11/27/2025
2 de diciembre de 1991.
En un auditorio lleno de cámaras, dudas y miedo, un gesto inesperado hizo detener el tiempo.
Italia todavía estaba atravesada por el pánico al VIH.
Rumores. Prejuicios. Gente señalada en la calle. Pacientes tratados como si fueran una amenaza.
La ignorancia era más contagiosa que el virus.
En medio de ese clima, el profesor Fernando Aiuti, inmunólogo de renombre, escuchó una pregunta que llevaba años repitiéndose:
“¿Es cierto que el VIH se transmite con un beso?”
A su lado estaba Rosaria Iardino, una mujer joven, valiente, seropositiva, convertida sin querer en símbolo de un estigma que no había elegido. Había soportado miradas, miedos injustificados, palabras que herían más que cualquier diagnóstico.
El profesor Aiuti ni siquiera respondió con palabras.
Dio un paso al frente.
Tomó el rostro de Rosaria.
Y la besó.
Un beso largo, claro, irrefutable.
Un desafío directo a la ignorancia.
Un acto de ciencia… y de humanidad.
La sala estalló en murmullos.
Los flashes se multiplicaron.
Y en cuestión de minutos, aquella imagen dio la vuelta al mundo.
No era un show.
Era una verdad estampada en carne y hueso:
el VIH no se transmite con un beso, ni con un abrazo, ni con un apretón de manos.
Lo que sí se transmite es el odio y el miedo si nadie se atreve a detenerlos.
Ese día, un científico y una mujer valiente derrumbaron una montaña de prejuicios.
Rosaria siguió luchando por los derechos de los pacientes; Aiuti continuó educando, salvando vidas con conocimiento y empatía.
Treinta años después, aquella fotografía sigue siendo un recordatorio inolvidable:
Que la ciencia avanza, pero la dignidad humana es lo que realmente salva.
Que un beso puede ser un manifiesto.
Y que el coraje, a veces, es simplemente decir la verdad… sin pronunciar una palabra.
WhatsApp