24/11/2025
Las primeras palabras que intercambié con el maestro Claudio Naranjo surgieron cuando me acerqué torpemente a él, recordando la forma sigilosa en que me aproximaba a hablar con mi Mamá-Abuela después de haber cometido alguna travesura. Recuerdo que le pregunté: “¿Cómo puedo hacer para crecer?”. Él me miró sonriendo, con una ternura que jamás había visto en un hombre, y me respondió: “Primero deja de pedir permiso.”
Ese fue el inicio de muchos encuentros similares, algunos incluso sin haberlos buscado.
Más adelante, después de haber concluido todos los SAT —la primera pasada, porque luego hice muchos más—, yo estaba ensalsado por la “graduación”, y él me devolvió al Kinder. Ese día, en Colombia, le hice una pataleta pública que jamás olvidaré. Aprendí sobre el amor incondicional, sobre cómo, aun en medio del caos, es posible mantener la dulzura y la mirada amorosa. Ese día me sentí realmente visto.
Desde entonces no dejé de seguirlo. Desde ese instante recibí a Claudio Naranjo como un maestro en mi vida. Y, a pesar de su partida, sigo aprendiendo de él; continúa enseñándome.
Es una nueva etapa de mi vida, esta vez —sin huir de su pérdida, creando burbujas idílicas de sostén o de pertenencia en otros—, quiero expresar un agradecimiento profundo en este aniversario de su natalicio.
Gracias, Claudio. Gracias, maestro, por todo.