23/11/2025
Una vez le pregunté a Jodorowsky qué haría él para no perderse en la vida. No buscaba una frase mística ni un poema, quería algo práctico. Él respiró profundo, me miró como si ya supiera mis preguntas antes de formularlas, y me dio tres ideas que aún hoy me sirven.
El primero fue una especie de empujón disfrazado de consejo: “Muévete. No esperes a sentirte listo.” Me dijo que la gente suele arrepentirse más de lo que dejó sin hacer que de lo que intentó y falló. Que la acción, incluso cuando es torpe, despierta caminos que la duda jamás abre. Desde entonces entendí que avanzar, aunque sea medio paso, siempre es mejor que quedarme quieto imaginando escenarios.
El segundo me sonó a advertencia amable: “Procura que tus deseos no te hagan pequeño.” Me explicó que cuando uno solo piensa en sí mismo, la vida se vuelve estrecha, como una habitación sin ventanas. Que todo lo que anhelas debería, de alguna manera, mejorar también lo que te rodea: personas, vínculos, proyectos. Que el buen camino es aquel en el que nadie tiene que perder para que tú ganes.
Y el tercero… ese fue el que más me tocó: “No vivas según el personaje que otros te asignaron.” Me dijo que todos cargamos expectativas ajenas: la familia, las parejas, el trabajo, incluso las versiones pasadas de nosotros mismos. Y que, si no vigilamos, acabamos interpretando un papel que no hemos elegido. “Encuentra tu tono, tu ritmo, tu verdad”, me dijo. “Y que la presión del mundo no te desvíe de ahí.”
No sé si aquel día buscaba respuestas o solo necesitaba confirmación, pero lo que me dio fueron brújulas. Y cada tanto, cuando la vida pesa, vuelvo a esos tres gestos que me regaló: avanzar, compartir y ser auténtico.