15/09/2025
En la vida diaria hay momentos en los que todo parece seguir su curso normal, pero dentro de nosotros late algo distinto. De pronto sentimos ese n**o en la garganta que nos corta el aliento. No surge de la nada: puede venir de una discusión, de una palabra que lastimó, de una preocupación en casa o de una situación que nos desborda en ese instante. Y claro, quisiéramos llorar, pero el lugar no es el adecuado.
En esos momentos, no se trata de reprimir lo que sentimos, sino de darle un espacio hasta poder expresarlo con libertad. Una respiración lenta y profunda, apretar suavemente las manos, caminar unos pasos o fijar la mirada en algo cercano puede ayudarnos a calmar el cuerpo y darle un respiro a la emoción. Es como decirle al llanto: “te reconozco, pero espera un poco más, pronto tendrás tu momento”.
Muchas veces escuchamos frases como “tú decides si te sientes bien o mal”, como si todo dependiera de la voluntad. Pero la verdad es otra: no podemos decidir dejar de sentir ni apagar las ganas de llorar. Lo que sí podemos elegir es la manera de acompañarnos en medio de esas emociones. Porque no se trata de ignorar lo que nos duele, sino de cuidarnos mientras lo atravesamos.
Sentir con intensidad no es debilidad, es una forma auténtica de estar en el mundo. Y aunque no siempre podamos llorar en público, podemos aprender a sostenernos hasta encontrar un espacio seguro donde soltar lo que pesa.