31/08/2025
Me encanta trabajar con adolescentes. Es una etapa donde hay apertura a ideas nuevas y cambio. Una pregunta frecuente que hacen los padres es:
“¿Cuándo mi hijo va a agradecer todo lo que hago por él? Lo llevo a sus prácticas, sus fiestas, y cuando digo que no… la trompa choca con el piso. ¡Nunca es suficiente!”
Usualmente respondo que ese agradecimiento llega en la adultez temprana, cuando hay madurez para entender que los actos de los padres —aunque imperfectos— fueron por su bien. A veces me preguntan:
“¿Y a usted le pasa, doctor?”
Respiro hondo y les digo que sí, también me dan ganas de salir corriendo.
En casa no soy el Dr. González. Soy Mario, papá, papi, o simplemente papa (sí, como las que se fríen). Aunque nuestros hijos sean brillantes y chulos, a veces luchan con lo que llamamos descentralización: la capacidad de salirse de su punto de vista y considerar el de los demás. Eso explica parte del drama adolescente.
Piaget nos habló de esto desde el desarrollo cognitivo. Elkind lo llamó egocentrismo evolutivo: la audiencia imaginaria (“todos me miran”) y la fábula personal (“a mí no me pasa”). Selman propuso que, con el tiempo, aprenden a coordinar perspectivas y negociar. Pero este proceso se acelera con vínculos seguros y diálogo guiado.
¿Cómo podemos ayudar en casa?
(1) Validar y nombrar lo que pasa: “Esto que sientes se llama audiencia imaginaria”.
(2) Usar las Tres Lentes: “¿Cómo lo ves tú, tu amiga, un observador neutral?”
(3) Cerrar con un plan si–entonces: “Si siento que me juzgan, entonces respiro y busco evidencias a favor y en contra”.
No es magia. Son pasos pequeños, repetidos. Pero con el tiempo, convierten el “nunca es suficiente” en acuerdos posibles.
La adolescencia no es una guerra que se gana, es un puente que se cruza. Hoy quizás no escuches un “gracias”, pero estás sembrando algo que florecerá cuando menos lo esperes.
¿De qué manera estás ayudando a tus hijos a ver más allá de sí mismos?
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