04/02/2023
NANI
Nani es una niña muy especial. Diferente. Única. “Nani es Nani y lo demás son áreas verdes”, dicen sus amigos. Por eso todas las personas que la conocemos no podemos evitar sonreírle y hablarle cariñosamente. Nani ejerce sobre los demás una absoluta fascinación, un arrebato de ternura.
—Buenos días, Nani.
—Hola, Nani.
—¿Cómo estás, Nani?
—Buenas tardes, Nani.
—Te quiero, Nani.
—Qué guapa estás, Nani.
—Buenas noches, Nani.
Todo el mundo habla con Nani, pero ella no responde. Solo sonríe. No los mira. Sonríe. Los oye y los ve y los siente, pero sigue en su mundo. Nani vive sumergida en un mundo diferente, que, por cierto, debe ser increíblemente hermoso, porque ella está feliz, risueña siempre. Un mundo azul, pienso, lindísimo y azul, conformado por azules de distintas tonalidades. Azul mar. Azul cielo. Azul ojos. Azul crayola. Azul azul. Azul azulado. Azul azulejo. Azul azulísimo. Azul sirena policial. Azul Nani. Yo he decidido que hay una tonalidad azul que lleva el nombre de mi niña. El azul Nani.
—¿De qué color son esos tenis?
—Azul Nani.
—¿De qué color tiene los ojos el bebé?
—Azul Nani.
—¿De qué color está el cielo hoy?
—Ufffffff, azul nanísimo. O azulísimo Nani.
—¡Qué bonito! —digo yo, emocionado.
Todo lo relacionado con Nani me emociona. Y no porque sea “mi Nani”, sino porque Nani representa a muchos otros niños especiales que están por ahí, en sus mundos, enseñándonos sin proponérselo, demostrando que sus mundos azules (o “en azul”) están llenos de sorpresas y de aprendizajes para el resto.
Hoy quiero compartir con ustedes algunas de las cosas que he aprendido con Nani.
Nani, desde muy pequeñita, estudia el mundo y a las personas y los transforma para que puedan luego entrar en su propio mundo. No todos pueden, claro, no todos entran. Solo quienes comprenden y aceptan su lenguaje, tan mágico como incomprensible. Su manera de querer de verdad, tan tierna que apabulla. Nani no abraza nunca a los demás, o casi nunca. Y pocas veces, o casi nunca, mira a los ojos de los otros. Por eso el día que Nani, ella sola, decide abrazarte, o te da la manita, algo tremendo pasa en ti, en el mundo, en todo el universo. Una ráfaga de aire feliz te recorre la espalda y, sin poder evitarlo, los ojos se te llenan de lágrimas. No tiene explicación científica, ni puede evitarse. Es una reacción natural del cuerpo al saber que has entrado al “mundo Nani”. Cuando eso pasa, uno solo dice: “Entré”. Es más, no lo dice, lo piensa: “Entré”. Porque entrar en el mundo de Nani es muy difícil, imposible para la mayoría.
Hasta ahora, a sus siete años recién cumplidos, conozco a muy pocas personas que han podido entrar. Mamá Liss, por supuesto, fue la primera, y la que más lejos ha llegado en su mundo. Mamá Liss, la verdad sea dicha, no tuvo ni que entrar, ya estaba dentro. Nani le dio las llaves y las claves secretas de todas las puertas blindadas que llevan a su mundo desde que nació. Le tomó el dedo meñique de la mano derecha con toda su manita de bebé y le pasó las claves. Mamá Liss ni se dio cuenta. Era muy joven. Era madre primeriza. Y no sabía, por joven y por primeriza, y porque nadie puede saber esto a la primera, que su Nani era un ser especial, tan especial, tan único. Así que mamá Liss solo pudo decir al darse cuenta de que había entrado: “Estoy dentro”. Y ahí dentro lleva siete años. Mucho. De tal modo que absolutamente nadie conoce el mundo azul de Nani como mamá Liss. Absolutamente nadie.
[…]
¿Y yo qué hago? ¿Yo? La miro. La observo. La estudio. La quiero. La cuido. La tapo cuando duerme. Juego con ella a la pelota. La ayudo a regar las plantas del jardín y la enseño a rimar, mi juego favorito. Ah, y aprendo. Aprendo mucho. Cada día con Nani es un día de aprendizaje en algo, porque con ella todo es diferente. Aprendo a ser feliz, por ejemplo, solo por colocar unas pelotas en fila sobre el suelo. Aprendo a ser feliz solo por repetir palabras que ella dice y pide que las repita. “Siete villanos”, por ejemplo, me dice, tocándome la cara para que la mire y repita: “siete villanos”. Mamá Liss me explicó que es importante para ella. Que Nani necesita reafirmar lo que dice, repitiéndolo, para entender perfectamente. “Un vaquero”, dice ella; “Un vaquero”, repito. Ella sonríe. Yo sonrío. Y así siempre, o casi siempre. Dice mamá Liss que dice la doctora K, quien más sabe de esto entre nosotros, que esto es solo una etapa, que llegará en día en que ya no necesite tantas repeticiones. Entonces, esperamos.
Otra cosa que he aprendido con Nani es la importancia de madrugar y cuánto rinde un día si uno despierta bien temprano. Nani, sin necesidad de reloj despertador, se despierta cada día a las seis de la mañana. A veces antes. No importa que sea día entre semana o no. Para ella nada diferencia un domingo de un miércoles. Como un reloj, se despierta a las seis de la mañana, se tira de su cama y viene a nuestro cuarto. Se me acerca entonces, me agarra la cara con fuerza y me dice: “¡Despierta!”. Así, en seco. ¡Despierta! Como si fuera imperdonable que el día hubiera comenzado y yo estuviera dormido todavía, perdiéndomelo. “¡Despierta!”, repite Nani, hasta que logra despertarme del todo. Y a mamá Liss también, claro. “¡Despierta!”. “¡Despierta!”. Así que a las seis de la mañana todos estamos en pie, empezando el día, gracias a Nani, la madrugadora.
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Hoy es el día mundial del autismo y somos muchos los que cada vez, cada día, hacemos más para contribuir a la visibilidad y concienciación sobre este tema en todo el mundo. A mí, ahora, me toca muy de cerca. La pequeña Nani llegó a mi vida para enseñarme muchas cosas.
Entonces, qué mejor momento para compartir un fragmento de mi último libro, del primer capítulo de la novela que le he escrito a Nani, o mejor dicho, la novela que ella me ha dictado silenciosamente. Gracias, Nani. Te queremos mucho. Feliz día a todas las familias azules. Somos otra.