido (todo lo contrario, la disminuye). Es decir, las gafas de sol no lograrán el milagro de eliminar la lluvia de nuestro campo de visión.