02/12/2025
En los últimos días se hizo viral en Brasil la historia de un joven cuyo caso generó una enorme cantidad de comentarios en redes sociales. Muchos de esos comentarios, lamentablemente, me hubiera gustado no leerlos. Comentarios que deshumanizan, que juzgan sin conocer e incluso algunos que afirmaban que lo ocurrido “fue un favor para la sociedad”.
Como sociedad, todavía nos falta mucho por aprender y mejorar.
Quise investigar más el caso y conocer la historia real detrás de esta tragedia, porque la salud mental importa y porque ningún ser humano merece ser reducido a la crueldad de un comentario detrás de un teclado.
Este joven fue encontrado a los 10 años en una autopista. Fue llevado a una casa de acogida donde descubrieron que su madre y sus abuelos tenían esquizofrenia y que él, al igual que otros hermanos, vivía en una situación de extrema vulnerabilidad. Todos sus hermanos fueron adoptados, excepto él, debido a su trastorno mental.
Creció sin una red familiar, pasó por instituciones, calles, prácticas psiquiátricas, múltiples detenciones y situaciones de riesgo extremo. Sus alucinaciones lo llevaban constantemente a desconectarse de la realidad; soñaba con domar leones y viajar a África.
Lo que más me dolió al leer esta historia es que, al igual que mis sobrinas con condición de autismo, él también tenía una fijación con los animales. Ellos no dimensionan el peligro real. Ellos creen que todos somos buenos, que no existe el daño, que el mundo es un lugar seguro.
Duele aún más leer cómo muchas personas opinan con liviandad, desde la comodidad de un teléfono, sin comprender el sufrimiento ni la complejidad de los trastornos mentales.
Duele, porque detrás de cada historia así hay un niño que alguna vez necesitó ayuda, contención, oportunidades… y no las tuvo.
La salud mental importa.
Importa en la infancia, importa en la adolescencia y sigue importando toda la vida.
Y como sociedad debemos ser más empáticos, más responsables y menos crueles. Estar detrás de una pantalla no nos da derecho a deshumanizar a nadie.
Ojalá este caso nos recuerde que lo que realmente necesita cambiar no es solo el sistema, sino también nuestra forma de mirar a los demás.