19/08/2025
Viviendo el proceso de duelo siendo psico, uno de mis mayores desafíos: ser psicóloga, ser humana y, sobre todo, aceptar que no soy perfecta. Existe un estigma fuerte: la creencia de que, por ser profesional de la salud mental, “tenemos que estar siempre bien”, como si no tuviéramos derecho a quebrarnos. Sin embargo, este año me enseñó que incluso con todas las herramientas que aprendí y enseño, sigo siendo una persona que siente, que sufre, que atraviesa silencios y que también necesita apoyo.
Mi duelo fue, en gran parte, silencioso: acompañado de lágrimas, cansancio, momentos de vacío y poca motivación. En medio de esa vulnerabilidad, la compañía de mi familia y de unos pocos —contados con los dedos— amigos fue lo que me permitió empezar, poco a poco, a sostenerme y abrirme nuevamente al compartir.
En la terapia de aceptación y compromiso solemos decir que el dolor es como una mochila que no podemos soltar, pero sí podemos elegir hacia dónde caminar con ella. Yo sigo llevando la mochila de la ausencia de mi papá, y aunque pesa, también me recuerda el amor que compartimos. Lo importante no es deshacerse del dolor, sino seguir avanzando hacia aquello que da sentido y conecta con nuestros valores.
Quiero dejar una reflexión final: validar y compartir las emociones es un acto de humanidad, sin importar si sos psicólogo o no. Aceptar que sentimos dolor, tristeza o vulnerabilidad no nos hace débiles, nos hace auténticos. Porque el duelo, como la vida, se transita mejor cuando no lo caminamos en soledad.
Comparto además estas palabras de mi papá, que siempre llevo conmigo:
“Siempre es importante hacer un cero en la vida, para empezar de nuevo o reenlazarnos. Siempre tenemos la oportunidad de hacer las cosas de manera diferente o mejor”.
Gracias, papá, por tu amor y por haberme brindado todo para ser quien soy.
Si llegaste hasta aquí, gracias por leerme.
Con cariño, Jaz