15/11/2025
Cuando María Montessori afirmó: “El mayor signo de éxito para un maestro es poder decir: los niños están trabajando como si yo no existiera”, quiso expresar que la verdadera enseñanza no consiste en dirigir constantemente al alumno, sino en guiarlo hasta que logre la autonomía intelectual, emocional y práctica. Para Montessori, el educador cumple una función inicial de observador, acompañante y facilitador del ambiente, preparando las condiciones para que el niño pueda aprender por sí mismo, guiado por su curiosidad natural y su deseo interno de descubrir. El éxito del maestro, entonces, se refleja cuando los alumnos ya no dependen de su presencia para concentrarse, organizarse o disfrutar del aprendizaje, sino que actúan con iniciativa, responsabilidad y placer por conocer.
Desde el punto de vista de María Montessori, esta independencia se logra creando un ambiente cuidadosamente preparado, donde cada material, espacio y ritmo responde a las necesidades y etapas del desarrollo infantil. El maestro debe aprender a “retirarse” en el momento adecuado, confiando en las capacidades del niño y permitiéndole equivocarse, explorar y corregirse sin interferencias innecesarias. Lograrlo requiere paciencia, observación y una profunda fe en el potencial de cada niño. Cuando el docente deja de ser el centro y el alumno se convierte en protagonista de su propio aprendizaje, se cumple el principio montessoriano de educación para la libertad y el desarrollo integral.