12/08/2025
Lo que destruye tu matrimonio no es la pelea, es el silencio amargo.
Hay silencios que sanan y hay silencios que matan.
Hay matrimonios que no se rompen por un grito, sino por lo que nunca se dijo.
La Biblia dice en Efesios 4:26, “Que el sol no se ponga sobre vuestro enojo.”
Pero en muchos hogares el sol se pone, se acuesta, y amanece sobre el mismo enojo, día tras día.
El problema no es sentir dolor.
El problema es guardarlo como si fuera un tesoro.
Ese silencio que tú crees “paciencia”, a veces es resentimiento.
Ese silencio que tú llamas “evitar problemas”, a veces es orgullo.
Ese silencio que tú piensas que “protege la paz”, a veces destruye la intimidad.
Porque un matrimonio no muere cuando dejan de hablarse, muere cuando dejan de abrir el corazón.
Y aquí está la verdad que nadie te dice:
El enemigo no necesita un amante para destruir un matrimonio. Le basta un resentimiento que nadie quiere confesar.
Cuando tú eliges callar lo que te hiere, pero no lo llevas a Dios ni a tu espos@, ese dolor fermenta. Se convierte en un pensamiento, luego en una actitud y por ultimo en un muro. Una raiz de amargura tan profunda que penetra hasta lo mas profundo de tu ser.
Un muro tan alto y una raiz tan profunda, que ni el amor más sincero sabe cómo escalarlo.
Dios diseñó el matrimonio como un pacto donde dos se vuelven uno. Pero no pueden ser uno si cada uno guarda su propio mundo interior como si fuera territorio enemigo.
Habla.
Ora.
Reconcilia.
Sana antes de que se infecte.
Un matrimonio fuerte no es el que nunca hiere, sino el que siempre sana.