30/08/2025
......más allá de la competencia......
Vivimos en un mundo donde la educación, lejos de ser un camino hacia la libertad, se ha convertido en un campo de batalla. Desde la infancia, se nos enseña que el valor de una persona está determinado por su capacidad de sobresalir, de sacar mejores notas, de ocupar los primeros lugares. Esta lógica, aparentemente inocente, no solo ha moldeado generaciones enteras de estudiantes, sino que también ha definido la manera en que concebimos el trabajo, la política, la religión e incluso nuestra relación con la Tierra.
El problema de fondo es que hemos confundido la educación con la competencia. La competencia, en dosis pequeñas, puede estimular la creatividad y el esfuerzo; pero cuando se convierte en el eje de todo el sistema, el resultado es deshumanización. Se mide al estudiante no por su capacidad de pensar, sentir y cuidar, sino por su habilidad de repetir, memorizar y superar al otro. Lo trágico es que esta misma lógica se repite en la vida adulta: empresas que solo buscan maximizar ganancias, políticos que gritan más fuerte para ganar votos, y sociedades enteras que sacrifican el bien común en nombre del éxito individual.
Este modelo educativo y social ha dado frutos amargos. No es casualidad que las sociedades más obsesionadas con el rendimiento académico y económico sean también las que más resisten cambios en favor del medio ambiente. Mientras tanto, la Tierra sufre: glaciares perforados, selvas taladas, mares contaminados, desiertos explotados. La competencia, cuando se absolutiza, convierte el planeta en un botín de guerra dónde solo unos cuantos ganan mientras otros pierden.