11/09/2025
¿Te has detenido alguna vez a escucharte?
No para corregirte, ni para impulsarte, ni para recordarte lo que aún te falta…
Sino simplemente para preguntarte: ¿cómo te sientes hoy?
No necesitas estar en la cima para ser valioso.
No necesitas tenerlo todo bajo control para merecer paz.
Ni tampoco tener respuestas para ser digno de amor —especialmente el tuyo.
¿Cuántas veces te has castigado por no hacer más?
Por no avanzar rápido, por caer, por dudar, por necesitar descansar…
¿Y qué pasa si todo eso —sí, incluso eso— es parte de tu camino, y no un obstáculo?
La fuerza no siempre se mide en productividad.
A veces, la mayor hazaña es levantarte después de un mal día…
y aun así, decirte: “estoy aquí. Y eso cuenta”.
¿Qué pasaría si dejaras de medir tu valor por lo que logras…
y empezaras a reconocerlo por lo que sigues eligiendo, aunque sea con las manos temblorosas?
No se trata de ser perfecto.
Se trata de ser presente.
De respirar cuando quieres gritar.
De perdonarte cuando te equivocas.
De abrazarte cuando nadie más lo hace.
La paciencia contigo mismo no es una opción.
Es el fundamento de todo cambio real.
No puedes construir un hogar sobre terreno agitado.
Tampoco puedes sanar si cada paso lo marcas con culpa.
Entonces, hoy…
¿Podrías permitirte un momento sin juicio?
Un minuto donde dejes de exigirte, y solo te preguntes:
“¿Qué necesito ahora, realmente?”
No tienes que tenerlo todo claro.
Solo tienes que seguir estando.
Eso ya es suficiente.
Más de lo que crees.
Y si hoy no pudiste…
mañana volverás.
Con el mismo corazón.
Con la misma valentía.
Con la misma humanidad.
Y eso… eso es lo que nunca perderá su sentido.