11/07/2025
𝐔𝐧 𝐚𝐥𝐦𝐮𝐞𝐫𝐳𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐦𝐞 𝐫𝐨𝐛𝐚𝐛𝐚 𝐞𝐥 𝐬𝐮𝐞𝐧̃𝐨
Por Miguel Á. Baret, PhD
Comenzó como algo inocente. Cada tarde, alrededor de las cuatro o cinco, me preparaba un almuerzo sencillo, casi rústico: dos bananos, unos tallos crujientes de apio crudo, una generosa porción de queso añejo italiano y una cerveza fría aderezada con sal y limón (algo que copié de mi esposa). Era la mezcla perfecta entre lo dulce, lo salado y lo amargo; un pequeño ritual de consuelo después de largas horas de trabajo.
Todo parecía tan equilibrado, tan simple, tan mío. Pero algo extraño comenzó a ocurrir. Empecé a despertarme a las dos de la madrugada, completamente lúcido, con la mente acelerada y el cuerpo inquieto, como si alguien hubiera activado un interruptor biológico. Por más cansado que estuviera, el sueño no regresaba.
Al principio culpé al estrés, a la luz azul, a la luz del patio, incluso a la luna. Pero el patrón se repetía sin piedad. Hasta que varias semanas atrás, después de horas de lectura obsesiva, encontré al culpable: la tiramina.
La tiramina es un compuesto natural presente en ciertos alimentos, especialmente en los añejados, fermentados o demasiado maduros. Deriva del aminoácido tirosina y actúa como un disparador que estimula la liberación de noradrenalina, un neurotransmisor que acelera el sistema nervioso, eleva la frecuencia cardíaca y la presión arterial. Y eso era precisamente lo que mi inocente banquete vespertino estaba provocando. Los bananos, el queso añejo y la cerveza —una tríada perfecta de tiramina— estaban activando mi sistema simpático justo cuando mi cuerpo debía estar relajándose. Cuando me iba a la cama, mi cerebro seguía vibrando con energía química.
El vínculo entre la tiramina y la fisiología humana se descubrió en los años cincuenta, cuando los psiquiatras comenzaron a recetar inhibidores de la monoamino oxidasa (IMAO) para la depresión. Estos fármacos bloqueaban la enzima que descompone neurotransmisores como la serotonina, la dopamina y la noradrenalina, pero también impedían la degradación de la tiramina. Cuando los pacientes bajo IMAO comían queso añejo o bebían vino, sufrían fuertes dolores de cabeza y crisis hipertensivas peligrosas. A ese fenómeno se le llamó “el efecto del queso”. Estudios posteriores confirmaron el mecanismo bioquímico: la tiramina satura las terminaciones nerviosas de noradrenalina, provocando alzas súbitas de presión arterial.
Aunque la mayoría de las personas hoy no toman IMAO, la sensibilidad a la tiramina es más común de lo que se cree. Investigaciones publicadas en 𝐻𝑒𝑎𝑑𝑎𝑐ℎ𝑒: 𝑇ℎ𝑒 𝐽𝑜𝑢𝑟𝑛𝑎𝑙 𝑜𝑓 𝐻𝑒𝑎𝑑 𝑎𝑛𝑑 𝐹𝑎𝑐𝑒 𝑃𝑎𝑖𝑛 estiman que entre un 10% y un 20% de quienes padecen migrañas presentan síntomas desencadenados por alimentos ricos en tiramina. Las reacciones incluyen cefaleas intensas, palpitaciones, sudoración, náuseas e insomnio —exactamente el conjunto de síntomas que yo estaba desarrollando, aunque de forma gradual. Otro estudio, en 𝑇ℎ𝑒 𝐽𝑜𝑢𝑟𝑛𝑎𝑙 𝑜𝑓 𝐶𝑙𝑖𝑛𝑖𝑐𝑎𝑙 𝐻𝑦𝑝𝑒𝑟𝑡𝑒𝑛𝑠𝑖𝑜𝑛, reveló que en personas predispuestas a la hipertensión, una comida rica en tiramina puede elevar la presión arterial entre 30 y 40 mmHg en menos de una hora.
Las dietas modernas facilitan una sobredosis de tiramina sin que nos demos cuenta. Quesos curados como el cheddar, azul, suizo o parmesano son los principales culpables. Cuanto más tiempo se deja madurar un queso o una carne, más bacterias y enzimas convierten la tirosina en tiramina. Por eso los embutidos —salami, pepperoni, tocino— pueden producir un impacto bioquímico similar al del café fuerte en personas sensibles. Incluso alimentos “saludables”, como los vegetales fermentados —chucrut, kimchi o remolachas en vinagre— están cargados de tiramina. Añade a eso unos bananos demasiado maduros, un aguacate en su punto o una copa de vino, y tendrás la receta perfecta para una noche sin descanso.
En mi caso, el problema era el horario. Comer alimentos ricos en tiramina al final de la tarde inunda la sangre de noradrenalina justo cuando el cerebro debería estar aumentando la melatonina. En lugar de prepararse para dormir, el sistema nervioso se mantiene en modo de alerta. Estudios han demostrado que las catecolaminas elevadas en la noche retrasan la fase REM y fragmentan la arquitectura del sueño, alterando el ritmo circadiano. Por eso me despertaba a las dos de la madrugada, justo la hora en que el cortisol naturalmente empieza a subir, ahora amplificado por una oleada dietética.
Lo curioso es que no todos los alimentos con tiramina son villanos. Algunos, como los quesos añejos, contienen también espermidina, una poliamina asociada con la longevidad y la protección hepática. Un estudio publicado en 𝑁𝑎𝑡𝑢𝑟𝑒 𝑀𝑒𝑑𝑖𝑐𝑖𝑛𝑒 (2018) observó que la ingesta dietética de espermidina se asociaba con una reducción del 30% en la mortalidad total, especialmente por causas cardiovasculares. Este tipo de paradojas nos recuerda que la bioquímica de los alimentos rara vez es blanco o negro: lo que sana en un contexto puede dañar en otro.
¿Qué hacer, entonces? El primer paso es la conciencia. Si padeces insomnio, migrañas, ansiedad o aumentos repentinos de presión, vale la pena revisar lo que comes en la tarde o la noche. Registrar los síntomas y las comidas durante una semana puede revelar patrones reveladores. Tal vez descubras que tu “merienda saludable” (de paso, creo que las meriendas son antinaturales) —una fruta madura, un poco de queso, una copa de vino o unas verduras fermentadas— está saboteando silenciosamente tu sueño mediante un circuito neuroquímico. Reducir la ingesta de tiramina después del mediodía, preferir alimentos frescos en lugar de añejados y adelantar las comidas proteicas o fermentadas a las primeras horas del día puede restaurar el equilibrio en pocos días.
En mi caso, la solución fue tan simple como reorganizar mi horario y repensar mis indulgencias. Los bananos, el apio y el queso aún tienen su lugar en mi dieta, pero no juntos, y jamás después de las dos de la tarde. La cerveza fue reemplazada por una infusión: una deliciosa tisana de la flor de Jamaica.
Y ahora, cuando despierto en mitad de la noche, ya no es mi sistema nervioso el que me roba el sueño: es mi mente, maravillada de cómo una molécula tan pequeña como la tiramina pudo reescribir el ritmo de mis noches.