02/11/2025
A veces no hace falta nada extraordinario para descubrir un milagro.
Basta una taza de té.
Detenerse un momento, sostenerla entre las manos, sentir su calor.
Pensar que ese simple acto encierra tanto:
el privilegio de tener el té, el agua, el lugar donde sentarse, el tiempo para hacerlo.
El cuerpo que acompaña —el estómago que recibe, los sentidos que perciben,
el gusto que reconoce el sabor y la mente que puede apreciarlo.
Cuando lo miramos con atención, un gesto tan pequeño se vuelve inmenso.
Porque en él se revela la abundancia silenciosa que muchas veces olvidamos.
Disfrutar un té es agradecer por todo lo que nos sostiene,
por cada cosa que hace posible ese instante tan simple y tan completo.
Un momento de té puede ser, si lo contemplamos, un verdadero milagro.