28/04/2025
A lo largo de mi vida, he notado cómo muchas de las dificultades emocionales que enfrentamos en la adultez tienen raíces profundas en nuestra infancia. No es fácil aceptarlo, pero nuestra manera de relacionarnos, de enfrentarnos al mundo, de amarnos y de permitir que nos amen, está marcada por lo que aprendimos en esos primeros años.
Tal vez crecimos en un ambiente donde nuestras emociones no eran validadas. Donde nos dijeron que había que ser fuertes, que no podíamos ser "tan sensibles", que el amor se ganaba con esfuerzo. Tal vez aprendimos a callar lo que nos dolía, a temer el abandono, a repetir dinámicas que alguna vez nos hicieron daño.
Y no, no se trata de culpar nuestra infancia, ni a quienes nos criaron. Se trata de entender, de mirar hacia atrás con claridad y reconocer cómo esas experiencias nos han moldeado. Porque aunque la infancia marca, la adultez nos da la oportunidad de sanar.
Si esta reflexión te resonó, comparte esta publicación. Hablemos sobre lo que nos pesa, sobre lo que podemos transformar, sobre el poder de reconstruirnos. 💙✨